Radiografía de un traidor

Radiografía de un traidor

Con voz pausada y tono amenazante, Hugo Chávez pronunció esta frase en la V cumbre de Petrocaribe (julio 13 de 2008): “yo quiero hacer un llamado a la reflexión al ministro de defensa de Colombia, porque se ha convertido en un francotirador. Se lo dije al Presidente Uribe porque hablamos más de 2 horas… entonces sale el ministro Santos que ha dicho una y cien veces que Venezuela es enemiga de Colombia; ha dicho que yo, Chávez, soy el enemigo número uno de Colombia. Más peligroso que las Farc. Así lo ha dicho. Y es el ministro de defensa. Y quiere ser presidente. Llamo al presidente Uribe a que ponga en su sitio a su ministro de Defensa. ¿Quién lo manda? United States. Ese es el jefe del ministro Santos…El ministro Santos es un guerrerista, de la extrema derecha colombiana”.

Juan Manuel Santos aparentaba ser ante el mundo un hombre recio, de mano firme, con discurso sólido ante la guerrilla de las Farc y sus aliados regionales. Santos buscaba ganarse la confianza del pueblo colombiano.

Su reciedumbre era una pantomima. Tres meses después de haber asumido la presidencia de Colombia, en la asamblea general de la Sociedad Americana de Prensa que se desarrollaba en México (noviembre 8 de 2010), Santos sorprendió a los colombianos al decir que Hugo Chávez era su “nuevo mejor amigo”.

El domingo 20 de junio de 2010, en el coliseo El Campín, la campaña santista celebró la victoria en segunda vuelta ante Mockus. Fue un evento multitudinario al que asistieron miles de uribistas que votaron por Santos, confiados en que con él se le diera continuidad a la política de Seguridad Democrática.

En su discurso, Santos, aparentemente emocionado, dijo: “quiero rendir homenaje a un hombre excepcional que transformó positivamente a nuestro país. Muchas gracias, muchas gracias presidente Álvaro Uribe Vélez. Los colombianos sólo tenemos gratitud y reconocimiento hacia su magnífica obra”.

Santos tuvo que cabalgar sobre la popularidad de Uribe para lograr la victoria en 2010

A Juan Manuel Santos no le fue fácil ganar las elecciones presidenciales de 2010. Era un pésimo candidato cuyas dificultades para expresarse en público impedían generar conexión con el electorado. Estaba enfrentado a Mockus, cuya campaña tuvo una impresionante acogida en sectores ajenos a la política tradicional.

Los asesores de la candidatura de Santos le recomendaron que para ganar debía cabalgar sobre la inmensa popularidad del saliente Presidente Álvaro Uribe. Al final de su gobierno, Uribe gozaba de una aceptación superior al 80%.

Por eso, en los foros y eventos, Santos no ahorraba elogios hacia el gobernante del que él había sido ministro: “Presidente Uribe, gracias por ser el mejor presidente de la historia de Colombia”, decía una y otra vez. Al preguntarle cómo sería su gobierno, impostando un rictus de menesteroso declaraba que “ojalá el presidente Uribe fuera mi asesor permanente. Ojalá me aceptara un ministerio”.

Y así, mostrándose en todas las esquinas como el más fiel exponente y continuador de las políticas de Álvaro Uribe, Santos logró convencer a poco más de 9 millones de colombianos que dieron el voto por él en 2010.

El estafador político

Entronizado en la Casa de Nariño, se dieron los primeros síntomas de la estafa política de que había sido víctima Colombia. A través del nombramiento de abiertos enemigos de la política de Seguridad Democrática en cargos clave, como el caso de Juan Camilo Restrepo en el ministerio de agricultura, o la designación de Sergio Jaramillo al frente de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, Santos empezó a mostrar los dientes de la traición.

En “Elogio de la traición”, los politólogos franceses Denis Jeambar e Yves Roucaute, dicen que “la gran traición significa elegir por libre albedrío el camino social de la autonomía, vale decir, la elaboración por el hombre mismo de la ley que ha de gobernarlo. Es un trastorno decisivo, como lo declaran los moralistas”.

Para los autores de esa singular obra, la traición en la política es necesaria para garantizar la continuidad de los procesos sociales, pero hacen la advertencia de que ésta “no es una puerta abierta a los oportunismos: en efecto, la traición encuentra sus límites en la elección. Cuando deja de ser pragmatismo gubernamental y se convierte en mera práctica para perpetuarse en el poder, cuando vuelve la espalda a las aspiraciones del elector, sufre una sanción”.

Para utilizar la terminología de Jeambar y Roucaute, Santos ha rebasado la dosis de traición que es aceptable en el ejercicio del poder. En su desquiciada persecución política y judicial contra las personas que lo condujeron a la presidencia, hirió de muerte los sentimientos de quienes fueron sus electores. Ha utilizado adjetivos peyorativos para referirse al uribismo, al llamar a sus militantes, “miembros de la mano negra”, seguramente pretendiendo compararlos con la banda criminal de ese nombre que asesinó en 1914 al archiduque austrohúngaro Francisco Ferdinand, hecho que desató la primera guerra mundial.

Elogio de la traición, libro que explica en detalle procederes como el de Juan Manuel Santos

En su momento afirmó que los uribistas críticos del proceso de paz son unos tiburones, unos perros y unas aves de mal agüero. Al ex presidente Uribe, ese mismo que de rodillas exaltaba en la campaña de 2010, le ha dicho que es un “rufián de esquina” y recientemente, en una convención del liberalismo, fue más allá cuando expresó que “en mi gobierno nadie está preso por haber comprado la reelección. En mi gobierno, la familia presidencial, lo digo con orgullo, no tienen una sola tacha ni mis hijos ni mis hermanos”.

A comienzos de la década, cuando Juan Manuel Santos estaba perfectamente olvidado y sin ningún reconocimiento político, Andrés Pastrana le tendió la mano nombrándolo ministro de Hacienda. En ese cargo se mantuvo hasta el 7 de agosto de 2002, cuando llegó el nuevo gobierno y fue reemplazado por Roberto Junguito.

En los años 90, Juan Manuel Santos integró un grupo de trabajo de la ONU que hizo la recomendación de crear una zona de distención para llevar a cabo un proceso de paz exitoso con las Farc. Aquella propuesta fue aceptada por Pastrana quien despejó 42 mil kilómetros cuadrados para negociar con la guerrilla durante su gobierno. Para propios y extraños, el arquitecto del “Caguán” fue, precisamente, Juan Manuel Santos.

Hace pocas semanas, en el Aula Máxima de la Universidad del Rosario, Santos fustigó al expresidente Pastrana por haber decretado dicha zona de despeje: “Lo que a todos nos produce tristeza es ver cómo todo un expatrono de a Universidad, que dedicó los 4 años de su gobierno  a buscar la paz, incluso despejando de Fuerza Pública un territorio del tamaño de Suiza, hable ahora de entrega del país y busque deslegitimar un esfuerzo serio, responsable y prudente que todos esperamos que nos lleve a la meta de la paz”, dijo el presidente de los colombianos sin siquiera ruborizarse.

Pero Juan Manuel Santos no sólo ha defraudado a quienes fueron sus impulsores de su carrera política. Gente que ha sido cercana a él, que le han servido, lo han apoyado y rodeado también han sido objeto de su pasión por la traición. María Lorena Gutiérrez es un ejemplo perfecto de ello. Lo mismo podría decirse de Germán Chica, quien fue su compinche de trampas y maldades, cayó en desgracia y hoy huye en los Estados Unidos sin el respaldo de quien fuera su cómplice.

Santos es un gobernante torpe. Lo refleja su bajísimo respaldo popular. Creyó que la estafa a quienes lo condujeron a la Casa de Nariño quedaría impune y ahora, desesperado por la falta de oxígeno político, se adentró en el cenagoso terreno de las ofensas a la familia del ex presidente Uribe; jugada sucia que abre la puerta para que, en respuesta, a alguien le dé por meterse con su familia de la que también hay muchas cosas por decir e historias oscuras por desempolvar.

@IrreverentesCol