Aquellos que militan o simpatizan con el Centro Democrático pensando que aquel es un partido de extrema derecha están, como la célebre campaña publicitaria, en el lugar equivocado.
El CD se fundó sobre el entramado ideológico de Álvaro Uribe Vélez, que carece de cualquier parecido con la extrema derecha, entendida esta como una designación genérica para esquematizar a los grupos políticos que se oponen al régimen propio de las democracias liberales y que respaldan, así mismo, el uso de la violencia.
Uribe es un hombre cultivado en el liberalismo. Para aquellos que no siguieron su carrera política desde los años 80, no está de más que hagan una revisión detenida del manifiesto democrático de 100 puntos que él presentó en 2002, cuando era candidato presidencial.
De alguna manera, aquel listado de principios y propuestas, resume su ideología que no tiene semejanza alguna con los postulados de la extrema derecha. De hecho, su partido originalmente se iba a llamar «Puro Centro Democrático». En su momento, hubo voces que exigieron retirar el vocablo «centro», propuesta que fue desoída de manera inmediata.
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Ahora bien: no puede confundirse la autoridad y la protección de la seguridad, con el autoritarismo y la implantación de un Estado policivo, ejes que mueven a las tiranías de extrema derecha o comunistas.
Mucho se ha dicho y escrito en estos últimos días sobre el resultado de las elecciones del 27 de octubre, en las que el Centro Democrático evidentemente obtuvo un resultado inferior al que se esperaba. Algunos, desde el partido, le achacan la responsabilidad al gobierno, mientras que el presidente Uribe, con total generosidad y desprendimiento, ha asumido personalmente esa carga, poniéndole punto final a esa discusión, inane por demás, pues no es tiempo de mirar hacia atrás, sino de preparar el terreno para lo que viene. Como bien dijo el exmandatario: la lucha por la democracia no termina.
Hay hechos ciertos que no pueden desconocerse. Uno de ellos, tiene que ver con la oposición interna que desde el Centro Democrático se le ha hecho a Iván Duque, desde el mismo instante en que él manifestó su voluntad de aspirar a la presidencia.
La campaña de desprestigio ha sido sistemáticamente infame y, curiosamente, proviene de sectores extremistas que hacen parte de la colectividad que avaló la candidatura de Duque.
Cuesta entender que desde el partido de gobierno, se le haga oposición a un presidente elegido con las banderas del uribismo.
Algunos aseguran que la desconexión entre la Casa de Nariño y el Centro Democrático se debe, concretamente, a la “falta de representación política”. Quizás ese argumento tenga algún asidero, pero la relación gobierno-partido debe estar por encima de asuntos burocráticos.
El diálogo Duque-Centro Democrático no ha sido fluido. Es entendible que el presidente de la República tenga reservas frente a ciertos sectores de la dirigencia de su colectividad, como consecuencia de las trastadas que aquellas personas le han hecho -por debajo de cuerda-, desde que asumió la presidencia de la República.
En sana lógica, los jefes naturales del Centro Democrático son el presidente Uribe -su fundador y presidente vitalicio- y el presidente Iván Duque, quien, de acuerdo con una alta fuente gubernamental, se ha mantenido al margen del día a día del CD, por respeto a la persona de Álvaro Uribe Vélez.
Muchos uribistas-duquistas, han extrañado que el presidente Duque no haya hecho uso del derecho que tiene sobre su partido. Él ganó las elecciones presidenciales y goza de la legitimidad para, junto al presidente Uribe, trazar y liderar la agenda programática del mismo.
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El discurso del Centro Democrático no puede rezagarse. Si bien es cierto que la contemporización riñe con la entereza doctrinaria, no menos lo es que los tiempos cambian a velocidades inusitadas y la gente, los electores, esperan de sus políticos -y de los partidos- propuestas y alternativas sensatas y aplicables a los problemas cotidianos que los aquejan. Las dificultades son mucho más grandes y trascendentales que el tema del “castrochavismo”, amenaza que existe, pero que debe ser un asunto más de la agenda y no el centro de la misma.
El presidente Uribe es y será por siempre un referente del Centro Democrático. Sus ideas gozan de plena vigencia, pero lo cierto es que el relevo en el liderazgo del partido tendrá que darse en algún momento, y la persona que debe asumir el mando es Iván Duque quien, sobre todo, necesita que su partido se convierta en el motor que impulse los ejes sobre los que se ha montado su programa de gobierno.
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