Si a esta edad no me torcí, ya no lo voy a hacer y para que decirle mentiras al lector. Aquí lo que como sociedad tenemos que entender es cómo volver a ser una nación fundamentada en valores y principios, legalidad y justicia.
Los problemas del país y su gobernabilidad no son materia de una elección politiquera, ni de encontrar un solo líder, pues así aparezca “superman”, si es honesto se la van a montar y no será capaz solo y menos acompañado de la política tradicional y partidista, de encaminar al país a trabajar unido con sentido patriótico por el desarrollo socioeconómico de toda la nación, frente una insurgencia institucionalizada en la política y el poder, y frente a la indolencia y la insensibilidad social que ha caracterizado a nuestra clase dirigente durante las últimas décadas.
Reconozcamos que el problema más grave no es solo el gobierno de Santos o de Petro, el progresismo populista mamerto, ni la pila de ladrones que se tomaron todos los poderes públicos. Todo ello, es la consecuencia y el reflejo de una sociedad decadente que no ha trabajado unida para conseguir que peleche una cultura media fundamentada en valores, y contraria al individualismo, la envidia, y las trampas, con lo cual nos hemos acostumbrado a convivir con la ilegalidad y la violencia.
Somos una sociedad que adolece de los mismos problemas del adicto sumido en la negación que lo condena a convivir con la cultura de la mentira, el engaño, la trampa, las drogas, el narcotráfico y la violencia, el dinero fácil y la formación de capitales ilícitos.
Y nos convertimos en una sociedad guiada por una dirigencia mediocre e incapaz de exigir justicia y que se justifica en la falsa ilusión de lograr una paz negociada cediendo ante las amenazas y las condiciones de las organizaciones narcoterroristas integradas por forajidos y criminales de la peor calaña humana, que hoy asociados al gobierno quieren controlar el poder bendecidos con plena impunidad.
Seamos conscientes de la indefensión, la precariedad y las dificultades con que se vive en todos los barrios y veredas marginadas del país, en las regiones fronterizas y aisladas, donde hoy hay que convivir con la violencia del crimen organizado, las matanzas, el secuestro de todo tipo, la extorsión, el chantaje y la ausencia del Estado en materia de seguridad, administración y justicia.
Aquí independientemente de las expectativas positivas propias de un año electoral, lo que tenemos que hacer es crear una conciencia generalizada de que todos los que no vivimos de la trampa, el engaño o el crimen, tenemos la obligación de tener como único propósito y objetivo común, que el país culturalmente progrese generando riqueza e inversión que produzca empleos que permitan al ciudadano vivir dignamente y educarse frente a un mundo en el cual la pobreza intelectual, la carencia de respeto por el desarrollo de la niñez y la violencia, son problemas que superan la gravedad de la indigencia cuando se pierde en la demencia.
En este gobierno nada hace sentido, pues no les interesa que la cosa pública funcione de acuerdo con las mejores prácticas de gobernanza institucional. Hoy funcionarios y contratistas solo piensan en cómo destruir todo lo que la sociedad construyó en 215 años de vida republicana y en cómo beneficiarse personalmente, y se justifican arguyendo que lo hacen porque creen que la democracia enmarcada en ideología socialista es sostenible cuando no es así, y en que quienes estaban antes en el poder también robaron.
Vale la pena entonces preguntarnos antes de entrar en el baile electoral que fácilmente puede convertirse en tremenda trifulca en 2026, qué hemos hecho mal y qué no hemos hecho bien como sociedad civil para impedir que la cultura de la ilegalidad goce de plena impunidad en nuestro hermoso país.
Vale la pena antes de entrar en la euforia y las pasiones de la fiesta electorera, ser conscientes del inconmensurable costo que tiene para las personas indefensas y sin acceso a los estamentos del poder político, económico e intelectual, dejar el destino del país en manos de una disputa enmarcada entre un narco-comunismo amancebado con la izquierda, y un centro y una derecha indefinidos, cuando lo que realmente necesitamos no es más “Milonga” sino saber diferenciar entro lo correcto y ético y lo incorrecto, entre lo cierto y medible y lo etéreo e idealista, y entre lo que destruye y lo que crea riqueza, para así poder volver como sociedad al camino de los valores, los principios, la legalidad y el imperio de la justicia como elemento esencial para el desarrollo socioeconómico de la nación.