En una crónica sobre el recientemente fallecido Fernando Botero, dice El Colombiano en su edición de ayer domingo: «¿Existe la inmortalidad? No. Existe la memoria».
Da por sentada una tesis muy socorrida en estos tiempos. Nada hay más allá de la muerte biológica. Lo que resta de nuestras vidas es lo que queda grabado en la memoria de la gente. Punto y aparte.
Un buen amigo que pereció en un accidente aéreo así lo sostenía a pie juntillas. Pero a través de una canalizadora que posee impresionantes poderes psíquicos se manifestó hace poco pidiendo misas que le ayuden a trascender en la vida eterna. Según él, los suyos lo tienen olvidado.
La idea de que tenemos ya resuelto negativamente el misterio de la muerte, que ha acuciado a lo largo de la historia a la humanidad, ignora una muy abundante literatura dentro de la cual pueden citarse como ejemplos bastante significativos la obra del gran astrónomo francés Camille Flammarion, «La Muerte y su Misterio» (vid. Flammarion Camilo – La muerte y su misterio.pdf – Google Drive) o la del psiquiatra norteamericano Carl Wickland , «30 años entre los muertos». Vid. Treinta Años entre los Muertos (cursoespirita.com).
Las investigaciones de la Dra. Elisabeth Kübler-Ross poca duda dejan sobre la realidad de nuestro tránsito de esta vida mortal a la eterna. Vid. Microsoft Word – KUBLER ROSS – LA MUERTE, UN AMANECER.doc (gestionaweb.cat).
A mis 80 años, consciente de que mi final inexorable en este mundo está cerca, mi visión de la temporalidad está cada vez más impregnada de la realidad de ese tránsito. Ya vivo sub specie aeternitatis. Mi futuro terrenal está acotado y sé que me espera otro escenario cuyos detalles no alcanzo a vislumbrar, si bien deseo, conforme a la promesa evangélica, que sea de paz, ya que me arrepiento todos los días de los múltiples errores que he cometido y ruego fervorosamente el beneficio del amor y la misericordia infinitos de nuestro Padre Celestial.
La idea que difunde El Colombiano, que ya es moneda común no sólo en los medios ilustrados de hoy, sino también en los sectores populares, produce efectos muy inquietantes en la vida colectiva.
Para empezar, es demoledora de toda moral que aspire a fundarse en la trascendencia del espíritu humano. Lo de que sólo hay una vida que es en la que estamos y nada nos espera más allá nos lleva a adoptar la divisa horaciana del Carpe Diem (Vid. «Carpe diem» – Horacio – Ciudad Seva – Luis López Nieves), preciosamente desarrollada en un célebre poema que se atribuye a Walt Whitman (Vid. «Carpe Diem», el bello poema atribuido a Walt Whitman sobre vivir el momento – Cultura Inquieta).
De ese modo, el valor del instante se exalta, pero el de la vida se diluye. Y se abren de ese modo los tenebrosos caminos del aborto y la eutanasia. ¿Para qué vivir? ¿Para qué traer nuevos seres humanos a este mundo? Si de la nada vienen y hacia ella se encaminan, ¿qué sentido tiene traerlos a sufrir? Si el sufrimiento arrecia, ¿para qué soportarlo?
Hace no mucho tiempo hube de sufrir a lo largo de un año los severos dolores de un deterioro de la cabeza del fémur en la pierna derecha. No me atrevía a exponerme a la cirugía, que a la postre resultó exitosa. Pero los soportaba con paciencia, pensando en que muchísimo más sufrió el Señor en su pasión. Era consciente de que me tocaba cargar mi cruz, como en tantos otros momentos difíciles de la vida.
Muchos hay que se niegan a cargar su cruz y beber del cáliz de los sufrimientos. Le dicen no a esta vida y a la eterna, sin darse cuenta cabal de lo que en el más allá les espera. Como en el tremendo texto de Dante, pero con otro sentido, han abandonado toda esperanza depositándola en la nada.
La Iglesia ha denunciado con toda razón, aunque los medios ilustrados se la nieguen, la Cultura de la Muerte que trata de imponerse hoy en día. Vid. Comentario interdisciplinar a la «Evangelium Vitae» (vatican.va). En la abundante y luminosa obra de Mgr. Schooyans puede encontrarse valioso material para reflexionar sobre este tema que es crucial tanto para la vida humana individual como para la colectiva. Vid. Libros (michel-schooyans.org).
Flammarion no era teólogo, sino un científico connotado que aplicó su mente a diversas investigaciones dentro de las cuáles estaba lo concerniente a los misterios del mundo. A él se deben estas palabras esclarecedoras:
«Mors janua vitae. La muerte es la puerta de la vida, El cuerpo no es otra cosa que el vestido orgánico del espíritu: se gasta, se transforma, se disgrega: el Espíritu subsiste. La materia es una apariencia para el cuerpo del hombre, como para todo lo demás. El universo es un dinamismo: una fuerza inteligente lo gobierna todo. El alma es indestructible» (op, cit.).
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: septiembre 19 de 2023