Elementos de Protección Policial

Elementos de Protección Policial

La repetición es la clave del aprendizaje y la perseverancia, afirman nuestros abuelos, obtiene los logros. No dejaremos de insistir en los temas bioseguridad y los elementos de protección personal (EPP) para cumplir con el imperativo social de cuidar el personal sanitario. El control y la atención de la pandemia requiere de un personal de salud seguro, protegido por el gobierno y celosamente resguardado por la sociedad.

La voz de la Organización Mundial de la Salud (OMS) solicitando un 40% de aumento en la producción de los instrumentos de bioseguridad no puede interpretarse sino como un grito de alarma para cumplir estos requisitos. Desde hace varias semanas, se ha expuesto esta deficiencia que deja sin protección adecuada a los de primera línea de batalla. El inventario de necesidades mensuales incluye: 89 millones de mascarillas,76 millones de guantes y 1.6 millones de gafas de seguridad.

Quizás el llamado a la suplencia de estas necesidades y el uso racional de las mismas, permitirá que nuestro personal sanitario este realmente protegido. La demanda mundial hizo que el mercado se disparara y esta condición humana, no solidaria, elevó los valores de estos elementos los cuales se han triplicado. El documento técnico de la OMS del 6 de abril, es una orientación apropiada sobre el uso de estos elementos en la escasez. Trabajar en la pobreza sin que la calidad se deteriore, vaya reto.

Una comunidad de 13 asociaciones médicas mundiales que representan a 30 millones médicos de 120 países emitió una sentida declaración condenando el incremento de los ataques al personal sanitario. Se han denunciado cerca de 200 amenazas a seres humanos que por vocación exponen su vida para cuidar a sus semejantes. Hay que recordar pandemias anteriores para intentar comprender mejor el comportamiento colectivo del conglomerado social que amenaza. Citar los casi 400 ataques en la República del Congo contra personal e instalaciones sanitarios que luchaban contra el Ébola nos muestra esta recurrente y vieja señal de embestir a quienes nos defienden. Esta no puede ser la emoción primaria con quien cuida nuestra vida. Que faena: proteger la vida de los demás y hacerle gambeta a las propias amenazas.

No quiero estigmatizar ninguna región del país, pero lo sucedido anoche en Barranquilla con el envío de dos sufragios al colega intensivista es inaceptable. Verle asustado y llorar en el video produce escalofríos e indignación. Este no es el caribe que nos tranquiliza y relaja cuando estamos sobresaltados. Es una región sometido a tantas presiones que se equivoca en señalar a los responsables.

Hay un grupo de enfermedades donde el sistema inmunológico, anticuerpos y otros elementos de defensa, se confunden y comienza a atacar al huésped como si fuera el agresor. Dejan de reconocer lo de uno y arman un autoataque que termina aniquilando al huésped. Tienen dos componentes que lo desencadenan: genéticos y ambientales. No sé en qué momento se metió en nuestro DNA comportamental atacar al personal sanitario. Agredir a quienes nos defiendan, la gran paradoja. Ejercer amenazado, la dolorosa realidad.

El Caribe es experto en cambiar el significado de las abreviaturas. Ahora EPP es el acrónimo que representa los elementos de protección policial. Bellacos los que no entienden que es arriesgar la vida y la de su familia por cuidar a otros. El intensivista que mira los ojos de su paciente y el lente de la vocación le hace olvidar las pupilas de sus hijos. Auscultar los latidos del corazón enfermo y agónico y simultáneamente la disciplina le hace olvidar los ectópicos llamados temerosos de su mujer.

Los efectos adversos en medicina son una realidad y hay que disminuirlos. La depresión, la inseguridad, la distracción y la incertidumbre del personal sanitario son algunas de sus causas. Pero hay otro, la amenaza a a la integridad y la vulnerabilidad del profesional que experimenta desamparo antes estas situaciones de conflicto cercanas.

Los colegas de cuidado intensivo andan con todas las precauciones. Viven en constante estado de alerta. Ustedes y su familia son testigos. Conocen las estaciones del colega que allí trabaja: del paciente con infarto de miocardio al enfermo con derrame cerebral. Del que sufre la insuficiencia respiratoria del coronavirus hasta el lecho terminal del afectado por el dolor que producen las ultimas metástasis. Sus niveles de cortisol siempre andan disparados. Trabajar en un sitio donde la mortalidad general se aproxima al 20% exige temple. O las estadísticas recientes del COVID19: de 10 pacientes que lleguen 7 se intuban y 3 fallecen.

Ahora, les toca un elemento nuevo además del entorno donde trabajar: protegerse de las amenazas del sicariato. Como pretende esta sociedad que hagan responsable su trabajo si deben estar notificados por la patrulla policial para que les digan cuando pueden regresar -sin nada que lo asocie con hospital- temerosos y acobardados a sus casas. El monitor vigilado por un guardaespaldas que cuide sus signos vitales.

En medicina utilizamos los indicadores como medidores y seguimiento de las enfermedades y sus tendencias. El optimismo, por ejemplo, refleja la salud mental. Y la salud moral, ¿cuáles.? La desintegración social donde vivimos tiene ya dos: el número de glóbulos blancos (más bien, oscuros) de los robos de la pandemia y la proteína c reactiva (ultrasensible) de las amenazas contra el personal sanitario.

Apreciado señor Ministro de Salud: nada de dialéctica bizantina o romanticismo de aplausos. Dos pendientes tiene con el personal sanitario que representa: informar sobre la investigación de las denuncias valerosas hechas a los mafiosos que roban  la pandemia y ponerse en primera línea para asegurar las medidas de protección integral de nuestro personal sanitario.

@Rembertoburgose

Publicado: junio 10 de 2020

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