Negligencia de probabilidad

Contradiciendo mis recomendaciones el encargado de la finca y ante la insistencia de unas adolescentes, sobrinas acompañantes de un colega invitado, les preparó unas monturas. Con sentido común, eligió los caballos más mansos y él caminaba adelante como guía. Nuestra impresión fue mayúscula: el más dócil de los caballos, ante algo que hizo la joven se espantó. Vimos pasar este animal desbocado y la joven inexperta – para colmo de males- le había soltado las riendas para agarrarse de la tejuela de la silla de montar. A Dios gracias, el animal se detuvo cuando encontró la cerca. Así son las emociones: instintivas, primitivas y el miedo una de ellas. La reacción del caballo, ¡amenaza, huida, supervivencia!

Como decidimos, ¿con la razón o con la emoción?

Disfruto los sábados en la tarde; almuerzo familiar y luego salgo a caminar. Con entusiasmo voy al Baloto y compro un numero al azar. Solo uno para tentar la suerte. Ya con el billete en el bolsillo construyo, camino de regreso, todo un castillo de ilusiones sobre lo que haría si gano este premio. Regreso a casa con optimismo “millonario” a disfrutar este receso.

Las emociones pueden ser negativas o positivas. Estas pueden determinar la decisión de jugar al azar o no. Las posibilidades que tengo de ganarme el Baloto :1 en 15 mil millones. Sin embargo, la probabilidad de los resultados me hace sentir tan bien que la emoción positiva anula mi calculo y raciocinio. No los escucho y compro el billete.

Las emociones negativas pueden llevar a tomar decisiones erradas, egoístas o mezquinas. En el momento de escribir estas líneas la realidad del Covid -19 en Colombia: es la siguiente: 1780 infectados,100 recuperados y 50 muertos. Sin embargo, esta realidad nacional pasa a ser de segundo plano y solamente se ve la de España, Italia. ¡La persona cree que está en Guayaquil no en Bogotá! El miedo y la ansiedad se imponen: va al supermercado y desocupa los estantes, Se lleva toda la reserva de alcohol, gel. etc. Y de ahí a la droguería: arrasa con guantes y mascaras. Al salir recuerda y se devuelve: ¡cloroquina y azitromicina…” mejor prevenir”!  Esa conducta no es racional. El miedo y la ansiedad hacen que se comporte de esa forma avara, no solidaria.

Este comportamiento es autodestructivo, dispara unos mensajeros cerebrales: cortisol, noradrenalina como respuesta al estrés. La presión arterial se sube, hay palpitaciones, no duerme bien y bajo esta influencia se trabaja con el ritmo circadiano alborotado. La persona es prevenida, agresiva e irritable. Alto riesgo de enfermedad cardio-cerebrovascular.

Denominamos esta conducta como “negligencia de probabilidad.”. En otras palabras, los probables resultados -aunque sean remotos- determinan nuestro proceder. Nos olvidamos de la pregunta real: ¿qué tan probable es que esto ocurra?

Nuestra tasa de mortalidad, COVID-19, de los casos positivos: 2.36%. La tasa promedio del factor contagio:1.14 (INS, Universidad Nacional).

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En tiempo de crisis es prioritario proteger nuestra salud mental y bienestar. El equilibrio entre razón-emoción es necesario. Hay que mantenerlo balanceado para que nuestras conductas se caractericen por la sensatez, prudencia y solidaridad. Hoy las redes transmiten el transcurrir de la pandemia como si fuese una carrera contrarreloj y no nos dejan “contar hasta 10” para responder. En automático vivimos.

Para evitar que el número de casos se dupliquen esta semana en el país, tenemos que seguir las medidas recomendadas. Aceptarlas en forma inteligente y obedecerlas -razón- para frenar la pandemia. Nos comprometemos y acudimos a la generosidad -emoción: alegría- porque sé que, cuidándome, mi familia y mis semejantes están protegidos.

@Rembertoburgose

Publicado: abril 10 de 2020