Era previsible que Petro irrespetaría, perseguiría y maltrataría a quienes tomaran la libre decisión de oponerse a su brutal régimen socialcomunista.
Desde siempre ha sido un sujeto intolerante a la crítica, inclinado a maltratar a medios de comunicación, ciudadanos, organizaciones políticas y sociales que no compartan sus posiciones.
Fiel a su formación marxista, todo lo que esté en contra suyo es su enemigo y, en consecuencia, hay que acabarlo.
La multitudinaria marcha del 26 de septiembre fue una estupenda muestra de descontento ciudadano que se desarrolló en absoluta calma y con observancia a las normas de buena conducta.
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Desde el petrismo, corriente que durante años enteros abusó de la protesta ciudadana para intimidar al país, se ha dicho que la jornada del 26 fue un fracaso. Viéndolo desde la perspectiva de ellos, es posible que tengan razón. Para los seguidores de Petro una marcha es exitosa cuando hay estaciones de policía consumidas por el fuego, vías paralizadas, ciudades sitiadas, niños recién nacidos muriendo por cuenta de los bloqueos a las ambulancias, sistemas de transporte público destrozados, almacenes saqueados y demás delitos que se cometieron durante las jornadas violentas promovidas por la extrema izquierda durante el gobierno de Iván Duque.
El inconformismo y la frustración de millones de colombianos es evidente. Petro no puede olvidar que la mitad del país votó en contra de él. Y esa mitad es la que no está dispuesta a que la democracia y las libertades se vayan al traste por cuenta de la agenda política extremista del gobierno.
Valiéndose de la pandilla de activistas en redes sociales, Petro y su primer anillo se han volcado a descalificar a los opositores. Primero, dando a entender que la marcha tuvo una baja concurrencia. Para sustentar su tesis, el propio presidente publicó una fotografía amañada de la Plaza de Bolívar de Bogotá donde evidentemente hay pocas personas. Lo que no tuvo en cuenta el señor Petro es que dicha imagen corresponde a las horas previas al comienzo formal de la concentración, pues hacia el medio día dicho lugar estaba prácticamente lleno.
La segunda parte del trabajo sucio le correspondió al propagandista Gustavo Bolívar, conocido de autos por su talante atrabiliario y su vocación de pandillero -él fue el jefe real de la banda criminal denominada ‘Primera Línea’-. Bolívar está desbocado alentando el odio hacia la oposición promoviendo videos de personas imprudentes que lanzaron afirmaciones deplorables. El objetivo del senador es el de sembrar la idea de que la oposición, como un todo, es racista. Y Petro, camorrero, mentiroso, manipulador, compró la idea. No se quedó atrás y, olvidándose que es -según la Constitución- el presidente de todos los colombianos, se sumó al matoneo contra la oposición diciendo: “Este odio racista es irracional, es decir se aleja de todo conocimiento racional humano. Pero con él hacen política. Con él condenaron en 1933 a toda la humanidad a un desastre”.
El desaforado mandatario de Colombia alienta la intolerancia, el odio e incita a la violencia contra la oposición, echando mano de las palabras necias de una señora que hizo afirmaciones deplorables contra la vicepresidenta. Que una persona haga manifestaciones racistas no puede ser usado para señalar a millones de colombianos que legítimamente se oponen a las monstruosidades del gobierno nacional.
Una cosa es lo que públicamente hacen los gavillados petristas y otra muy distinta lo que debe estar pasando al interior de la sede de gobierno. Como bien apuntó el estratega político Luis Duque: “Entiendo claramente que algunos miembros del gobierno quieran minimizar lo que empezó ayer con la marcha. Estoy seguro que al interior de Palacio tuvo que haber preocupación por lo que sucedió y lo que puede suceder si siguen gobernando con propaganda gubernamental”.
Publicado: septiembre 28 de 2022
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