En pleno gobierno de la seguridad democrática, se descubrió que algunos magistrados de las altas cortes eran cercanos amigos de un capo de la mafia italiano, llamado Giorgio Sale, un bandido de medio pelo, bastante fantoche que, ayudado por otro criminal, Ascencio Reyes, decidió acercarse a los magistrados más importantes de Colombia para comprarlos con regalos y atenciones. Aquello, como era de suponer, puso en riesgo la seguridad nacional.
A uno de esos magistrados, un jumento que por cosas del azar llegó a presidir la Corte Suprema de Justicia –Yesid Ramírez Bastidas-, Sale le regaló un lujoso reloj. Otros más eran invitados frecuentes a su restaurante, L’Enoteca, donde consumían toda suerte de viandas y manjares por cuenta del mafioso que descubrió que a los magistrados colombianos se les podía comprar con un plato de pasta y media botella de vino.
José Alfredo Escobar Araujo, un sujeto gris y de ingrata recordación también fue beneficiario de la generosidad de Sale. Un día cualquiera, a su casa llegaron unos botines color miel, enviados por el mafioso.
Tal sería la emoción de la esposa de Araujo –quien seguramente en su vida había visto algo igual- que se apresuró a llamar al remitente de tan “exquisito” obsequio para agradecerle y expresarle que “esos botines son de todo mi gusto”.
Aquel es, sin duda, uno de los episodios más indignantes de la historia reciente de la corrompida rama judicial colombiana. Colmó de deshonor el legado de los otrora grandes juristas que ocupaban los escaños de las altas cortes y puso en evidencia que las magistraturas, por cuenta de la politización de la justicia, son ocupadas por personas de la peor calidad humana y moral.
Como era de suponer, al receptor de los botines, José Alfredo Escobar, nunca le pasó nada. El hace parte de una casta de personas que pueden navegar por el código penal con total tranquilidad porque de entrada tiene garantizada la impunidad.
Y es bueno traer a colación esta historia, en momentos en que se empieza a descubrir la íntima amistad que existe entre el cuestionado senador Bernardo Ñoño Elías y el director de la Agencia Nacional de Infraestructura, Luis Fernando Andrade quien hasta hace poco posaba como un hombre transparente y honrado.
Se ha sabido que el Ñoño, apelando a la misma táctica corruptora del mafioso Giorgio Sale, le envió de regalo una costosa cartera a la esposa de Andrade. Aquello sería una simple anécdota que evidenciaría el mal gusto y las malas maneras del Ñoño, si no fuera por el interés corrupto que el congresista tenía en la adición de $900 mil millones de pesos a favor de Odebrecht para la construcción de la carretera entre Ocaña y Gamarra. Aquello enrarece el panorama.
Si Andrade fuera el hombre honorable que supuestamente es, debió devolver ipso facto la cartera y, además, poner en conocimiento de las autoridades disciplinarias y penales el intento de soborno del que fue objeto. Pero no solo no lo hizo, sino que continuó afianzando su amistad con el congresista a quien recibía con inusitada frecuencia en su despacho en la ANI.
Un funcionario honesto, no se deja hablar de absolutamente nadie, ni se deja lisonjear ni mucho menos recibe regalos u otro tipo de dádivas.
¿La cartera iba desocupada, o de casualidad llevaba un paquete adentro? Conocido el río de dinero que Odebrecht puso a circular para corromper funcionarios, no es un temerario ni aventurado plantear este interrogante.
Lo que resulta aún más inaceptable es que los corruptos funcionarios santistas, ahora que fueron agarrados con las manos en la masa, finjan indignación frente a los cuestionamientos legítimos que se les hacen.
Y mientras tanto, todos se aferran con desespero a los cargos que ocupan, develando que son personas sin el más mínimo asomo de dignidad y de honor. Hace mucho tiempo Andrade debería estar por fuera de la ANI. Inadmisible que siga teniendo el manejo de los billones de pesos destinados para la infraestructura nacional, cuando hay suficientes evidencias de que él no es un funcionario honesto. Andrade, si bien no recibió botines de un mafioso, sí aceptó una lujosa cartera para su esposa, obsequiada por el congresista más cuestionado de Colombia y comprada con el nauseabundo dinero de la corrupción.
Publicado: marzo 20 de 2017