Tras la muerte del papa Clemente IV en 1268, los cardenales reunidos en la ciudad de Viterbo —al norte de Roma— tardaron casi tres años en alcanzar un acuerdo para elegir a su sucesor. Los habitantes, desesperados por la prolongada demora, decidieron sitiar el palacio episcopal con el fin de impedir que los electores siguieran en contacto con fuerzas externas interesadas en influir en la decisión.
Además de encerrarlos, restringieron el acceso a los alimentos y retiraron las tejas del techo. Clausurados, expuestos al rigor del invierno y con una dieta escasa, los purpurados dejaron de oír a los emisarios de los gibelinos y guelfos, y comenzaron a atender a las señales del Espíritu Santo.
Una vez elegido el nuevo pontífice, que adoptó el nombre de Gregorio X, se comprendió con claridad el riesgo que representaban las intrigas y las luchas de poder para la estabilidad de la Iglesia. Las demoras en la elección del papa alentaban la aparición de movimientos cismáticos.
Desde entonces se estableció la norma de que los cardenales debían suplir la sede vacante reunidos en cónclave, palabra latina que significa “con llave”.
A partir de ese momento, los cardenales eligen al sumo pontífice en reclusión. Desde finales del siglo XIX lo hacen en la Capilla Sixtina, comenzando con la elección de León XIII en 1878.
Al inicio del cónclave, los cardenales electores celebran una misa en la que invocan la inspiración del Espíritu Santo. Finalizada la celebración eucarística, el Colegio Cardenalicio se dirige solemnemente hacia la Capilla, entonando el himno Veni Creator Spiritus. Una vez en el interior, el Maestro de Ceremonias del Vaticano pronuncia la frase Extra omnes: ¡Fuera todos!”, tras lo cual se cierran las puertas para que los electores den inicio al solemne deber de elegir al sucesor de san Pedro, a quien, como enseñaba san Josemaría Escrivá de Balaguer, se reconoce como el “Vice-Cristo en la tierra”.
Por lo general, los cónclaves no se extienden por mucho tiempo. Las elecciones de los últimos 120 años así lo demuestran:
- La elección de Pío X en 1903 duró cinco días;
- La de Benedicto XV en 1914, cuatro días;
- La de Pío XI, cinco días;
- La de Pío XII, tres días;
- La de Juan XXIII, cuatro días;
- La de Pablo VI, tres días;
- La de Juan Pablo I, dos días;
- La de Juan Pablo II, tres días;
- Y las de Benedicto XVI y Francisco, dos días cada una.
Estos antecedentes permiten suponer que la elección del próximo papa no tomará mucho tiempo, aunque no existe ninguna norma que imponga un límite a la duración del cónclave, en caso de que no se logre consenso.
Es importante recordar que, antes del inicio del cónclave, tienen lugar las Congregaciones Generales, reuniones de todos los cardenales —electores y no electores— en las que se discuten los asuntos más relevantes de la Iglesia, sus desafíos actuales y las perspectivas pastorales. En estas sesiones se oyen diversos planteamientos y visiones eclesiales.
Durante estas congregaciones, los cardenales —muchos de los cuales no se conocen entre sí— tienen la oportunidad de identificar a aquellos que reúnen las condiciones para ocupar la Cátedra de san Pedro.
El próximo cónclave tendrá un elemento novedoso: el elevado número de electores y la notable diversificación del Colegio Cardenalicio, con la incorporación de cardenales provenientes de países que nunca antes habían tenido representación en este alto rango eclesiástico, como Mongolia, Laos, Papúa Nueva Guinea, Mali, Singapur, Sudán del Sur y Paraguay, entre otros.
La edad es un factor determinante: sólo pueden votar los cardenales que tengan menos de 80 años. Actualmente, hay 15 cardenales con 79 años. Entre ellos, los cardenales Carlos Osoro, arzobispo emérito de Madrid, y Robert Sarah, prefecto emérito del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cumplirán 80 años en las próximas semanas. El caso del cardenal Sarah resulta particularmente interesante, ya que es uno de los purpurados más respetados por su sólida formación teológica y su notable influencia dentro de un amplio sector de la curia romana.
Los vaticanistas y analistas suelen comparar el proceso de elección papal con las dinámicas de la política secular, aunque dicha analogía resulta limitada y, en muchos aspectos, inexacta. En el ámbito eclesial, nada está decidido antes del cónclave, razón por la cual en el Vaticano se repite con frecuencia una expresión popular cargada de sabiduría: “El que entra al cónclave creyéndose papa, sale cardenal”.
Publicado: abril 23 de 2025