Si bien es cierto que falta mucho tiempo para las elecciones presidenciales, no menos lo es que esta será una campaña muy distinta, con unos momentos y unas dinámicas inéditas.
Todo apunta a que en el 2018 Colombia tendrá que decidir entre un modelo socialista de corte autoritario y la democracia. La campaña será una emulación muy intensa entre los que en octubre le hicieron campaña al SÍ y los que promovieron y ganaron con el NO.
El momentum político para el uribismo es inmejorable. El país, mayoritariamente ve con preocupación un gobierno de transición favorable a los intereses de las Farc, como sería el de Humberto de La Calle o del mismo Germán Vargas Lleras quien, por oportunismo politiquero dejó abandonado su discurso de autoridad para replegarse a la voluntad de Santos que, a cambio de ello, le entregó la chequera de la infraestructura nacional. Vargas es visto con desconfianza tanto en la derecha como en la izquierda y eso se verá reflejado en las urnas.
La coyuntura es favorable para un discurso como el que enarbola el Centro Democrático. Lo que muchos no logran entender es porqué sus precandidatos presidenciales no despegan en las encuestas.
En la más reciente medición, Carlos Holmes Trujillo e Iván Duque aparecieron con el 1%, mientras que María del Rosario Guerra ni siquiera fue incluida.
Y ese es un asunto que enciende las alarmas del expresidente Uribe. Que sus precandidatos no despeguen, obliga a que el CD replantee a profundidad cuál será su estrategia para que el país, que oye y comparte su discurso, pose sus ojos sobre los aspirantes uribistas.
Otro dirigente importante en esta ecuación es el exprocurador Alejandro Ordóñez, quien no puede seguir deshojando la margarita. Cada día que pase sin que defina su aspiración presidencial, empieza a jugar en contra suya.
No puede seguir pasando el tiempo sin que los candidatos uribistas estén dentro de la agenda del país. En sus manos y astucia política está el hacer que la campaña gire entorno a ellos y en convertirse en puntos de referencia de la opinión pública.
El presidente Uribe ha fijado algunas pautas que resultan fundamentales y que deben convertirse en elementos imprescindibles de la campaña política. El primero de ellos, la reforma integral, profunda y definitiva a la justicia, que parta por la creación de una sola corte.
Uno de los problemas de Colombia es el de la corrupción judicial. Un sector de la justicia se convirtió en un bazar en el que hay compraventa de testimonios, autos y sentencias. Muchos magistrados llegan a las altas cortes por sus destrezas políticas y no por su sabiduría jurídica.
Otro elemento sobre el que el expresidente ha esbozado algunas líneas que merecen ser convertidas en temas centrales del discurso de los precandidatos presidenciales, es el del “procedimiento dictatorial disimulado” del fast track.
En un mensaje a través de las redes sociales, el doctor Uribe alertó sobre los riesgos que se ciernen sobre la democracia por cuenta de las implementaciones vía fast track de los acuerdos con las Farc, sin mayor deliberación y donde la voz de la oposición –que refleja el sentir de la mayoría ciudadana que votó NO en el plebiscito del pasado 2 de octubre- es arbitrariamente desoída.
La oposición lleva la vocería de millones de colombianos y no puede aflojar en la denuncia de los abusos que se están cometiendo con el cacareado fast track, que en la práctica es una “ley habilitante” disfrazada y presentada como un procedimiento democrático, sin serlo.
Desde que era candidato presidencial, Uribe ha venido planteando una reestructuración de la rama legislativa.
El numeral 18 del manifiesto democrático con el que Álvaro Uribe ganó las elecciones de 2002, decía que “no podemos seguir con un congreso que cuesta $600 mil millones al año cuando para vivienda social sólo hay $150 mil millones. El número de congresistas debe reducirse de 266 a 150. Sin privilegios pensionales, ni salarios exorbitantes. Un congresista español devenga $7 millones, uno colombiano gana el doble. Que haya audiencias públicas para los reclamos regionales, pero no auxilios parlamentarios que corrompen la política. Si los eliminamos, con cada $10 millones de ahorro, podemos financiar una pequeña empresa y crear puestos de trabajo”.
Lo único que ha cambiado del postulado del expresidente Uribe en estos 15 años, son las cifras. Los congresistas están ganando casi $30 millones de pesos al mes y Santos, en virtud del acuerdo con las Farc, se apresta a aumentar el número de curules. Los auxilios parlamentarios, ahora llamados cupos indicativos, son la mermelada con la que los parlamentarios de la unidad nacional, han afianzado sus propios feudos electorales.
En el referendo de 2003, se pretendió cumplir con el propósito de reducir el número de congresistas y limitar su salario y prebendas. Aquello no se pudo cumplir.
La iniciativs cada vez tiene más vigencia y bien podría ser una bandera de campaña del Centro Democrático. Los ciudadanos, desesperanzados por la corrupción y la politiquería del gobierno Santos, necesitan propuestas concretas y no discursos grandilocuentes.
En la política, el tiempo es oro en polvo. Un mensaje se tarda mucho tiempo en llegar y ser asimilado por la gente. El verdadero líder es aquel que repite y explica sin cansancio sus ideas. Las discute, analiza y perfecciona a través del diálogo popular. Este no es tiempo para filosofar, sino para proponer temas de fondo.
Si los aspirantes presidenciales del uribismo no entienden esto, se arriesgan a dejar escapar de sus manos la posibilidad de recuperar el poder en 2018.
Publicado: marzo 27 de 2017