El derecho a la salud

El derecho a la salud

Así fue como Merche descubrió esta enfermedad degenerativa y progresiva del sistema nervioso central en su madre, la señora Flor. Empezó la anciana con olvidos cada más frecuentes de los hechos recientes. Recordaba y narraba con lucidez cómo fue que a sus 18 años salió de la vereda Las Marías, en Sahagún, para irse a probar suerte con la vecina de casa, a quien le habían comentado que, en la Clínica del Centro, recién inaugurada en Montería, estaban buscando personal joven para el aseo. No lo dudó, y saltó del campo hacia la capital a buscar nuevos horizontes. 

Merche no entendía cómo su madre podía relatar los detalles del centro de Montería de hace 60 años y no se acordaba de qué había desayunado en la mañana. De las tres cosas del mercado obligado (café, azúcar y arroz), siempre olvidaba algo. Al principio llegaba con dos, y las vueltas. Luego no traía las vueltas, y ya la plata no le alcanzaba, y entonces la relación con su madre comenzó a hacerse más difícil. La pequeña casa ubicada en uno de los barrios populares de Montería cada vez le quedaba más grande a la señora Flor. Se perdía caminando entre las dos habitaciones y la cocina, y había que ayudarle a buscar las llaves y el rosario que cargaba: no recordaba dónde los había dejado, y culpaba a la nieta de su desaparición. Para acabar de ajustar, como si fuera una niña chiquita, se orinaba en los pantalones.

Cuando a Flor le diagnosticaron Alzheimer, tenía 71 años. Hoy, ocho años más tarde, necesitaba cuidado permanente para sus quehaceres básicos. Conoció Merche el protocolo de los exámenes y las imágenes diagnósticas que confirmaron la enfermedad. La medicina que le formuló el neurólogo no funcionó y la señora Flor, cada vez peor. Se le había olvidado el nombre de las hijas y ya ni siquiera por la cara las reconocía.

Esa tardecita a Merche la sorprendió el grito de Flor. Nadie se explica cómo, pero uno de los ladrillos de construcción arrinconado en el cuartico que le estaban haciendo, le había caído en el pie derecho. Justo entre el pulgar y su dedo vecino. La uña y el dedo se fueron inflamando y a pesar del hielo local y la aguasal, cambiaron de color rápidamente. La pobre Flor, que apenas caminaba, no podía apoyar el pie que parecía una morcilla, y lloraba del dolor. Al día siguiente la uña estaba negra y el pie frío. Merche la llevó a la clínica que mira de frente el recorrido del Sinú. La recibieron en urgencias y notaron que tenía fiebre. El médico en forma reiterada trataba de encontrar el pulso de la arteria y no lo lograba. Llegó el especialista e informó la situación. Había que operar de urgencia, pues el pie se estaba muriendo, y quizás había que amputarlo. Merche, decidida, firmó que aceptaba los riesgos de la cirugía, pero que no le mocharan el pie a su mamá, pues no podría volver a caminar jamás. Esperó ansiosa los resultados y se alegró cuando el ortopedista le contó que el pie estaba salvo, pero hubo que amputar el dedo gordo. El trauma y la infección lo habían lesionado en forma definitiva.

Vaya lío familiar: Flor con Alzheimer avanzado, dependiente, y en recuperación de cirugía. ¿Qué harían? Lo que sigue, parece un milagro: el servicio de salud le envió una enfermera a casa para que le hiciera las curaciones, y le enseñara lo propio a la familia. Una mañana, fue mayúscula la sorpresa cuando llegó un carro del servicio médico con una cama hospitalaria para la señora Flor. Lo más difícil fue colocarla dentro del pequeño cuartico construido. Con la ayuda del vecino, lo lograron. Y las sorpresas continuarían: les enviaron semanalmente medicina y pañales (desde hacía meses la señora Flor no controlaba sus esfínteres).

Ese domingo en la mañana, Merche rezó y agradeció todas las bendiciones que había recibido en el cuidado de su mamá. Una vela por los médicos y especialmente por las enfermeras y auxiliares que estaban a su cuidado. La estampa de la Virgen del Socorro permaneció en el cajón de la rudimentaria mesita de noche, y al lado el certificado que identifica a la Señora Flor como usuaria del Sisbén, Nivel 1.

Su hermana vino desde Las Marías a saludarlos y escuchó con atención el relato de lo sucedido. Hallaron la salud como un derecho, y vieron con otros ojos, agradecidas, al Estado colombiano, que alcanza el 99 por ciento de cobertura en salud para sus ciudadanos. Lo más importante, sin la recomendación del señor concejal que después exige el voto.

Diptongo:

La ley 100 de 1993 cumple casi 30 años con sus debilidades y fortalezas. Hay cobertura total de la población y el credo colombiano de que la salud es un derecho fundamental. No se comprende cómo algunos pretenden hacer borrón y cuenta nueva para devolvernos al antiguo sistema. Estoy con los que deseamos hacer los correctivos, aprovechar estos 30 años de experiencia, insistir en la calidad y en la transparencia. Para quienes se roban los recursos: cárcel. A Flor y muchos colombianos les pertenece esa platica.

@Rembertoburgose

Publicado: abril 14 2022

Un comentario

Los comentarios están cerrados.