Al caso de Samper Ospina se le ha dado una trascendencia desproporcionada. Preocupa el silencio y cobardía de muchos uribistas.
En Colombia se vive un clima de absoluta crispación política en la que el combustible es el odio y la intolerancia. Difícilmente pude encontrarse una persona más insultada, injuriada y calumniada que el expresidente Álvaro Uribe. Sus malquerientes no ahorran calificativos para referirse a él, a sus hijos y han llegado al extremo de enlodar el honor y dignidad de su señora esposa, doña Lina Moreno.
El caso concreto del humorista Daniel Samper quien evidentemente sí violó la intimidad de la hija recién nacida de la senadora del Centro Democrático, Paloma Valencia (Lo invitamos a leer “La violación”), merece ser revisado a la luz de la calma y la ponderación, pues los hechos hablan por sí solos.
Amparado en un supuesto “humor”, Samper Ospina ha dedicado muchas de sus columnas en la revista Semana a descalificar al expresidente Uribe. En una de ellas, intitulada “Uribe Guerrillero”, publicada en mayo de 2016, describe al expresidente como si fuera un jefe criminal. Un año antes, había escrito otra en términos muy desafortunados en la que planteó lo siguiente: “aunque consigan salir adelante los diálogos de La Habana, en Colombia no habrá paz si la sociedad civil no consigue que se desmovilice el uribismo”.
Aquella sindicación, por supuesto caldea los ánimos, pues el uribismo, para infortunio del humorista Samper Ospina, es la principal fuerza opositora democrática que hay en Colombia. En estricto sentido, las desmovilizaciones se implementan con los grupos armados organizados al margen de la ley y resulta francamente inaceptable que un columnista que es bastante leído y que cuenta con millones de seguidores en sus redes sociales, sea tan irresponsable de poner al principal partido de oposición al mismo nivel de una organización terrorista.
Aquellas sindicaciones siempre traen consecuencias, más en un país con niveles de violencia e intolerancia tan elevados como el nuestro.
Propios y extraños deben reconocer que Samper Ospina abusa de la libertad constitucional que lo cobija para expresar sus opiniones y sus “salidas chistosas”. Descalifica a las personas –siempre a quienes son sus opositores ideológicos-, haciendo chistes de sus defectos físicos y más recientemente abusó de la hija recién nacida de una parlamentaria, desatando un descomunal matoneo en contra de ella, por el nombre con el que sus padres decidieron bautizarla.
Es evidente que los grandes medios de comunicación de nuestro país no son partidarios de Uribe ni de su partido político. De hecho, éstos se han constituido en unos fiscales permanentes de todas sus actuaciones.
Hay directores de medios que han llegado al extremo inaudito de utilizar el presupuesto de su empresa para pagar pauta en redes sociales de artículos difamatorios contra el expresidente Uribe o sus aliados del Centro Democrático, como en efecto ha hecho el director de El Espectador, el señor Fidel Cano Correa.
Con ocasión del trino de Álvaro Uribe contra el humorista Daniel Samper Ospina, que ha transpolado su odio contra el presidente a toda la sociedad antioqueña, se desató un profundo debate que despertó, como era de suponer, una muy conveniente solidaridad de cuerpo entre los así llamados “más influyentes” periodistas de Colombia, muchos de ellos beneficiarios de cantidades muy significativas de la denominada mermelada santista.
Algunos de los solidarizados con Samper Ospina son personas que abusan de sus medios para acriminar irresponsable e ilegalmente a uribistas. Ejemplo concreto, el nariñense Néstor Morales, director de Blu radio.
Bueno sería que esos periodistas que hoy no ocultan su indignación, de vez en cuando alzaran su voz para descalificar adjetivos violentos que son frecuentemente utilizados en contra del expresidente Uribe, su familia y los militantes del Centro Democrático.
Este episodio pone en evidencia el pulso por el poder de cara a las elecciones de 2018. Los enemigos históricos del uribismo, muchos de ellos agazapados en los “grandes” medios de comunicación, van a tratar de utilizar este episodio para sacar réditos de todo tipo. Unos, que desean ver al expresidente “condenado”, aclaman un proceso penal. Otros, se han apresurado a impartir certificados de defunción del uribismo, asegurando que el Centro Democrático no tendrá salvación. Los más avezados se han apresurado a exigir una suerte de “veda” mediática contra Uribe y todos sus copartidarios.
Si aquel va a ser el tono de la disputa, pues bienvenido sea. En todos los escenarios habrá posibilidad de una solución, siempre y cuando el uribismo cierre filas entorno al jefe natural y único de la colectividad.
Resulta lamentable la reacción tardía de unos pocos y el silencio cobarde de muchos que cuando se trata de ser beneficiarios de los votos del expresidente, henchíos de orgullo se proclaman a sí mismos como uribistas, pero a la hora de asumir el debate en momentos de dificultad, salen despavoridos. Fueron muy pocos los que desde el primer momento cerraron filas entorno al expresidente. Algunos, se pronunciaron tardíamente y bastantes, temiendo ganarse la malquerencia de los periodistas de Colombia, prefirieron voltear la mirada y hacer de cuenta de que este tema no es con ellos.
Al final del día, esta no es más que una escaramuza sin importancia, a la que se le ha querido dar una trascendencia mucho mayor de la que en realidad tiene. Y por eso, preocupa la atonía de aquellos que en tiempos electorales les han prometido a los electores uribistas que “se harán moler” por Uribe, su partido y su doctrina.
Publicado: julio 17 de 2017