“El Síndrome de Estocolmo”, proclive a algunos secuestrados y a muchos animadores a distancia de revoluciones perdidas del tercer mundo, es muy similar, al llamado “El Espejismo Chino”, que mantiene deslumbrados a muchos ingenuos, incautos y desinformados, sobre el aparente y promisorio mercado chino, entre ellos, el dislocado presidente que Colombia padece, quien inició pernicioso periplo turístico -que ojalá no incluya bacanales etílicos o de otro tipo- para sumarse a la cruzada invasiva china, denominada “La Nueva Ruta de la Seda”, para con ello, de nuevo desafiar al Gobierno de los Estados Unidos, que ha sido y sigue siendo, el mayor socio y aliado comercial de Colombia.
La República Popular China, es el segundo país más poblado del mundo, con más de 1.400 millones de habitantes, sometidos al comunismo, es decir, más de una quinta parte de la población mundial. Si bien esta colosal cifra, subyuga la mente de empresarios y comerciantes ávidos de conquistar ese mercado, es exigua y poco probable la posibilidad de lograrlo.
La economía china es estrictamente estatal, salvo contadas excepciones, y está estructurada sobre subsidios y subvenciones, y solo compra alimentos que no produce, o que produce de manera insuficiente, y materias primas e insumos estrictamente necesarios a precios de referencia que unilateralmente impone, para procesarlos, y luego vender productos terminados a precios predatorios que arruinan industrias y destruyen trabajos en los países democráticos.
La información sobre China disponible en occidente, es abundante y, hábilmente, disimula la ideología y doctrina comunista imperante. Los documentos que promulgan sus agencias gubernamentales, trasmiten respeto por la libertad, la dignidad humana y los extranjeros. La promulgación de sus normas legales, inducen al lector desprevenido a imaginar, un régimen fundamentado en principios y valores, derechos y garantías, que incluso, admite la libertad y el disenso.
Pero no, al visitar China y estudiar con hondura y rigor su decurso histórico, se advierte como la sangrienta entronización de su régimen, la implacable disciplina a que está sometida su población, sus desleales hábitos comerciales, su economía simulada, y su fraudulenta política monetaria y cambiaria, convierten a esta nación, en un Estado comunista totalitario, díscolo y heterodoxo, el que, para evitar su ruina, ha utilizado el comercio mundial como ariete para insertarse en la economía de mercado.
Para negar espacios a la duda y confirmar esta realidad, basta revisar lo que literalmente prescribe Las Estipulaciones de la Constitución China: “El Partido Comunista de China ha sido, es y será el dirigente del pueblo chino. Toda organización e individuo saboteadores del sistema socialista son enemigos del Estado y del pueblo.”
Lo prescrito en su Carta Magna hace vitalicio al régimen, niega el pluralismo, prohíbe la diversidad, intimida la discrepancia y obstruye la posibilidad que partido distinto al Comunista Chino, pueda gobernar.
En materia de comercio internacional, las prácticas predatorias de los chinos son proverbiales. El desprecio del régimen chino por la Propiedad Intelectual no admite duda. Las acusaciones a China por dumping económico, social y ambiental son un clamor mundial, y bien explican las sanciones impuestas, así como la arrolladora competitividad de los precios de sus productos.
Es lamentable que muchos demócratas desinformados, sientan y manifiesten admiración por la dictadura china, e ingenuamente, la tengan como referente a emular.
Los que sueñan con conquistar el mercado chino, deben aprender mandarín, comprender su gramática y semántica, registrar sus marcas y patentes en Pekín (no Beijing) y exigir respeto por ellas. También deben buscar, normas legales para precaver y dirimir eventuales desavenencias con el régimen comunista, por la mala y muy generalizada calidad de sus productos, y, en lo posible, procurar que el régimen, amplíe la libertad, de manera que cuando estén de visita, puedan entrar a las páginas Web de Amnistía Internacional, Human Rights Watch, CNN o la BBC, y no aparezca la leyenda: «Esta página no puede ser desplegada”.
El régimen comunista chino, a fuerza de intimidar bélicamente a occidente y de domesticar en silencio a 1.400 millones de habitantes, ha logrado consolidar un imperio económico, que, fundamentado en el dumping y mimetizado en la globalización, invade malamente mercados, socava la estabilidad de empresas y siembra esperanzas fallidas en la mente regresiva de comunistas vergonzantes, que fungen de progresistas y globalistas.
Razón no le falto a Donald Trump, cuando el pasado 2 de abril, lo llamó “Liberation Day”, y que algunos -erróneamente- siguen sin entender y lo califican, como el día de retorno al proteccionismo o la autarquía.
Pero contrario a lo que se pueda suponer, y como lo señalé en su momento, el 2 de abril, antes que haber sido el día de regreso al viejo y ruinoso modelo proteccionista, constituyó el punto de partida de la adopción de una estrategia leal, decidida y dinámica en favor de la liberalización y la reactivación del comercio internacional, pero eso sí, a partir de relaciones transparentes y recíprocas, de manera que Estados Unidos y las democracias occidentales se comprometan a promover y trabajar en favor de la nivelación y equilibrio del comercio mundial, hoy distorsionado por la asignación de tramposos cupos y contingentes, por amplias asimetrías arancelarias, así como por prácticas predatorias constitutivas de competencia desleal o dumping, en especial, por parte de China.
El mundo se ha vuelto tolerante, benevolente e indulgente con el régimen comunista chino, que ha hecho de las subvenciones estatales, la estrategia para conquistar económicamente el mundo occidental y detrás de ella, promocionar y expandir su imperio totalitario, ahora denominado “La Nueva Ruta de la Seda”.
El éxito de China en el comercio internacional, es directamente proporcional a las defecciones que desvergonzadamente comete, las que algunos, no solo les sorprende y admiran, sino que, además, ponderan.
Las prácticas desleales de los chinos son inveteradas. El desprecio del régimen por: la propiedad industrial; las denominaciones de origen; las normas que evitan las prácticas restrictivas de la competencia; las reglas que exigen calidad mínima presunta, y; las restricciones sobre el uso de materias primas e insumos nocivos, oxidantes y contaminantes, no admite duda.
China, a fuerza de intimidar bélicamente a occidente, y de domesticar en silencio a 1.400 millones de habitantes, ha logrado consolidar un imperio económico, que fundamentado en prácticas desleales y solapado en la internacionalización de la economía, invade malamente mercados, socava la estabilidad de fábricas y siembra quimeras en la agenda de muchas naciones, que, ingenuamente, pretenden imitar un régimen totalitario que restringe la iniciativa privada, la libre asociación, y hasta la libertad de conciencia, pensamiento y expresión.
Por fortuna, a Petro solo tan solo le queda un tercio de su perverso cuatrienio, y difícil, muy difícil le resultará, hacer más daños que los que ya ha hecho, entre ellos, intentar desconocer y violentar los derechos adquiridos de concesionarios de puertos y aeropuertos en Colombia, para entregarlos a los comunistas chinos.
Petro deshonra la nación, y degrada la dignidad, la majestad y la autoridad de la investidura presidencial. Colombia no se debe sumarse a la llamada “Nueva Ruta de la Seda”, ni padecer “El Espejismo Chino”.
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*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Litigante. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.