Después de la descarada escapadita a Hawái, acerca de la cual obra un elocuente registro gráfico que circula en las redes sociales, el que nos desgobierna ha regresado para afrontar el golpe que la ciudadanía acaba de propinarle en las elecciones regionales y locales del pasado domingo.
Pese a que él mismo y sus zascandiles tratan de restarle importancia al veredicto popular, los hechos son tozudos y no es posible minimizar sus alcances. Es claro que Colombia no quiere el castrochavismo que pretende imponernos el actual inquilino de la Casa de Nariño.
Todos somos conscientes de los problemas sociales que nos aquejan y la necesidad de superarlos adecuadamente. Pero las fórmulas ruinosas que ofrece el desgobierno actual no convencen a las mayorías nacionales.
No es satanizando al capital como se logra mejorar la suerte de los menos favorecidos por la fortuna. Con la prédica del discípulo del genocida Mao Zedong, que ocupa la presidencia, en contra de la libertad económica y en pro de la estatización del sector productivo lo que lograremos es multiplicar la corrupción y la miseria. Así lo ha entendido el electorado y por eso los comicios recientes muestran que se inclina hacia lo que con cierta impropiedad se denomina como el centro y la derecha, es decir, unas tendencias moderadas en la orientación estatal.
El desgobierno que nos rige tiene básicamente dos alternativas frente a los resultados electorales. La primera consiste en perseverar en unas líneas de acción que dividen al país y suscitan rechazo en la mayor parte de las comunidades. La segunda lo invita a corregir el mal rumbo que trae y buscar la concertación con los gobernadores y alcaldes recién elegidos, que representan la voz de las regiones y aspiran a que se la escuche con respeto y buena voluntad.
Hay un ejemplo histórico que, mutatis mutandis, ilustra sobre este provechoso camino.
El presidente Mitterrand, elegido por los franceses en 1981, puso en marcha un ambicioso programa socialista que fue rechazado a la postre por la ciudadanía en 1986, cuando se votó por una coalición de tendencia gaullista liderada por Jacques Chirac. Mitterrand llamó al gobierno a Chirac, dando lugar así al fenómeno que se llamó la «cohabitación», que duró hasta las elecciones de 1988 y hubo de repetirse a raíz del triunfo de la oposición en 1993, esta vez con Balladur como primer ministro (vid. cohabitación – Enciclopedia de la Política Rodrigo Borja (enciclopediadelapolitica.org).
Aunque la «cohabitación» en Francia no ha estado exenta de dificultades, ha traído consigo el buen efecto de favorecer la gobernabilidad. Y esto es lo que necesita Colombia con urgencia hoy en día.
Como acaba de observarlo el gobernador del Meta, no nos corresponde estar metiendo el hocico en los problemas de otros países, sino aplicarnos a resolver los propios, que son graves en demasía. En lugar de soñar con convertirse en un líder intergaláctico, el que nos desgobierna debería esmerarse en manejar con buen criterio las circunstancias que nos apremian (vid. “Deje de agredir y atacar, dedíquese a gobernar”: Gobernador del Meta al presidente Petro (caracol.com.co).
No sabemos qué rumbo tomará el país en los tiempos venideros. Hay oportunidades propicias para el entendimiento entre los diferentes sectores políticos, pero, dado el talante egocéntrico y pugnaz del que nos desgobierna, las cosas podrían empeorar.
Hay que agradecer el respiro que nos ha brindado la Providencia con los resultados electorales en comento. Pero es necesario seguir rogándole para que el endemoniado que nos manda recapacite y no siga arrojándonos hacia el caos.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: noviembre 2 de 2023