El pasado 1 de mayo, con la espada de Bolívar en una mano y la denominada bandera de la «libertad o guerra a muerte» en la otra, Petro anunció el inicio de una nueva etapa de su régimen. Pasó de la arenga a la acción.
El estandarte agitado por Petro fue establecido en 1813 por Bolívar a través del macabro decreto de Guerra a Muerte, que establecía el exterminio de los realistas. En dicho documento Bolívar sentenció: «Españoles y canarios, contad con la muerte aunque seáis indiferentes, si no trabajáis activamente por la causa de la independencia americana. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables».

El atentado contra Miguel Uribe Turbay no fue un hecho aislado: fue la consecuencia directa de la violencia desatada por Petro.
Ese mismo 1 de mayo, tras declarar la guerra, Petro centró sus ataques en Uribe Turbay. Desde sus redes sociales, publicó una especia de epitafio político, asegurando que «el pueblo se ha decidido», notificándole que él, Uribe, «no podrá».
Treinta y siete días después, llegaron los balazos.

Desde su llegada al poder, Petro ha utilizado un lenguaje inflamatorio, insultante, beligerante y cargado de incitación a la violencia contra sus opositores. Todavía resuenan sus alaridos en Soledad, Atlántico, cuando insultó públicamente al presidente del Senado, mentándole la madre.
Pero no se trata solo de desbordes verbales. No estamos ante simples episodios de incontinencia lingüística, sino ante verdaderas órdenes simbólicas para que sus seguidores den paso de la palabra al acto violento. Durante el cuatrienio anterior, aprovechando la debilidad de carácter de Iván Duque, Petro y su lugarteniente Gustavo Bolívar sembraron odio entre miles de antisociales que integraron su brazo armado: la denominada primera línea, organización terrorista que literalmente incendió al país.
El socialcomunismo colombiano sigue al pie de la letra la consigna marxista que justifica el uso de la violencia como herramienta de transformación revolucionaria: «la violencia es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva».
A lo largo de su gobierno, Petro ha llamado «nazis» a sus opositores. Recientemente, en un acto público colmado de seguidores iracundos, señaló que todos los senadores que se opusieron a su consulta popular, eran «unos asesinos».
El Centro Democrático y el uribismo, han sido blancos predilectos de su retórica. En febrero de este año, durante un acto en la JEP, Petro afirmó que los seguidores del expresidente Uribe eran terroristas. «Creo que existen terroristas vestidos de civil y de corbata, pero los están cogiendo presos y casi todos son amigos del presidente Uribe».
Petro ha emprendido una campaña sistemática para desacreditar al doctor Miguel Uribe, explotando su vínculo familiar con el expresidente Turbay Ayala, a quien injuria sin descanso, llamándolo «torturador».
Los seguidores fanatizados de Petro son reactivos, profundamente ignorantes, violentos y resentidos. Esa patulea no reflexiona: actúa como horda instigada, guiada más por el odio sembrado por Petro que por la razón, algo que el presidente de Colombia jamás invoca.
Ya no hay espacios para discursos de paz en labios de quien ha incitado la guerra. La violencia que hoy consume al país tiene nombre propio: Gustavo Petro. Y él debe ser el primero en rendir cuentas por el atentado contra Miguel Uribe Turbay.
Y en cuanto a la masa ignara que respalda al régimen, no puede lavar su responsabilidad con llamados hipócritas al sosiego. Esa misma gente ha pasado años azuzando el odio, escupiendo injurias y glorificando la violencia política. Hoy, tras el atentado contra el senador Uribe Turbay, los petristas fingen dignidad invitando a «desarmar el verbo». Es demasiado tarde: las balas ya impactan los cuerpos de los demócratas que con valentía se han opuesto al régimen oprobioso de Gustavo Petro.
Publicado: junio 8 de 2025