En otra oportunidad he llamado la atención acerca de que la ideología de quienes hoy nos gobiernan no es progresista, sino simple y llanamente comunista. Vid. Pianoforte: ¿Progresistas o Comunistas? (javalmejia.blogspot.com).
El comunismo es una mala palabra dentro de nuestro léxico y no contribuye a la conquista del voto popular, que entre nosotros tiende a inclinarse por la moderación, llámese centro a secas, centro derecha o incluso centro izquierda, según lo acreditan reiteradamente las encuestas. Llamarse progresista pulsa, en cambio, ciertas cuerdas emocionales vinculadas con las aspiraciones a mejorar la calidad de la vida tanto personal como colectiva.
Suele relacionarse el cambio con el progreso, sin percatarse de que hay cambios que son más bien regresivos y que, como lo señaló en un libro digno de recordarse Raymond Aron, el progreso puede traer consigo no pocas desilusiones, como las que acarreó el comunismo en la URSS y sus países satélites. (vid. https://ia801602.us.archive.org/35/items/ProgresoYDesilusin.LaDiallcticaDeLaSociedadModernaRaymondAronV3/Progreso%20y%20desilusi%C3%B3n.%20La%20dial%C3%A9ctica%20de%20la%20sociedad%20moderna%20-%20Raymond%20Aron%20%28V3%29.pdf).
He llamado la atención acerca de que una cosa es el progreso científico y el tecnológico que lo acompaña, no exentos hoy de severos cuestionamientos por los profetas apocalípticos que anuncian la desaparición de la humanidad por el crecimiento incontrolado de nuestro dominio sobre la naturaleza, y otra muy diferente es el progreso en las personas, la convivencia entre ellas y la organización colectiva.
Recuerdo que leí hace tiempos un escrito de don Mariano Ospina Rodríguez, profundo ideólogo del conservatismo colombiano en el siglo XIX, en el que llamaba la atención sobre la importancia decisiva del progreso moral.
Es un asunto crucial en los tiempos que corren. El pensamiento dominante hoy en día carece de criterios morales definidos, pues en él reina el relativismo. Sus «maîtres à penser» han impuesto la idea de que no hay respuesta definitiva a la pregunta kantiana acerca de cómo debemos obrar, pues cada individuo adopta libremente sus opciones sobre lo que le resulta útil, placentero o digno de encomio. Las normas morales que rigen en las sociedades se miran como meras convenciones emanadas de la cultura que pueden desconocerse y alterarse ad libitum por cada uno. De hecho, expresa o tácitamente, se adopta la ideología del thelema que predicaba el famoso satanista Aleister Crowley en El Libro de la Ley: «Haz tu voluntad será toda la ley» (vid. Thelema – Wikipedia, la enciclopedia libre).
Cuando el famoso astrónomo francés Laplace le explicó a Napoleón su sistema cosmológico, el Emperador le preguntó sobre el papel que jugaba Dios en el mismo. Con arrogancia, le respondió: «En mi concepción, Dios es una hipótesis innecesaria». Lo mismo consideran hoy los supuestos filósofos morales que campean en el ámbito intelectual: Dios nada tiene que ver con nuestro modo de apreciar las normatividades. Pero, como lo expresó Dostoiewski a través de su personaje Iván Karamazov, «si Dios no existe, todo es posible».
La Ley de Dios que se manifiesta a través de la naturaleza y sobre todo de la Revelación, constituye el verdadero fundamento del orden moral.
Es algo que hoy se soslaya: la verdad moral reside en todo aquello que hacia Dios nos lleva, vale decir, lo que enaltece nuestro espíritu. La auténtica realización de nuestra humanidad se logra siguiendo el camino, la verdad y la vida que nos indica el Evangelio. En «La Mística Cristiana y el Porvenir del Hombre», Claude Tresmontant profundiza admirablemente este tema. La gran enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo versa acerca de cómo divinizar nuestro ser alcanzando la santidad. «Sólo hay una tristeza en la vida: no ser santos», clamaba León Bloy. Vid. Sólo hay una tristeza en la vida: no ser santos (ecocatolico.org).
Contra esa verdadera realización del ser humano conspiran tres misterios que hoy suelen relegarse a los ámbitos de lo absurdo y la superstición: el pecado, el demonio y el infierno. Pecado es lo que nos aleja de Dios por incitación del demonio y termina sumiéndonos en el infierno. Todo ello es real, así nos empecinemos en negarlo. Las experiencias de los exorcistas lo acreditan (vid. (99+) Fundamentos Del Exorcismo – Gabriele Amorth | Juan Francisco Vázquez Pérez – Academia.edu; Memorias de un exorcista por Gabriel Amorth.pdf – Google Drive). Decía el entonces cardenal Ratzinger que hay ciertas manifestaciones extremas del mal que sólo podemos explicar por la acción de fuerzas sobrenaturales externas. Basta con acercarnos a la prensa cotidiana para darnos cuenta de ello.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: noviembre 4 de 2024