En medio de los escándalos de corrupción del gobierno Santos, que según Transparencia Internacional pasa del puesto 83 al 90, y los incumplimientos de las Farc en la entrega de los menores reclutados ilegalmente y el aumento de cultivos ilícitos, se han colado dos perlas que agenciadas por populistas y redentores buscan posicionarse ante la opinión pública para jugar un papel protagónico en la coyuntura electoral del 2018.
Primero fue una senadora del partido Verde que se caracteriza por sus pataletas y ruidosas intervenciones quien salió a plantear una consulta popular para acabar con la corrupción. La corrupción es esa grave enfermedad que como un tumor cancerígeno, desde tiempos inmemoriales, ataca imperios, países y naciones sin contemplación alguna.
Desde uno de los primeros casos documentados de corrupción en la historia del mundo que se remonta al reinado de Ramsés IX, 1.100 a.C., en Egipto hasta el reciente escandalo desatado por la empresa brasileña Odebrecht mediante sobornos millonarios a altos funcionarios en mas de 12 gobiernos, se han tomado medidas y se han impulsado iniciativas para combatir la corrupción que en muchos países han fracasado y en otros, los menos, han sido exitosas.
Dinamarca, Nueva Zelanda y Suecia se caracterizan por ser los países menos corruptos del mundo, han logrado construir una institucionalidad fuerte donde el ciudadano y el gobernante se encuentran en un nivel de igualdad en el acceso a la información sobre el gasto público, la obligación de los funcionarios de informar permanentemente sobre el gasto y la inversión, un sistema judicial independiente alejado de cualquier influencia del poder ejecutivo o del legislativo, es decir, son sistemas democráticos con un régimen de pesos y contrapesos en donde los impuestos, los dineros y los bienes públicos son sagrados.
Por el contrario en países como Colombia, especialmente en este gobierno presidido por juan Manuel Santos, se tiene la sensación que los dineros públicos no le pertenecen a nadie y que se puede hacer con ellos lo que mejor convenga al interés de contratistas y funcionarios. La institucionalidad es débil, las cortes y el legislativo actúan como marionetas sobornadas por la «mermelada» que se reparte desde la presidencia de la República y por eso la corrupción se irriga sin contención alguna a lo largo y ancho de la administración pública.
Y ahora llega la mencionada senadora, como una gran novedad, a proponer «pañitos de agua tibia» con 7 medidas para combatir la corrupción llamando a una consulta popular. Iniciativa esta de la más genuina estirpe populista con miras a promover el espectáculo durante el proceso electoral. De esas 7 medidas 5 ya están consagradas en la ley y, en la mayoría de los casos, han sido inoperantes. Otra de las medidas, «acabar la mermelada», campea rampantemente en las narices de la misma senadora y si ella no participa del festín pegajoso por lo menos lo tolera apoyando la mayoría de las iniciativas de Santos como bien puede comprobarse con su apoyo incondicional a las actuaciones cuestionables de ministras del régimen, su respaldo militante a los acuerdos con las farc y su implementación legal y constitucional en el Congreso y su complicidad con varios artículos lesivos a los intereses de las mayorías ciudadanas en la reforma tributaria.
La senadora no plantea nada serio sobre el trabajo a largo plazo que tendremos que hacer en Colombia para erradicar la corrupción y la alta cirugía con la cual se tendrá que intervenir el régimen presidencial, la justicia y el legislativo clientelista al servicio del mejor postor. Plantea una consulta popular para dar legitimidad democrática a su iniciativa que no es otra cosa que un refrito contemplado ya en la ley y la constitución, apariencia democrática típica del populismo predominante en algunos países vecinos. Ella simplemente se asume con el complejo de víctima, una de las características de la mentalidad populista que considera que todos los males son culpa de otros sin adquirir compromiso para desarrollar en el corto, el mediano y el largo plazo instituciones y reglas del juego incorruptibles que nos permitan salir adelante.
La otra perla es la actuación del nuevo redentor de Colombia, el señor Gustavo Petro. Como son pocos los ciudadanos que atienden sus convocatorias en los barrios de Bogotá decidió participar en la radicalización de la protesta anti taurina del domingo 22 en los alrededores de la plaza de toros de la capital. Al igual que las farc, irresponsablemente reclutó a su hija de 15 años, menor de edad, para que tuviera su primera experiencia confrontacional con los poderes establecidos. Y ahí fue Troya, volaron papas explosivas, gases lacrimógenos, panfletarias, combate callejero, como le gusta a Petro, el es un combatiente callejero, tal vez con el íntimo deseo que alguien le rompiera la cabeza con una pedrada para poder retomar su papel de víctima y mesías redentor, salvador de la patria. El sartenazo casero con que le hicieron un chichón en la cabeza hace algún tiempo no tenia la reputación que el buscaba, necesitaba sangre callejera para elevarse como un redentor más en América Latina.
En la lógica de Petro salir a echar piedra y enfrentar el ESMAD en la calle le da el rango de combatiente que no tuvo en el M-19. A el le fascinan los héroes, y más si están muertos o en la cárcel porque a el le gusta el sacrificio propio de los redentores y mesías. Su templo es la ideología porque ahí se cultivan los fundamentalismos y se consagran los héroes, los redentores, los mesías que purifican y salvan a los pueblos sometidos. El es un «irredento» porque para satisfacer su ego salvador tiene que haber levantamientos, enfrentamientos callejeros y guerras en donde corra la sangre, porque sin sacrificio no hay redención.
Por esta razón cuando fue alcalde de Bogotá deseaba que hubiera confrontación y violencia entre ricos y pobres como ahora quiere que haya confrontación y violencia entre taurinos y anti taurinos y si se extiende al resto del país mucho mejor. Así que la próxima guerra de Petro será alrededor de la tauromaquia, esos son los gajes que impone la pretensión de ser redentor.
En su testarudez infinita va a insistir, tercamente, en que el país no es como es sino como el quiere que sea. Con su lengua desmedida y su incontinencia verbal va a promover contradicciones insalvables, propias de su demagogia populista, con la absurda ilusión de llevar al combate a muchos ciudadanos que durante su gobierno como alcalde de Bogotá no recibieron empleos productivos ni oportunidades de emprendimiento que los integrara al desarrollo, sino solo subsidios que adormecen, parasitariamente, a la comunidad.
Frente al desmadre institucional en que Juan Manuel Santos va a dejar el país, con unas heridas profundas que desangran nuestra maltrecha democracia, lo peor que le podría suceder a Colombia es que en el 2018 el país cayera en las manos de populistas y redentores o en las garras de politiqueros y corruptos, todos integrantes de la unidad nacional y soporte del fracaso gubernamental.
La única opción que le queda a Colombia es la reconstrucción profunda de su democracia, esa será la responsabilidad histórica del Centro Democrático y de su candidato presidencial. Iván Duque está listo y preparado para cumplir este gran propósito nacional.
Publicado: enero 28 de 2017