Las democracias son frágiles, y en medio de un mundo cambiante han demostrado sufrir enfermedades y saturarse fácilmente en la medida en que las políticas públicas no se acomodan a las realidades de la sociedad y en que las libertades y garantías sociales se reemplazan por abusos restrictivos o que rayan en la anarquía cuando la libertad se convierte en libertinaje.
El problema del terrorismo global encarna hoy la eterna batalla del mal contra el bien. Pero el caso colombiano resulta mucho más complejo, pues las recurrentes negociaciones son una burla al ciudadano, que bajo la falsa doctrina de paz del Nobel de alquiler y de Petro, sólo representan una concesión de impunidad total y una nociva participación política a toda suerte de criminales.
Colombia entera clama que su liderazgo de una vez por todas haga respetar la ley. Llegó el momento de ser agradecidos con los intereses de la patria y con un pueblo indefenso. Es hora de que aquí quienes quieran ser líderes se decidan a cuál bando pertenecen, si al de los delincuentes y sus cómplices desde todas las instancias del Estado y los gremios, o al bando licito de los que trabajan honestamente, sin robar, ni acolitar y permitir el atraco y el engaño.
Colombia ha sido una nación libre e independiente llena de oportunidades para quienes han trabajado honestamente. Nacimos en democracia, pero depende de nuestros líderes que podamos conservarla, en un medio en el cual en lugar de agradecer lo que hemos recibido, hemos vivido enfrentados por el poder Estatal, olvidando la inversión en educación y en desarrollo socio económico y consintiendo la proliferación de organizaciones criminales conducidas por personas de mala condición humana que se valen del terrorismo y el narcotráfico para poder mantener su negocio.
El país nunca se va a transformar positivamente mientras la superficialidad y el individualismo de nuestros líderes no les permita comprender que con bandidos y con corruptos no se puede negociar; lo cual los convierte en cómplices de la falta de ética, honradez y transparencia en que vivimos.
Para que el sistema democrático, político y económico vuelva a funcionar se tiene que eliminar todo lo que perjudique los derechos de la mayoría compuesta por las personas de bien que cumplen sus obligaciones cívicas y pagan impuestos.
El líder político y el empleado público, gremial o asociativo, debe ser un profesional ético y competente que no puede suscribirse a ser “políticamente correcto” y a comer callado, cabildeando o arrodillado ante la corrupción Estatal.
Un buen presidente debe darse al rescate del secuestro histórico de la verdad, a la eliminación de los acuerdos espurios con los cabecillas de las organizaciones criminales, a la reivindicación de una justicia equilibrada, ciega e implacable, y la eliminación de las justicias transicionales y paralelas. Necesitamos líderes que entiendan la importancia del balance país, y que comprendan que todo eso de implementar la paz, fue, es y será siempre una utopía espuria e ilegítima.
Si tenemos una elección transparente en 2026, que, a juzgar por lo ocurrido aquí en 2016 y en 2022 y por la complicidad de este gobierno con la dictadura venezolana resulta cuestionable, los candidatos no pueden seguir siendo los mismos inútiles privilegiados de siempre, ni terroristas narcoguerrilleros, ni criminales disfrazados de progresistas. Todo aquel que aspire a ser candidato debe tener claro: qué es lo que tiene que hacer, cómo lo quiere hacer y con quien lo puede hacer.
Hoy la pregunta de todos es: ¿Para dónde vamos en Colombia? – Y a mi modo de ver, eso depende de varios asuntos pendientes de resolver. Es necesario que entendamos que el incendio de la casa del vecino ya pasó por el lindero, que salgamos de la negación en que vivimos e impidamos que quienes están en el poder continúen dinamitando la institucionalidad nacional y la economía. Y eso solo se logra exigiéndole a los políticos que cumplan la ley y que saquen al tirano cargo ya mismo.
Es necesario entender que la gran mayoría del mercado potencial votante del país se desentendió y no respetan la política partidista ni a los actores políticos, los tienen por ladrones o personas indeseables. Este país no resiste más marionetas políticas de nadie, no podemos seguir en manos de estafetas de ningún “ismo” mucho menos de aquellos que según conveniencia militan por todo el espectro político nacional.
Por lo tanto, hay que cambiar la cultura mafiosa del narco que invadió todas las instancias sociales, hacer respetar la ley, hacer un relevo en el liderazgo del país tanto en lo político como en la representación gremial y de la sociedad civil, de modo que todo el país trabaje unido por la salvación del sistema de libertades democracitas. Hay que montar un nuevo sistema de selección de gente que se salga de la lucha ideológica y se transporte al plano del profesionalismo y la idoneidad para desempeñarse en los cargos que tienen como funciones cumplir la ley y la formación, administración y evaluación de políticas públicas.
Colombia se merece que sus líderes en lugar de ser serviles con el narcoterrorismo y el crimen organizado, sean agradecidos y cumplan su deber en función del interés general y el bien común. Los grandes empresarios, en representación del sector trabajador productivo y contributivo, tienen la obligación ética y la responsabilidad de conducir los gremios con entereza y exigirles a sus presidentes, por igual que a los políticos.
Luis Guillermo Echeverri
Publicado: agosto 7 de 2024