No se puede hacer como el avestruz, que entierra su cabeza en la arena y decir inútilmente que el gobierno del presidente Iván Duque no tiene grandes dificultades, y que la impopularidad que se registra en todas las encuestas es el resultado de una calificación injusta de la opinión pública.
Desde siempre, se supo que Duque no la tendría fácil. Él heredó un país totalmente descuadernado y sometido a la peor de las operaciones de corrupción de que haya memoria. Durante los 8 años del gobierno anterior, la bancada que acompañó al régimen santista en el Congreso de la República, funcionó a través de sobornos, los cuales fueron presentados bajo el benigno nombre de mermelada.
Si algo debe reprochársele al presidente Iván Duque, fue su terca e incomprensible decisión de no hacer un corte de cuentas el 7 de agosto de 2018. Hoy, él paga el costo de no haber querido informar sobre el estado real en el que se encontraba el país que entregó Juan Manuel Santos.
Claro que el gobierno se ha equivocado, pero ello no significa, ni mucho menos, que el presidente no tenga la capacidad para gobernar a Colombia. Muchos de los ministros no han estado a la altura de las circunstancias, ni se han querido poner, al decir popular, la camisetade la administración Duque.
Conduele ver a algunos de los ministros, ejerciendo sus respectivos cargos, sin el compromiso y la ardentía que se requiere. El presidente, que es consciente de esa situación, se ha tardado en implementar los cambios necesarios en su gabinete.
Una de las grandes conquistas del gobierno, es la de haber roto la nefasta relación transaccional que existía entre el Ejecutivo y el Congreso, implementada por Santos. Aquello corrompió a la clase política, con presencia en el parlamento. Los senadores y representantes, dejaron de lado su capacidad deliberativa y se dedicaron a gozar de las prebendas que les ofrecía el gobierno a cambio de su voto en los proyectos definitivos para consolidar, por ejemplo, el acuerdo de impunidad suscrito con la banda terrorista Farc.
Los cambios implementados por el presidente Iván Duque generaron traumatismo. Colombia iba aceleradamente hacia el abismo. Santos convirtió a nuestro país en un cómplice de la tiranía venezolana y eso había que detenerlo. En materia de política exterior, el actual gobierno asumió el liderazgo regional en la denuncia de las arbitrariedades de la dictadura liderada por Nicolás Maduro.
Así mismo, emprendió las medidas necesarias para recibir a cientos de miles de venezolanos que huyen de la satrapía que los agobia. Se acudió a las Naciones Unidas, con el fin de lograr la designación de un comisionado para atender la crisis migratoria. Igualmente, Colombia se consolidó como el país líder en el denominado grupo de Lima, organización que acoge a las democracias de América que tienen el objetivo común de devolverle la libertad a Venezuela.
La extrema izquierda ha ejercido una oposición mezquina, irresponsable y mentirosa. Gustavo Petro, grabado mientras recibía una bolsa llena de dinero en efectivo, no pudo asimilar la derrota electoral del año pasado, razón por la que se ha dedicado a hacer una oposición rastrera y miserable, estimulando el odio de clases y la división de nuestra sociedad.
Si bien es cierto que el país no pasa por su mejor momento, no menos lo es que con Iván Duque estamos en el mejor de los escenarios posibles.
Así los efectos de las políticas emprendidas por el actual gobierno, no se sientan, los resultados positivos, serán palpables en el mediano plazo.
Es mucho lo que le falta al presidente Duque, pero buena parte de los problemas no están en su liderazgo, sino en sus colaboradores que han sido personas a las que, hay que decirlo, les quedaron grandes las responsabilidades que les fueron delegadas.
Si hay una materia en la que el gobierno se raja irremediablemente es en la comunicación de las ejecutorias de la administración. En consecuencia, uno de los cambios que debe implementarse en el término de la distancia es, precisamente, en el equipo de prensa y comunicaciones de la Casa de Nariño.
Resulta frustrante descubrir que muchas de las labores del gobierno no se conozcan, precisamente, por falta de una estrategia de comunicaciones eficaz.
Iván Duque llegó al gobierno y desafortunadamente le correspondió entrar a solucionar una montaña de problemas que dejó Juan Manuel Santos, quien permitió, por ejemplo, que nuestra geografía se llenara de cultivos ilícitos.
Hoy, Colombia es un mar de coca y las consecuencias de aquello se sienten todos los escnearios. El gobierno nacional, ha hecho hasta lo imposible para reversar la terrible situación de los cultivos ilícitos que se constituyen en una amenaza real sobre nuestra democracia.
El primer año de gobierno no fue sencillo, pero tampoco de aprendizaje como injustamente sentenció la revista Semana, medio de comunicación dirigido por el sobrino de Juan Manuel Santos y con una agenda ideológica perfectamente identificable.
Duque llegó a administrar un país sumido en el caos y es ingenuo creer que en 12 meses se solucionaría el desorden que Santos dejó como herencia.
Publicado: agosto 7 de 2019
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