El Señor Presidente sabe que no deja huella duradera ni partidarios que recojan una bandera inodora, incolora e inolora.
El Señor Presidente ha perdido el interés de gobernar y se nota su fatiga política en la palabra y en el caminar. Magullado su espíritu por las contradicciones, el desordenado gabinete ministerial, la cleptocracia de los congresistas que otrora le obedecían y, por sobre todo, cansado decir falsedades durante ocho años a cumplir, el Señor Presidente de la República le cuesta trabajo dar la mano a los asistentes a cocteles palaciegos y embajadas de los países con representación diplomática en la alta meseta bogotana.
Lleva el sol y la luna a sus espaldas, vacío el corazón que nunca tuvo, exprimida la mollera de pensar en el dinero y gélida la mirada en un horizonte que ansía traspasar para dejar atrás esta tierrucha a sus herederos guerrilleros faracos, dignos sucesores de su marca registrada y de los derechos de autor de su inmensa obra literaria, científica y filosófica.
Obnubilado por su victoria personalísima, nada le importa la suerte de sus copartidarios, los que se encuentran acuclillados en derredor de una fogata cenicienta donde arden los restos mortales del partido de la U.- Tampoco le importan los desguarnecidos flecos rojos que adornan el funerario carro donde transportan las tarjetas electorales del partido liberal. Horror inmenso y a la vez honda satisfacción, mirar que detrás del cortejo, a paso de ganso, camina El Ilustre Enterrador de la comarca, Don Ernesto Samper, asesor económico de las Farc y protector de la parroquia El Divino Niño Ocho Mil Bendiciones.
El Señor Presidente sabe que no deja huella duradera ni partidarios que recojan una bandera inodora, incolora e inolora. No estaba en el contrato social la obligación de conformar un partido, un movimiento de masas que continuara su brillante legado. En cambio empacará en treinta maletas su vestuario hecho en Londres, sus corbatas italianas y pakistaníes manufacturadas con vellos de colibrí y saliva de orangután de Borneo, sus zapatos nuevayorquinos en cuero de mastodonte, sus camisas en telas de algodón bruñido y sedas glamurosas del medio oriente. Estarán sus íntimas y pundonorosas piezas de retal otoñal, acompañadas de una marea, la de su esposa, de zapatos de tacón alto, de sandalias y ropa de playa, trajes de recepciones vespertinas, piedras precisas y preciosas esmeraldas, especialmente obtenidas de las manos patronales de las minas colombianas de Nemocón y Coscuez, vestidos y más vestidos elegantes de competencia papal, innumerables frasquitos de esencias perfumantes y un cúmulo de documentos privados donde certifican las acciones y valores fiduciarios, escrituras de propiedades de la familia presidencial.
El Señor Presidente hace votos, muy devoto, de un tránsito rápido de estos meses que le faltan para terminar su mandato visible y celestino, orientado a obtener metas en toneladas de chatarra fusilera, de miles de kilos dinamiteros y cartucheras con pistolas 9 mm de uso privativo de la guardia venezolana. Cumplidos esos objetivos con los elogiosos discursos de la mamertería occidental y con la doctrina Damasco inyectada a la Fuerza Pública en narcóticas palabras y barridas cupulares, el Señor Presidente no ve el momento en que pueda sacudirse del posconflicto en llamas que arde en toda la república. Cuenta y revisa mentalmente las maletas y el flete a pagar en la británica empresa de aviación que lo transportará en la noche de 7 de agosto del 2018 a la mansión londinense. Habrá que solicitar permiso, al nuevo Presidente, para que un avión de la FAC lo lleve a su gozoso destino.
Lo que no sabe el Señor Presidente, y que sí sabe el Mariscal de Campo y Almirante de Fragata Echandía, enviado adelantado para revisar las cañerías de su mansión londinense y, especial búsqueda de un tesoro sembrado en el jardín, es que Echandía hundió y hundió la pala en el sitio prometido y señalado. Y la caleta no estaba allí.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: noviembre 7 de 2017