Sergio Araujo Castro: Hablar con las Farc

Sergio Araujo Castro: Hablar con las Farc

plebisCuesta entender qué hacen el Centro Democrático y los voceros del NO dialogando con el gobierno Santos… Ésta administración se tiró seis años pactando un acuerdo con las FARC, lo firmó y lo presentó en 297 páginas como su máximo logro para que Colombia lo refrendara, así que supongo que “el mejor acuerdo posible” les produjo plena satisfacción.

Pero, a la mayoría de los votantes no nos satisfizo. Y como las reglas de la democracia son esas, el acuerdo se cayó. “Si gana el NO, el acuerdo no existe” dijo Humberto De La Calle, en una premonitoria entrevista que dio días antes del plebiscito, tratando de infundir miedo para no perderlo.

Tal cual: La propuesta se hundió por decisión popular y aunque se haya firmado y “depositado” en Ginebra, ya no existe, como bien explicaron los suizos. Entonces, ¿qué sentido tiene estar hablando con los voceros de Santos sobre lo que el pueblo ya negó?

Lo razonable, si queríamos persistir en concretar la inserción de las Farc a la civilidad, habría sido que al día siguiente del plebiscito, el Ministro del interior y la política renunciara por su fracaso político, el gobierno cediera espacio de negociación a los representantes del NO y les facilitara presentar a las Farc las propuestas sustitutivas bajo el entendido que no todas serían aceptadas. La contraparte -que no es el gobierno sino la guerrilla- tendría que decidir si mover hacia adentro sus líneas rojas, para quedarse con el 50 por ciento del acuerdo, pero ahora aceptado por el 100%, en vez de lo contrario.

Aún hoy, lo absolutamente lógico sigue siendo que quien ganó conduzca la fase concluyente del diálogo con miras a incorporar las Farc a la vida civil y política, en un esquema razonable que mantenga beneficios excepcionales para estimular la cesación de sus quehaceres criminales, sin derogar instituciones centenarias.

Juan Manuel Santos jugó todas sus cartas por firmar con las Farc… Perder el plebiscito tuvo que ser muy duro. No obstante, el Nobel llegó a restañarle dignidad política; sin duda semejante reconocimiento redefine su papel y le perfila, ya no como un presidente impopular tras una paz esquiva, sino como un “peace-maker” universal e intemporal que necesita terminar la tarea.

Enaltecido con el premio, Santos recupera ductilidad política y puede nombrar una comisión de acompañamiento a la delegación negociadora de la oposición, encabezada por Alvaro Uribe, Jaime Castro, Andrés Pastrana y un grupo de asesores, para que, con plazo finito y razonable, definan con la guerrilla si existe voluntad y sensatez para acatar el mandato de corrección que dio el plebiscito y procedan a producir un texto final que se vuelva a votar, para que no sea el Congreso marrullero que tenemos, el que nos enrede un buen final.

El acompañamiento gubernamental no debe ser con los mismos negociadores del gobierno que redactaron con las Farc las 297 paginas negadas. A la segunda fase que surge del plebiscito no debe llegar el gobierno con “síndrome de Estocolmo” pendiente de defender su criatura.

Así mismo, sería sano que dos expresidentes sin aspiraciones a reelegirse y un hombre curtido, de la talla intelectual de Castro, responsablemente articularan el epílogo de la negociación, en vez de precandidatos presidenciales con agenda electoral.

Eso sería lo lógico, lo deseable y lo sensato. Pero…

Si las Farc no ceden, tampoco quiere decir que haya que aceptarles berrinche a 7.000 sediciosos cuando ya Colombia votó y decidió. Ese cuento de que estamos conminados a firmar al precio que les dé la gana, no es así.

Si se empecinan en que el texto no se toca y dan un portazo en la cara a la mayoría que democráticamente negó premiarles con un sinfín de beneficios y dádivas, lo digno, lo legal, lo obligatorio, que se vuelve un deber inmediato, es someter a esa guerrilla al imperio de la ley con la mayor contundencia Judicial, policial y militar posible.

Ojalá prevalezca la sensatez y el Secretariado entienda que 44 millones no cederemos pasmados de miedo bajo la amenaza de un puñado en posición desproporcionada. Ningún estado es viable si, cuando trata de ser magnánimo con quienes se alzan, éstos logran arrodillarle bajo chantaje.

@sergioaraujoc