De mingas y paros: la predecible estrategia de la izquierda

De mingas y paros: la predecible estrategia de la izquierda

Desde que las relaciones entre los seres humanos empezaron a tramitarse bajo razonamientos más o menos consensuados, la política ha sido un ejercicio relativamente simple y predecible. Basta ver que los resultados electorales son casi siempre lógicos. Por ejemplo, en Nueva Zelanda, ese pequeño y próspero país de cinco millones de habitantes, la primer ministro, Jacinda Ardern, tomó todas las medidas que consideró necesarias contra el covid-19 con resultados difíciles de mejorar: apenas 1.883 casos de contagio y 25 fallecimientos, mientras que Antioquia, con una población similar, tiene más de 138.000 casos de contagio y 2.772 fallecimientos, 100 veces más que en ese lejano país.

No es de sorprender, entonces, que el Partido Laborista de doña Jacinda haya barrido en las elecciones parlamentarias del sábado, como tampoco lo será que Donald Trump sea el único presidente de Estados Unidos en perder la reelección en los últimos treinta años. Y no porque sea grosero y Biden decente, como dice frívolamente Sergio Fajardo, sino porque su gestión frente al covid-19 ha sido disparatada; todo lo que ha dicho y hecho, en ese frente, ha sido borrar con el codo los buenos resultados económicos que su gestión venía dibujando con mano de artista. Pero ahí están los números, que hablan por sí solos: EE. UU. tiene una población de 330 millones de habitantes; 8,2 millones de contagios y 220.000 fallecimientos. Es decir, Nueva Zelanda tiene 376 contagios por millón y 5 muertos por millón; mientras EE. UU. tiene casi 25.000 contagios por millón y 666 fallecidos por millón. Por eso, a Trump solo lo salvaría la debilidad de su contrincante, cuestionado moralmente y con un estado de salud preocupante por el deterioro de su memoria.

No obstante, en países como Colombia el juego político no es para nada predecible ni simple, vivimos en un frenesí constante que pone en permanente duda la estabilidad que se requiere para que todos los actores de la democracia ejecuten sus papeles con las mayores amplitudes y libertades posibles, con lo cual se obtendrían los resultados que vemos en otras latitudes en materia de derrota de la pobreza y la obtención de elevados niveles de vida, jamás soñados hace apenas un par de generaciones.

Lamentablemente, hemos llegado a un punto en el que la polarización ya no implica discrepancias someras que, como diría Ortega y Gasset, son «contiendas que ponen en cuestión ciertas cosas, pero no ponen en cuestión todo», sino a disensos radicales, de esos que pueden llevar a una sociedad a su aniquilación. Y decía este pensador español que «cuando la sociedad se escinde en dos, deja en absoluto de serlo, se disocia (…) y dos sociedades dentro de un mismo espacio social son imposibles».

El futuro de Colombia como Estado unitario es verdaderamente incierto. Continuar por el camino que llevamos nos va a arrojar a un territorio yermo, carente de libertades. Todo lo que pasa a diario, en nuestro país, parece un acto de opereta. Dijimos que la juez 30, Clara Ximena Salcedo, tendría que superar el miedo a la venganza de la izquierda para liberar a Uribe, y ya está amenazada de muerte. Así mismo, la periodista Vicky Dávila está en la mira por haber desnudado las irregularidades contenidas en el expediente del caso de Álvaro Uribe. Y, como era de sospecharse, ni los defensores de derechos humanos ni las entidades que defienden la libertad de prensa se han pronunciado en defensa de estas dos valientes.

Por su parte, sujetos de la calaña de Roy Barreras y Armando Benedetti, que deberían estar presos por sus actos de corrupción, abandonaron el Partido de la U dizque por apoyar al gobierno y no a la paz impune con las Farc. No les pareció mal pertenecer a esa colectividad cuando el gobierno de Santos los ahogó en ‘mermelada’ ni cuando se valieron de ese partido para sus trapisondas clientelistas. Y resulta tan cómico como trágico que Barreras lance su precandidatura a la presidencia de la República al tiempo que promueve la revocatoria de Iván Duque.

Como si fuera poco, salta a escena la minga guerrillera que los indígenas del Cauca llevaron a Bogotá para que coincidiera con el paro nacional programado para este 21 de octubre. La minga proclama mensajes de odio contra el expresidente Uribe que más parecen amenazas de muerte, y los indígenas le reclaman a Duque seguridad en sus territorios aun cuando ellos mismos rechazan la presencia del Ejército en esas zonas que se han convertido en verdaderas narcorrepubliquetas.

Esperamos que el paro del miércoles, con minga de por medio, no termine en incendio de iglesias como en Chile, pero no hay duda de que se trata de un coctel venenoso fraguado por la extrema izquierda para ponerle palos a la rueda de la recuperación económica tras los estragos que deja la pandemia. Que la pobreza se incremente es lo que más le conviene a la izquierda para mostrarse como la alternativa para rescatar el país. Es fácil predecir hacia dónde nos llevan. Por eso, ¡ojo con el 22!

@SaulHernandezB

Publicado: octubre 20 de 2020

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