Una de las banderas de la campaña petrista consistió en saldar la llamada “deuda ancestral”. El mensaje era clarísimo: alcanzar el poder con el propósito fundamental de ajustar cuentas con el llamado “establecimiento”.
La izquierda neocomunista se fundamenta en el odio, y en eso es consecuente con la tesis marxista de la llamada lucha de clases.
El de Petro, además de ser incompetente, ha sido un gobierno promotor de la división, de la polarización, y de la sarracina irreversible entre unos y otros.
El presidente de Colombia se frota las manos a la espera de que la corte suprema elija a una de sus tres postuladas para la fiscalía general de la nación. Con la justicia en sus manos, ostentará un poder omnímodo. Además de confrontar con virulencia a sus opositores -hay que reconocer que el activista Petro es muy eficaz en el ataque a través de las redes sociales-, tendrá una fiscal mandadera que persiga judicialmente a los rivales que se le salgan de las manos. Una república socialista bananera en todo el sentido de la expresión.
Otra asignatura en la que el presidente se ha empleado a fondo, es la de la reescritura de la historia colombiana, empezando por el enaltecimiento de la banda terrorista a la él perteneció.
El M-19 no era una estructura revolucionaria. No. Los hechos históricos confirman que se trató de un clan que cometió los peores actos de terrorismo posibles. Esos facinerosos fueron pioneros en el secuestro extorsivo de civiles. Miles de ciudadanos inermes fueron raptados y sus familias obligadas a pagar millonarios rescates.
Violando el Derecho Internacional, un comando de ese grupo asaltó sedes diplomáticas como la embajada de República Dominicana y la oficina de la ONU en Colombia.
Los actos de barbarie perpetrados por el M-19 se cuentan por miles. Uno de los más impactantes ocurrió en 1976. Las estructuras guerrilleras denominadas Simón Bolívar y Camilo Torres secuestraron en el centro de Bogotá al líder afroamericano y dirigente sindicalista José Raquel Mercado. Lo acusaron de ser enemigo del pueblo y traidor a la patria.
Durante más de 60 días, Mercado fue torturado y vilipendiado. El 19 de abril, día en el que se conmemoraba el aniversario del M-19, fue asesinado y su cuerpo arrojado en un parque bogotano. El entonces cabecilla de la guerrilla, el genocida Jaime Bateman Cayón, emitió un miserable comunicado en el que justificó el asesinato alegando que “él estaba totalmente entregado al imperialismo. En el interrogatorio que le hicimos reconoció que trabajaba para los norteamericanos, que recibía de ellos cuantiosos cheques”. Una persona que ha sido sometida a las más inhumanas torturas, es capaz de decir cualquier cosa para ponerle fin al suplicio.
Con frecuencia se recuerda lo que hubo detrás de la brutal toma del Palacio de Justicia en octubre de 1985. El enlace entre el M-19 y el cartel del Medellín era Iván Marino Ospina, padre del cuestionado exalcalde de Cali Jorge Iván Ospina.
Está perfectamente probado que la guerrilla de Petro hacía las veces de brazo armado de Pablo Escobar.
Pero como se trata de enaltecer a la horda asesina y de pisotear al Estado, el gobierno petrista, empeñado en pisotear el honor de las Fuerzas Militares, emitió un acto administrativo retirándole todas las condecoraciones al valiente general Jesús Armando Arias Cabrales, quien se desempeñaba como comandante de la XIII brigada del Ejército el día de la toma.
Frente a una ciudadanía estupefacta, Petro está concentrado en el blanqueo de sus compinches en la criminalidad. Que nadie se sorprenda si, a costa del erario, empiezan a erigirse en distintas ciudades del país sendos cenotafios en memoria de los cabecillas del M-19, mientras se demuelen monumentos y bustos de los, eso sí, grandes hombres de la historia nacional.
Pero hay algo en lo que Petro jamás se saldrá con la suya: convencer a los colombianos de que el retrato en el que aparece abrazando a una niña fuertemente armada, es un montaje o que lo que ella tiene en sus manos es un osito de peluche.
Publicado: enero 23 de 2024