Dos años de una catástrofe que se pudo evitar

Dos años de una catástrofe que se pudo evitar

Petro llega al ecuador de su gobierno -en el entendido de que no resuelva extender ilegal y arbitrariamente el periodo para el que fue elegido-, con un país perfectamente descuadernado, asolado, rendido ante la criminalidad, inundado de coca, corrompido como nunca antes había estado, con sus instituciones destrozadas, la sociedad rota gracias a la lucha de clases estimulada por el gobernante socialcomunista, sus arcas groseramente drenadas. 

El país cada vez más pobre, mientras la cúpula del régimen -esa que Milei acertadamente llama “casta”-, con sus alforjas a reventar. Toda la patulea que llegó con Petro, que hace dos años era pobre de solemnidad, hoy es fabulosamente rica. Se conmemora el segundo aniversario de un roñoso latrocinio.

Se pensaba que difícilmente podría llegar a la jefatura de Estado un sujeto más sucio, corrupto, inmoral y patibulario que Ernesto Samper. El testaferro político del cartel de Cali es un aprendiz del crimen al comparársele con Petro.

Además de sus depravaciones personales y adicciones, al presidente debe señalársele por la altanería con la que gobierna. No desaprovecha ocasión para sembrar el odio, para pisotear a sus opositores y para llenar de terror a quienes cuestionan su régimen oprobioso. 

Petro es la consecuencia de la manera como gobernó durante años el llamado establecimiento colombiano. La clase política tradicional, entregada en cuerpo y alma a la corrupción, se desconectó de las necesidades de millones de personas que, durante décadas, depositaron su confianza y representación en unos partidos que se convirtieron en viciosos aparatos burocráticos y centros para la tramitación de negocios. 

Petro, ni corto ni perezoso, capitalizó el descontento y la frustración, presentándose como el remedio para los males que aquejaban a la nación, a pesar de que era evidente que él, campeón en mover miles de millones de pesos en bultos, es más sucio que los políticos a los que decía enfrentar. Se alió con lo peor del hampa colombiana: Barreras y Benedetti. Pero también les encomendó a Piedad Córdoba y a su hermano Juan Fernando Petro la misión de sellar una alianza con los principales cabecillas del narcotráfico y el terrorismo.  

La cereza del pastel fue el incendio generalizado del país a través de una estructura ilegal denominada primera línea, grupo terrorista comandando y financiado por el zascandil Gustavo Bolívar. El accionar ilegal de esa organización logró el objetivo propuesto por el petrismo: llevar a los colombianos atemorizados a las urnas. 

La tragedia pudo evitarse, pero quienes ejercían el liderazgo político no quisieron hacer nada. Se les ocurrió presentar como candidato a Federico Fico Gutiérrez, un sujeto cuya incapacidad intelectual, moral y política es manifiesta. 

Como si el plan A, no fuera suficientemente vergonzoso, el B fue aún más afrentoso: el decrépito corrupto Rodolfo Hernández. 

A Petro se le sirvió en bandeja de plata la victoria. Jamás habría ganado las elecciones si al frente hubiera tenido un político aplomado y con sentido de Estado. 

Pero corrió solo, sin rival, con ríos de dineros oscuros irrigando la tesorería de su campaña, respaldado por los campeones de la corrupción política, y apoyado por una banda de terroristas urbanos que amedrentó a millones de personas de bien que no estuvieron dispuestas a votar por él 

La legitimidad de la victoria de Petro siempre ha estado en entredicho. Su triunfo fue corrupto desde el ángulo que se le quiera mirar. Y, una vez más, el Estado permitió que la infamia se consumara. A pesar de que abundan las pruebas de la manera como la campaña petrista violó las normas electorales, nadie ha ido ni irá a la cárcel. 

Ahora, que se empieza a hablar de las elecciones de 2026, y que se está buscando un candidato de oposición que derrote al socialcomunismo, hay cándidos que ponen su mirada en los dirigentes políticos que fueron los responsables de que Petro llegara, como es el caso de Vargas Lleras, sujeto oscuro y truculento que representa todo lo malo y deleznable de la política colombiana. No se puede curar un enfermo aplicándole la sustancia que le generó la infección. 

La solución tampoco está en los partidos políticos tradicionales. Aquel que piense estructurar una campaña apoyándose exclusivamente en el liberalismo, el conservatismo, La U, Cambio Radical y hasta el Centro Democrático, estará condenado al fracaso. Las formaciones políticas serán útiles en la segunda vuelta. Para la primera, se requerirá un programa de reconstrucción republicana que despierte el fervor de una ciudadanía decepcionada de la clase política, pero ansiosa de sacar, cuanto antes, al socialcomunismo del poder. 

@IrreverentesCol

Publicado: agosto 6 de 2024