El presidente del Senado, complementando lo que hace algún tiempo dijo un presidente de la Cámara de Representantes, afirmó el 20 de julio que “con toda sinceridad afirmo que prefiero a las Farc en este recinto discutiendo políticas públicas antes que en el monte escribiendo con balas y bombas sus argumentos; las prefiero acompañando la sustitución de cultivos ilícitos que cuidando hectáreas de coca; las prefiero desminando que minando; las prefiero protegiendo bosques y páramos en vez de sus caletas y campamentos”.
Uno puede preguntarse si es fundado este optimismo acerca de la actuación que se espera de las Farc en el escenario político colombiano, pues el partido cuya creación acaban de anunciar se presenta como un partido revolucionario inspirado en el marxismo-leninismo, que ciertamente competirá con los demás por el favor popular en las urnas, pero no solo gozará de privilegios exorbitantes, sino que al lado de sus campañas electorales se aplicará a la movilización popular a través de la agitación y la protesta.
La lectura de las «Tesis preparatorias del congreso fundacional del partido de las Farc-EP», combinada con la de los textos del Acuerdo Final relativos a las garantías para la acción de las organizaciones y los movimientos populares, no avala el optimismo del senador Cepeda ni el de no pocos ilusos que creen que, como la gente no quiere a las Farc ni está dispuesta a apoyarlas con el voto, ese nuevo partido jugará un papel secundario en la política colombiana y está muy lejos de la toma del poder que tanto ansían sus promotores.
En un escrito anterior hice referencia a esas tesis, pero como muchos lectores no se interesan por entrar al fondo de lo que se les dice, vale la pena volver a suministrarles el enlace que les permitirá conocer más en detalle lo que se proponen las Farc para el inmediato futuro: Por un partido para construir la paz .
A diferencia del M-19 y otras agrupaciones de izquierda extrema que renunciaron a la acción revolucionaria y decidieron incorporarse al juego político bajo el manto de la social-democracia, las Farc insisten con aire triunfalista en su proyecto revolucionario guiado por la ideología de Marx y la de Lenin.
La primera les suministra la guía para interpretar el mundo actual y específicamente la situación colombiana dentro de un escenario de crisis global del sistema capitalista, a su juicio condenado a la autodestrucción en virtud de sus contradicciones internas. A diferencia de la social-democracia, el proyecto político de las Farc rechaza la propiedad privada, la libre empresa y la economía de mercado, e insiste en la demolición de la estructura de clases vigente. Su proyecto es la instauración de un sistema comunista similar al cubano o el que piensa imponer el dictador Maduro en Venezuela. No estamos, pues, en presencia de un marxismo evolucionado o edulcorado que asimila las lecciones de la historia, sino de unos enunciados ideológicos obsoletos cuyas inconsistencias están de sobra acreditadas por los hechos. Pero a los seguidores ciegos de las ideologías no les interesan las realidades, sino sus delirios.
La ideología leninista que abrazan con tenacidad las Farc les suministra pautas de organización y acción para la lucha social. El leninismo predica la violencia y una total falta de escrúpulos en el desarrollo de la empresa revolucionaria. Si las Farc renuncian a la lucha armada a través de grupos guerrilleros, no lo hacen a las acciones violentas que suelen derivarse de la protesta social indiscriminada y generalizada.
Recomiendo este enlace que ofrece una breve y reveladora sinopsis de los modus operandi del leninismo: The Sealed Train.
El senador Cepeda espera que los elegidos de las Farc actuarán en el recinto del Congreso discutiendo con argumentos las politicas públicas. Y así será, a no dudarlo. Pero no se ha dado cuenta de que el Acuerdo Final y el proyecto político de las Farc harán irrelevante ese escenario, pues su acción política tendrá lugar en las calles y los campos que revolucionarán bajo la mirada impotente y quizás cómplice de unas autoridades a las que el Acuerdo Final les exige tolerar hasta los disturbios.
En un sesudo ensayo, el filósofo español Gustavo Bueno se refirió a la «democracia homologada» que hizo posible en Europa y otras latitudes la convivencia y la alternación políticas de partidos de tendencia conservadora y de tendencia socialdemócrata (Ver Izquierda socialdemócrata y gnosticismo). Ello se logró gracias a acuerdos globales sobre lo fundamental, que dieron lugar a que el triunfo de unos no implicara la exclusión y muchísimo menos la destrucción de los otros.
Esos acuerdos han garantizado la supervivencia de la democracia liberal, pero esta representa el «sistema» que las Farc aspiran a destruir. De modo explícito, el documento sobre las 61 tesis rechaza la asimilación del nuevo partido al sistema. Por el contrario, se declara el propósito de perturbarlo y para ello contarán con abundantes medios de toda índole que les otorga el Acuerdo Final.
Lo he dicho en otras ocasiones y aquí lo reitero: el Acuerdo Final sienta las bases de un partido hegemónico que actuará con ventajas exorbitantes en el proceso político.
Dentro de esas ventajas destaco la JEP y, sobre todo, la policía política que al parecer le organizará el oscuro general Naranjo, inspirada a no dudarlo en el modelo cubano.
Como lo ha señalado el Secretario General de la OEA, Venezuela ya está bajo el control de un ejército de ocupación cubano. Conviene agregar que más pronto que tarde nosotros seguiremos bajo ese camino de servidumbre. Las líneas ya están trazadas, senador Cepeda.
Publicado: julio 27 de 2017