Como si fuera un castillo de naipes cayó el emporio del mediocre expresidente argentino Alberto Fernández quien, si no termina en la cárcel, por lo menos sí es seguro que culminará su paso por la tierra en el ostracismo.
Llegó a la presidencia de su país enarbolando las banderas del feminismo. Pregonaba orgullosamente en su mandato se creó el ministerio de la mujer, y se paseaba por el mundo mostrándose como el progresista más comprometido con el enaltecimiento de los derechos de las mujeres.
Sin sonrojarse, concedía entrevistas en las que sentenciaba que “las mujeres de la argentina saben que soy el primer feminista, que saben que soy el que más quiere la igualdad entre el hombre y la mujer, en preservar los derechos de la mujer, y tenemos que trabajar mucho juntos porque probablemente, entre nosotros, el patriarcado existe y el machismo hace estragos en la sociedad argentina, y eso no lo podemos permitir”.
Minutos antes de dar esa sentida declaración, Fernández le había propinado una brutal paliza a su ahora exesposa y madre de su hijo menor, Fabiola Yañez.
Todo se descubrió durante el desarrollo de un proceso que adelanta un juez de instrucción de Argentina, encargado de investigar un caso de corrupción en el que participó la secretaria privada de Fernández. Por orden de la justicia, el teléfono celular de la colaboradora del expresidente fue incautado. Cuando los investigadores estaban buscando evidencias de la trama en la que esa mujer participó, encontraron un sinfín de mensajes, fotos, videos y conversaciones que la esposa del exmandatario le había enviado.
La evidencia es incontrastable. Alberto Fernández, además de haberla obligado a abortar, también la insultaba y la golpeaba inmisericordemente. Cuando Yañez volvió a quedar embarazada, la “celebración” fue con una feroz tunda con la quedó prácticamente desfigurada.
Una vez conocida la información, la exmujer de Fernández venció el temor y confirmó públicamente los hechos. A pesar de las amenazas que ha recibido para que no hable, accedió a comparecer ante la justicia de su país para ampliar los detalles y aportar nuevos elementos materiales probatorios.
El proceder de Fernández es la demostración de que el socialismo es, ante todo, una enfermedad moral. Increíblemente, las organizaciones feministas del Argentina que llenaron sus cuentas bancarias con recursos girados por el gobierno, han guardado silencio cómplice. Ningún miembro de la izquierda kirchenirsta ha abierto la boca para condenar el proceder de Fernández. Por supuesto que esa actitud cómplice no se estaría registrando si el agresor fuera, por ejemplo, el presidente Milei.
Aquello ratifica nuevamente que la extrema izquierda se vale de todas las artimañas imaginables para drenar el presupuesto público, y enriquecer fabulosamente a las organizaciones civiles que difunden y promueven sus miserables ideas.
La exprimera dama de Argentina notificó a la ministra de la Mujer de su país lo que le estaba sucediendo. La funcionaria hizo oídos sordos. No procedió como le ordenaba la ley, porque sabía que, si movía un dedo, el presidente Fernández la sacaría del cargo.
El nefando grupo de puebla, organización que promueve el comunismo en Latinoamérica, y que está integrado por el hampa de la política hispanoamericana -entre sus socios se encuentra el narcopolítico colombiano Ernesto Samper Pizano- no expulsó de sus filas a Alberto Fernández. Esperó a que el sujeto remitiera su carta de renuncia, la cual fue aceptada con mucho pesar y lamentaciones.
Así es y así seguirá siendo esa patulea mezquina, enferma, corrupta y depravada que promueve la retorcida agenda “progresista”.
Publicado: agosto 20 de 2024