Serenidad, valor y sabiduría

Serenidad, valor y sabiduría

Después del Padrenuestro, probablemente la oración más apreciada es la de la Serenidad, que dice así: «Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; valor para cambiar las que puedo; y sabiduría para reconocer la diferencia».

Está oración es especialmente recomendable para los gobernantes, que al actuar sobre la realidad social se encuentran, en efecto, con unas situaciones que no pueden modificar y otras cuya transformación exige de ellos enorme acopio de valor.

Es el caso del presidente Duque, que al iniciar su mandato tiene que habérselas con un país literalmente hecho trizas debido a los estragos de la gestión de su antecesor.

Como Salomón, debería pedirle a Dios un corazón para juzgar al pueblo y para discernir entre el bien y el mal (Reyes, 3,9).

Difícilmente registra nuestra atareada y trágica historia el caso de un gobernante que deba enfrentar retos tan difíciles. Pero es joven, inteligente y corajudo. Falta ver si también sabe escuchar y rodearse de consejeros que iluminen su juicio sobre lo que le corresponde hacer para salvar a Colombia de gravísimos riesgos que la circundan.

Es posible que el riesgo de caer bajo las garras de las Farc, que se hizo patente con el texto del NAF, esté conjurado por ahora, dado que el pueblo rechaza a esos empecinados criminales. Pero, en cambio, siguen vivas las asechanzas de falsos profetas que se mantienen en estado de alerta para aprovecharse de sus dificultades, sus yerros y sus fracasos.

Por ahí andan Claudia López enarbolando la bandera de la lucha contra la corrupción, Gustavo Petro diciendo que él es el personero de los humildes, Sergio Fajardo presentándose como el que es capaz de unir a los colombianos, y otros más a los que parece interesarles que Colombia se hunda, para después anunciarse como sus salvadores.

Alfonso López Pumarejo, que era un buen conocedor de nuestra mentalidad, decía que ganar la presidencia en Colombia semejaba un juego de vara de premio: la gente aplaude y vitorea al que la corona, pero luego se sienta a ver cómo hace para tenerse allá arriba.

Se ha cumplido un mes del ascenso de Duque a la magistratura suprema, y ya son muchos los que, en lugar de ofrecerle su concurso para que salga avante en sus propósitos, están a la expectativa de sus frustraciones,ignorando que la suerte de la patria está inexorablemente ligada al buen suceso de este gobierno.

En la admirable charla que nos brindó el lunes pasado Rafael Nieto Loaiza en la Tertulia Conservadora de Antioquia, fue enfático en afirmar que necesitamos que el presidente Duque haga  una excelente gestión, pues, de lo contrario, podríamos caer en el cenagal de una izquierda populista que terminaría sumiéndonos en situaciones tan indeseables como las que han soportado otros países de la región sobre los que el Foro de San Pablo ha ejercido su funesta influencia.

Hay que darle un voto de confianza a Duque, pero es necesario que él escuche el justo clamor de sectores que se sienten desatendidos por sus primeras decisiones de gobierno. Hay rumbos que sería conveniente enderezar desde ya en aras de la gobernabilidad que tan esquiva se le presenta.

La historia muestra ejemplos de gobernantes que comenzaron en medio de las circunstancia más adversas, tales como Luis XIV en Francia y Pedro el Grande en Rusia, que tuvieron que enfrentar la rebelión de los señores y terminaron doblegándolos. Pero les tocó vivir en otras épocas. La actual, en cambio, les ofrece a los primeros mandatarios, como dijo Gabriel Turbay en memorable ocasión, apenas una «alambrada de garantías hostiles».

Sin congreso ni altas cortes a favor, poco dispuestos a la colaboración armónica que ordena la Constitución; ni prensa amigable; ni altos niveles de apoyo en la opinión pública; ni recursos financieros  para atender necesidades apremiantes; ni fuerza pública confiable, etc., bien parece que Duque, como el personaje de ese tangazo de Lito Bayardo que titula «Cuatro Lágrimas», podría recitar:

«Cuando tuve que enfrentarme mano a mano con la vida

Cuando me encontré en la senda de mi incierto porvenir,

Comprendí que estaba solo para iniciar la partida

Sin más chance que mis ansias de triunfar o sucumbir.

Y después, cuando mis padres me besaron en la frente

Y lloraron por el hijo a quien nunca vieron más,

Me alejé por esos mundos a luchar serenamente

Y aguantando mil reveses, al final pude llegar…»

Eso le toca hoy a Duque: luchar serenamente, aguantar mil reveses, cultivar sus ansias de triunfar.

Bajo la guía de Dios y protegido por su gracia, ello será posible.

Jesús Vallejo Mejía

Publicado: septiembre 13 de 2018