En el año 2012 un ministro de Justicia presentó renuncia irrevocable de su cargo. Explicó su gesto gallardo así: “Debo asumir mi responsabilidad política”. Con esto, le entregó este caballero al país una lección de dignidad, un acto generoso de nobleza para, desde la acera, explicar y defender su posición sin desgatar al gobierno de la época. De este profesional tengo los mejores recuerdos y lecciones. Enseñó al país los términos “decoro” y “elegancia”, que en los últimos tiempos han padecido de anemia aparentemente incurable.
La educación es nuestra tabla de salvación, y la conectividad con las nuevas redes rurales la sinapsis que lleva la información y el discernimiento a la Colombia profunda y olvidada. Es la puerta de entrada a la sociedad del conocimiento. Manteniendo esto en la mente, no es posible aceptar que los jóvenes de veredas tengan que improvisar y convertir los árboles de ñipi-ñipi en aulas virtuales. Parece un chiste que el 90 por ciento de nuestra población rural, y en especial los estudiantes, no tenga cómo acceder a esta conectividad. De manera que aplaudo y apoyo los intentos por incorporarlos a la aldea global del progreso.
Pero cómo molesta el vergonzoso escándalo del MinTIC. Para dimensionar los 70 mil millones de anticipo entregados al contratista que supuestamente ayudaría en tan loable propósito, vale decir que con esa suma podría pagarse la matrícula de todos los estudiantes de la Universidad de Córdoba, lo que redundaría en que la región Caribe tuviese en cinco años 18 mil nuevos graduados que tanta falta nos hacen.
Cuando la dosis de refuerzo durante esta pandemia híbrida (moral y de salud) es una necesidad, ese anticipo embolatado bastaría para esta vacunación adicional en el Caribe, y además, para hacer el título de anticuerpos que priorizaría los candidatos a colocarla.
Hechos tan bochornosos deberían servir para que los funcionarios involucrados entendieran su responsabilidad política, las implicaciones de sus acciones y omisiones, y la grandeza con la que tienen que pensar en el país, por encima de sus intereses personales. El cargo no es la mejor túnica para proteger a un gobierno, y mucho menos para evitar someterlo al desgaste y cuestionamiento sobre tantas debilidades en este penoso proceso de contratación.
¿Cómo querrá la jefe de la cartera de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones que la recuerden: como la costeña valerosa que tuvo la dignidad de demostrar a pulso su inocencia o como la funcionaria que sometió a un gobierno a entregar sus últimos tanques de oxígeno para protegerla?
Uno de nuestros mayores males en la visión a largo plazo de país es la miopía del futuro. Es el ver la recompensa inmediata económica o de otro tipo –en cualquier caso, egoísta–, sin pensar en sus consecuencias futuras. Una muestra es el atornillarse en un cargo, aunque ello implique lesionar a un gobierno vulnerable.
Si bien la ministra acertó caducando el contrato de la Unión Temporal Centro Poblado, se quedó corta. Debe presentar su renuncia para no distraer los pocos meses que le quedan al frente de su cartera, en tratar de enmendar el error. Eso no es justo con los niños de Colombia, que tienen la creciente necesidad de entrar de lleno al super proyecto de centros digitales.
Algo que me enorgullece es ver funcionarios nacidos en el Caribe ocupando altas dignidades nacionales. A quienes, como a mis alumnos, siempre les exijo más, y, con vehemencia, a los monterianos. Creo en la inocencia de la ministra, pero no es saludable su permanencia en el cargo.
Diptongo: No es esta una situación aislada. “Atornillada” tiene un ejemplo que nos tiene cabizbajos: la funcionaria de Córdoba que desde hace más de una década ostenta un cargo público. Ha “sobrevivido” al paso de cuatro gobernadores. La genética debe encontrar el ADN de este ñame de todo mote.
4.5