El pésimo manejo que Santos le dio a la invasión ordenada por la dictadura venezolana, una razón más para marchar.
Santos es un presidente que no infunde respeto. La gente lo ve como un hombre incapaz, tramposo, mentiroso, traicionero e infinitamente corrupto.
No existe santismo. No hay nadie que, a ciencia y conciencia, se defina como seguidor de las ideas del mandatario colombiano. La razón es elemental: no tiene una sola.
Llegó al gobierno cabalgando sobre el prestigio político del presidente Uribe. Decidió romper cobijas con el exmandatario, traicionando a los electores que creyeron firmemente que continuaría llevando a Colombia por la senda de la seguridad democrática.
Queriendo ganarse un lugar en la historia, resolvió hacer un proceso de paz con la banda terrorista y narcotraficante más peligrosa de occidente. Durante más de 4 años, negoció la dignidad de Colombia en La Habana. Aquello, más que un proceso de paz, tiene todo el perfil de haber sido un acto de rendición.
Ha podido gobernar porque destinó el presupuesto nacional para sobornar a buena parte de la clase política que integra la denominada unidad nacional. Ha usado abusivamente el erario para comprar respaldos y para enriquecer fabulosamente a sus amigos, como es el caso de Roberto Prieto, el protagonista y articulador del peor escándalo de corrupción de las últimas décadas.
Su desprestigio supera al de Ernesto Samper, conocido de autos por haber servido de testaferro político de la mafia. Desde el primer momento, la oposición denunció que su obsesión como gobernante era la de lograr que se le concediera el Nobel de Paz.
Para ello trabajó incansablemente y, luego de entregarle ricos yacimientos a la empresa oficial petrolera de Noruega, alcanzó la medallita que tanto anhelaba.
Su Nobel está cubierto por el manto de la ilegitimidad. Santos ganó la presidencia de 2010 y su reelección en 2014 recibiendo dinero asqueroso de la corrupción desatada por Odebrecht. Y el Nobel no fue espontáneo. Noruega, que fue uno de los mayores promotores del proceso de paz, hizo lo que le correspondió para facilitarle a Santos el robo del plebiscito.
Pocos meses después de haberse posesionado, la revista Semana, dirigida por el sobrino del presidente, en un vergonzoso acto lisonjero publicó una portada en la que decía que Santos era un “líder regional”. El artículo en cuestión decía que “en solo ocho meses, Santos y su canciller le han dado un giro a la política exterior y ese alto perfil pretende sin lugar a dudas un proyecto de liderazgo regional”.
Ese era el Santos de mentiras que, por cuenta de la mermelada y de los sobornos al periodismo, se le vendió durante muchos años a la opinión pública. El Santos real es ese gobernante pusilánime al que Venezuela recientemente invadió sin que éste hiciera lo que le correspondía para defender la soberanía nacional.
Mientras los abusivos militares venezolanos se pavoneaban por nuestro territorio, Santos se acuarteló en la Casa de Nariño con su ministro de Defensa, su asesor de seguridad que más parece un niño explorador y unos generales, todos muertos de miedo.
No se trata de reclamar acciones ridículas como una guerra o una respuesta armada, como han sugerido anacrónicamente algunos personajes. Pero Santos sí tenía a su alcance una serie de herramientas para enfrentar la violación de nuestra soberanía. ¿Por qué no acudió a la OEA? ¿Por qué no llevó el asunto a las Naciones Unidas? ¿Por qué no llamó a consultas a Bogotá al embajador de Colombia en Venezuela? ¿Por qué no convocó de urgencia a la comisión asesora de relaciones exteriores?
El pánico petrificó a Santos. Mientras el planeta entero le da Nicolás Maduro tratamiento de tirano, Santos se arrodilla ante él, obligado por la ministra María Ángela Holguín, quien siempre ha parecido más una canciller de la dictadura venezolana que de la democracia colombiana.
Y los invasores enviados por el sátrapa Maduro estuvieron en Colombia hasta cuando les dio la gana. Se retiraron, mientras Santos seguía escondido en la Casa de Nariño “analizando” la situación con su equipo, en lo que parecía una convención de cobardes y no una cumbre de militares con el jefe de Estado.
Se acerca la jornada del 1 de abril. Como si no hubiera suficientes motivos para salir a marchar en contra del gobierno, el episodio de la invasión venezolana y de la violación arbitraria e ilegal de nuestra soberanía, con la subsiguiente reacción timorata y arrodillada de Santos, es una poderosa razón para abarrotar las calles colombianas y manifestar en el tono más enérgico posible el rechazo a un gobierno que amenaza con liquidar a Colombia.
Publicado: marzo 27 de 2017
Esto ha sucedido por el centralismo exagerado, donde las otras regiones del pais, no tienen ninguna representacion efectiva y digna como en los paises desarrollados, por ejemplo en U.S.A. Obama es oriundo de Haway, muy lejos de lo central.El progreso se desarrollo a pasos agigantados por New York, estado situado en la parte este de Estados Unidos, de ahi que sea ahora la capital del mundo., su ciudad principal Nueva York, cuya capital es Albany.