Alejandro Gaviria es un mamarracho que posa de estadista. Creyó, porque seguramente así se lo hizo creer el felón Juan Manuel Santos, que tenía estatura presidencial a pesar de ser un pigmeo político.
Su paso por el ministerio de Salud fue lamentable, y las cifras confirman la afirmación. Salió del gobierno de Santos directo a la rectoría de una universidad, cargo que dejó tirado para asumir una hilarante candidatura presidencial.
Su inmenso ego le hizo creer que ganaría las elecciones. Obligó a su esposa, que estaba enchufada en un puesto en el Banco de la República, a que renunciara, seguramente para que se dedicara a preparar el ajuar de primera dama.
Hasta el más inexperto de los analistas políticos habría acertado al pronosticar el fracaso de la campaña de Gaviria. Salió de la competencia en un abrir y cerrar de ojos. En los tristemente célebres Petrovideos se oye al lagarto Roy Barreras planteando la puesta en marcha de tremendas campañas de desprestigio contra Gaviria. En el petrismo veían a ese sujeto como el rival a vencer.
Cuando se acercaba la primera vuelta, Gaviria, mostrándose como un ser moralmente superior, pretendió hacer creer que era una obligación civil votar por Petro. No le importaron los epítetos que usaban los petristas para referirse a él. Al decir popular, la necesidad tenía cara de perro. Cuando personas como él necesitan un empleo, no hay honor ni dignidad que valgan.
Recordando la película española en la que el lisonjero Fernando Galindo se presentaba como un “servidor, un esclavo, un amigo, un siervo”, Alejandro Gaviria hizo suya esa indignante fórmula para entrar al gobierno de Petro.
Es un pusilánime y él lo sabe. El primer alto funcionario en revelar privadamente que el presidente de la República permanecía borracho y drogado, fue él. Contaba que Petro llegaba enajenado a los consejos de ministros y narraba, con tono de burla, lo que sucedía en el avión presidencial donde el primer mandatario, cual borracho de esquina, bebía -y continúa haciéndolo- a pico de botella.
Lo cierto es que el paso de Gaviria por el ministerio de Educación fue fugaz. Petro lo sacó como a una cucaracha.
Y claro, el mandatario colombiano que es barriobajero y mezquino, no desaprovecha ninguna oportunidad para fustigar a su excolaborador por incompetente, por flojo y por mal político.
Gaviria, melindrosamente, empezó a lanzar ataques a Petro. Llegó a decir que formularía una querella en su contra por una supuesta injuria. Baladronadas de chisgarabís.
Él conocía perfectamente la calaña de la persona a la que apoyó. El tenía claro cuál es el talante de su ahora enemigo, y sin embargo resolvió hacer lo que estuvo a su alcance para facilitar su victoria.
Ahora que la democracia colombiana está en grave riesgo, los dedos acusadores, además de apuntar hacia Petro, también deben dirigirse firmemente hacia personas como Alejandro Gaviria, porque fueron ellos los que desgraciadamente manipularon a la opinión pública blanqueando al exterrorista del M-19, mostrándolo como un demócrata sabiendo que estaban faltando a la verdad.
Cuando llegue el momento del juicio político contra los corresponsables de la catástrofe colombiana, Alejandro Gaviria tienen que ser el primero en ser conducido al banquillo de los acusados.
Publicado: abril 4 de 2024