El último adiós al traicionero

El último adiós al traicionero

El origen etimológico de la palabra presidente es “estar sentado al frente”. La persona que está sentada al frente, es la persona que está al mando, la que dirige y la que vela por la seguridad de sus pasajeros de manera abnegada.

Les confieso que durante estos últimos años me ha costado trabajo referirme a Juan Manuel Santos como presidente.  Las razones son muchas pero la principal es que durante su primera campaña nos prometió llevarnos a un destino y el mismo día de su posesión decidió cambiar el rumbo – hagan de cuenta que compraron un pasaje a Miami y el piloto arbitrariamente resolvió llevárselos a La Habana –.

Los 9 millones de votos que recibió “cero-carisma” Santos en la tunda que le dio a Mockus solamente es atribuible a dos factores: el primero es que contaba con el respaldo del presidente Álvaro Uribe y el segundo es que la mayoría de nosotros nos sentíamos confiados con que el rumbo que llevaba el país era el correcto, en conclusión: votamos por el continuismo de la política de la Seguridad Democrática.  Es por eso que la gente que dice que Santos traicionó a Uribe peca de simplista. La realidad es que Santos traicionó a todo un pueblo que cayó en su mentira.

Un viejo refrán dice que con el desayuno se sabe cómo será el almuerzo. El desayuno nos lo comimos durante su primer año de mandato en el que nos enteramos que tenía un nuevo mejor amigo personificado en Hugo Chávez, el dictador venezolano que durante sus interminables años de gobierno se dedicó a exaltar las virtudes de las guerrillas que nos asediaban y a brindarles albergue en su territorio. Posteriormente, cuando su relación con Uribe se rompió, nos enteramos que Santos había invitado a Chávez a su posesión y que Uribe se había opuesto diciéndole que, mientras él fuera presidente Chávez no entraría al espacio aéreo colombiano. Pasó un tiempo antes de que supiéramos que el afán de Santos por acercarse a Chávez era que lo quería convertir en protagonista de su proceso de paz.

Al finalizar sus primeros cuatro años de mandato nos sentaron a almorzar. En ese momento el país estaba polarizado entre los incautos que decidieron que “eran capaces” de apoyar un proceso de paz que hasta ese momento no terminaba de mostrar sus verdaderos dientes, y los que en esta ocasión no caímos en las mentiras de Santos. En sus debates con su contrincante, Oscar Iván Zuluaga, se atrevió a calificarlo de mentiroso cuando Zuluaga le dijo que ese proceso de paz sería la puerta para que las cabecillas de las Farc pudiesen llegar al Congreso. La historia probó que las Farc no solo llegaron al Congreso, sino que lo hicieron con curules a dedo y que Timochenko fue candidato a la presidencia hasta que se enfermó y decidió retirarse.  Para justificar tanta barbaridad, el inescrupuloso Santos le hizo creer al pueblo colombiano que las Farc eran imbatibles. Y la mejor manera de hacerlo fue dejando que se deteriorara el orden público.

Si el almuerzo estuvo feo la cena no es comestible. Finalizando su segundo mandato Santos nos deja un país que parece sacado de un episodio de la Dimensión Desconocida. El despelote es tal que mientras Jesús Santrich reclama su curul desde la cárcel y sus camaradas ocupan sus respectivas curules sin haber pagado un día de prisión, la Corte Suprema de Justicia amenaza con meter preso a Álvaro Uribe por querer desmontar un complot en su contra armado por un Senador de la izquierda.

La gran conclusión es que Santos recibió un país unido y organizado y lo entrega polarizado, quebrado, corrupto y nadando en coca entre otros innumerables males. Le damos la bienvenida a su partida y esperamos que sea cierto que compró casa en Londres para que no tenga la tentación de volver jamás.

@aniabello_r

Publicado: agosto 3 de 2018

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