El odio es un pésimo ingrediente en la política, pero es real, inspira acciones destructivas y envenena las relaciones sociales.
Anncol, cuyos nexos con las Farc son notorios, nos acusa a los 14 firmantes de un documento en el que pedimos acción contra la tenaza de Santos con dicha organización narcoterrorista, de hacer parte de la derecha fascista uribista y estar promoviendo un golpe de estado.
El documento que suscita la airada reacción de Anncol puede leerse pulsando el siguiente enlace: Hay que pasar a la acción
Vamos por partes en el análisis de ls acusaciones que nos formula Anncol.
La primera consiste en que los firmantes somos fascistas.
Ariel Peña, uno de los acusados, ha dado oportuna y certera respuesta al cargo en escrito que acaba de publicar Debate. (Ver ¿Cuál fascismo?).
Poco tengo para agregar a lo que dice ahí mi compañero de infortunio, quien recuerda las afinidades que hay entre el marxismo-leninismo que profesan las Farc y el fascismo que dicen combatir.
Sobre estas afinidades versa en buena parte el excelente libro de Vladimir Tismaneanu («El Diablo en la Historia»), que comenté en mi más reciente artículo. Uno y otro hacen parte del totalitarismo que no solo se caracteriza por su hirsuto antiliberalismo, sino por su ímpetu genocida.
El libro de Servando González que lleva el título de «La CIA, Fidel Castro, el Bogotazo y el Nuevo Orden Mundial» puede partir de supuestos muy discutibles sobre el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, pero llega a conclusiones difíciles de rebatir acerca de cómo en Fidel Castro se amalgamaron de hecho y por distintos caminos el espíritu del fascismo y el del marxismo-leninismo.(Ver
Bogotazo ).
Traigo a colación acá lo que hace años dijo Raymond Aron acerca de que el liberalismo es el marco que encuadra a la derecha no extremista y la izquierda no totalitaria, vale decir, que es la expresión política de la civilización en que vivimos. Tanto el comunismo como los movimientos que de algún modo podrían considerarse como herederos del fascismo y el nazismo tienen en común la negación de los valores de la civilización liberal.
Y son estos valores los que corren grave peligro hoy en Colombia bajo la acción de la siniestra tenaza Farc-Santos. Es en defensa de ellos que pedimos acción cívica, antes de que sea demasiado tarde y caigamos bajo un régimen de estirpe castro-chavista.
Nosotros no promovemos un golpe de estado. Este ya se dio por obra de esa siniestra tenaza. Creo haber demostrado en los escritos de estas últimas semanas que la Constitución de 1991 ha dejado de existir y nos hallamos sometidos al imperio de la arbitrariedad. Colombia padece hoy un régimen de hecho, no de derecho. Santos, con la complicidad del Congreso y la Corte Constitucional, se ha convertido en dictador, así lo sea de fachada, pues el poder real ya reside en la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación a la implementación del Acuerdo Final (CSIVI).
Como estamos bajo un régimen de hecho, en Colombia podría suceder cualquier cosa a partir de ahora.
Algo muy previsible es que Santos y sus conmilitones del Congreso resuelvan prorrogar sus períodos para que no haya elecciones el año entrante, aduciendo las exigencias supremas de la paz. Y la Corte Constitucional ya no podría impedirlo, pues el fementido Acto Legislativo para la Paz le cercenó, con su venia, la atribución de fallar sobre el fondo o la materia de lo que aquellos dispongan en lo atinente a la implementación constitucional del NAF (Nuevo Acuerdo Final).
El Pacto Social solemnizado en la Constitución Política está roto y ya no hay otras reglas de juego que las que pretendan imponer por la fuerza o por la trampa Santos y las Farc. Si el país no se defiende, en poco tiempo rodará por el abismo.
Hace poco dijo el presidente Macri que recibió de los Kirchner un país quebrado y endeudado. Santos ha hecho lo mismo de Colombia, pero con más amplio espectro. No solo ha destruido la economía. También ha demolido la institucionalidad y, sobre todo, ha defraudado la fe pública. No se trata solo de los extremos de hedionda corrupción en que ha basado su acción gubernamental, sino de la ominosa sucesión de mentiras, trampas, promesas incumplidas y maquinaciones de la peor calaña que han dado lugar a que los colombianos lo desprecien e incluso muchos lo odien.
El odio es un pésimo ingrediente en el escenario político, pero es real, inspira acciones destructivas y envenena las relaciones sociales, tanto en el nivel interpersonal como en el intergrupal. Es lo más contrario a la paz que pueda concebirse, y Santos lo ha suscitado con sus protervos procederes. No lo justifico, pero lo explico porque él mismo y las Farc, con las que ha llegado a un funesto acuerdo, resolvieron ignorar que la construcción de una paz estable y duradera reposa sobre condicionamientos morales ineludibles, tales como la verdad y la justicia.
Cierro haciendo alusión al debate que se ha armado en el interior del Centro Democrático por nuestra comunicación. No la firmé con el ánimo de herir susceptibilidades ni de lesionar aspiraciones políticas, como tampoco de mortificar al expresidente y hoy senador Uribe. Pienso que todos los firmantes quisimos poner el dedo en la llaga para que tanto el Centro democrático como el país entero reaccionen frente a lo que se ve venir.
He seguido atentamente las entrevistas que les ha hecho Fernando Londoño Hoyos en La Hora de la Verdad a los tres aspirantes a la candidatura presidencial por parte del Centro Democrático. Todos ellos dicen cosas muy valiosas que muestran sus acendrados títulos para gobernar a Colombia. Pero, al escucharlos, he experimentado una sensación de pesimismo, pues todos ellos creen, pienso que ingenuamente, que vamos a tener un debate electoral sujeto a reglas de juego confiables. Todos ellos olvidan que ese debate se realizará, si es que llegare a darse, bajo el régimen de la profunda reforma electoral que las Farc le han exigido a Santos, cuyos términos desconocemos y saldrán a relucir a través del «Fast Track» que la Corte de los Milagros acaba de legitimar.
No cabe duda de que la revolución castro-chavista está en marcha. Ya empezó y su dinámica se irá haciendo más tortuosa y opresora a medida que el país la vaya desafiando.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: 10 de enero de 2017