Durante 3 años y medio, el exfiscal Eduardo Montealegre y Juan Manuel Santos tuvieron una alianza política que parecía blindada e irrompible.
Mientras Santos tiraba la línea, Montealegre hacía lo que le correspondía. Así, la Fiscalía General de la Nación se convirtió en un directorio político adscrito a la denominada unidad nacional, que iniciaba investigaciones, adelantaba imputaciones de cargos y emitía órdenes de captura, algunas de ellas internacionales contra los malquerientes de Santos.
La fórmula les funcionó divinamente y por eso no tuvieron ningún problema en ponerla en marcha luego de que tuviera lugar la primera vuelta presidencial de 2014 en la que el candidato del Centro Democrático superó a Santos por cerca de 400 mil votos.
En ese momento, cuando el gobierno se sintió en la cuerda floja y la posibilidad de perder la segunda vuelta era muy alta, se puso en marcha el plan macabro del hacker.
Sea lo primero aclarar que Andrés Sepúlveda sí fue vinculado a la campaña de Óscar Iván Zuluaga por parte de quien tenía el mando sobre la misma, el denominado guía espiritual de Zuluaga, Luis Alfonso Hoyos.
De acuerdo con la versión de la campaña, Sepúlveda tenía funciones específicas relacionadas con el manejo de las redes sociales y la difusión de los mensajes del candidato uribista a través de diferentes comunidades virtuales que se establecieron durante la campaña.
No existe la menor duda de que Sepúlveda es un delincuente que se vende al mejor postor. Trabajando en la campaña de Zuluaga fue fácilmente reclutado por agentes de la Dirección Nacional de Inteligencia para efectos de poner en marcha un proyecto de desestabilización que le diera la vuelta a las elecciones presidenciales.
Y les funcionó a la perfección gracias a la ayuda que en su momento les prestó la fiscalía de Montealegre que puso al CTI al servicio de la estrategia.
Danny Julián Quintana, otrora actor de videos de música popular, cercano amigo del exvicefiscal Jorge Fernando Perdomo fungía como director del CTI. A él le llegó toda la información para efectos de llevar a cabo un ruidoso allanamiento a la oficina y a la casa de Sepúlveda pocos días antes de la segunda vuelta, con lo que se desató el escándalo que le costó a Zuluaga la presidencia de la República.
El almirante retirado Álvaro Echandía, experto en montajes y en hacerle mandados a Juan Manuel Santos desde que éste era ministro de Defensa del gobierno Uribe es, desde su creación, el director de la Agencia Nacional de Inteligencia, entidad que reemplazó al DAS.
Desde allí, Echandía se ha convertido en una suerte de policía político que intercepta, persigue, estructura montajes y difunde mentiras sobre los opositores de Santos.
Fue él quien le entregó a Danny Julián Quintana la orden de trabajo para estructurar la redada contra Sepúlveda y liquidar la candidatura presidencial del Centro Democrático.
El plan criminal parecía perfecto hasta hace unos pocos días cuando Quintana, por fuera de la Fiscalía gracias al cambio que se dio en esa entidad cuya nueva cabeza, Néstor Humberto Martínez, se ha concentrado en adelantar una depuración de la corrupción sembrada por Montealegre, rompió su silencio y comenzó a cantar.
Ya en el asfalto, sin la protección de Montealegre y Perdomo -que de ser aliados incondicionales se convirtieron en enemigos irreconciliables de Santos- Quintana literalmente se descoció y delató a todos los que fueron sus compinches en el montaje contra la campaña de Zuluaga.
Ha declarado que en las actividades de Sepúlveda nada tuvo que ver el presidente Uribe, ni Óscar Iván Zuluaga o su hijo David. En palabras suyas, la única persona de la campaña de Zuluaga contra la que existían indicios es el guía espiritual Luis Alfonso Hoyos. Así mismo, enfatizó que toda la investigación se desprendió por información proveída por la Dirección Nacional de Inteligencia, es decir del gobierno de Santos.
El asunto se enrarece aún más por cuenta del ofrecimiento burocrático que el almirante Echandía le hizo a Danny Julián Quintana horas antes de que este compareciera ante la Corte Suprema de Justicia. Al enterarse de que el exdirector del CTI concurriría a declarar sobre ese asunto, Echandía lo citó en su apartamento para intentar sobornarlo: si guardaba silencio, lo nombrarían en un altísimo cargo adscrito al ministerio de Hacienda.
Pero la decisión de Quintana de declarar era irreversible. No había puesto ni dinero capaz de detener su voluntad de contar la verdad y de aclarar cómo desde la Casa de Nariño se orquestó un sucio complot para acabar con la candidatura presidencial de Zuluaga.
Ahora, Quintana siente que su vida está en peligro. Ha pedido protección para que no lo maten, solicitud que angustia sobremanera en la Colombia del supuesto posconflicto. Como acertadamente apuntó el abogado penalista Juan Cárdenas: “es increíble que el exdirector del CTI en el país del Nobel de Paz diga que espera seguir vivo para contar la verdad”.
No habrá cortina de humo lo suficientemente densa, ni intento por desviar la atención, ni anuncio pomposo desde La Habana capaz de silenciar esta gravísima revelación. La delación que está haciendo Danny Julián Quintana sobre cómo él y sus secuaces el almirante Álvaro Echandía, el exfiscal Montealegre y el exvicefiscal Perdomo complotaron contra la campaña de Óscar Iván Zuluaga será, sin duda alguna, un escándalo cuyos responsables deben recibir el castigo que merecen.
@IrreverentesCol