El asunto no puede plantearse a través de interrogantes como sibilinamente lo hizo la oscura periodista de la pagina ‘Cambio’, María Jimena Galvis -que usa el apellido Duzan-, sino de manera afirmativa: Gustavo Petro es alcohólico y drogadicto.
No es nuevo. No es la primera vez que se menciona el asunto. Las evidencias abundan y es posible que hayan puesto a rodar una vez más esta historia para, al decir popular, madrugar a un escandalo de proporciones oceánicas. Todo es cuestión de tiempo.
Hace más de un año, cuando hizo su primer viaje oficial a la ONU en Nueva York, compareció perfectamente borracho en una concentración de colombianos residentes en esa ciudad.
Amenazó a quien hizo público el video con acciones judiciales, las cuales quedaron en eso: una típica coacción propia de los borrachos.
Las depravaciones de Petro son asuntos suyos y no deben sorprender a nadie. Es un sujeto corrupto en todo el sentido de la palabra.
Pero su incapacidad para controlar el alcohol y las drogas sí es una cuestión que trasciende la frontera de lo privado, pues se trata del comandante supremo de las Fuerzas Militares que puede hacer cualquier locura bajo los efectos de los alucinógenos.
Borracho escribe baladronadas en las redes sociales, drogado hace nombramientos, con resaca atiende asuntos de Estado y en medio de los altibajos producidos por las sustancias que introduce en su cuerpo, decide confrontar al Estado de Israel.
En una situación extrema puede declarar una guerra. Así como pelea con periodistas y ciudadanos críticos en medio de sus jumas, puede fácilmente llevar a su país a una confrontación armada con otro Estado. Un alcohólico o drogadicto descontrolado se emprende a golpes con otra persona; un presidente drogadicto y alcohólico no se inhibirá si en medio de sus delirios resuelve enviar a sus soldados al campo de batalla.
La adicción es una enfermedad progresiva, incurable y mortal. En su supuesta autobiografía, Petro narró sus primeras experiencias con las drogas cuando vivía en Bruselas, excesos que, según él, se tradujeron en episodios depresivos.
Los seguidores del socialcomunista colombiano se volcaron a negar cualquier adicción. El primero en hacerlo, increíblemente, fue Hollman Morris, sujeto que es reconocido por ser un consumidor permanente de grandes cantidades de cocaína. Bajo los efectos de las drogas golpea mujeres, las atropella, las maltrata, las abusa, como ha quedado perfectamente establecido a través de múltiples testimonios, entre ellos el de su propia exesposa y madre de sus dos hijos.
Muchos se preguntan cuál es el paso a seguir. Se oyen voces de personas reclamando la renuncia de Petro, demandas calenturientas e irreflexivas que olvidan que, si ese individuo deja el cargo, su reemplazo será Francia Márquez. En ese hipotético escenario, Colombia dejaría de estar gobernada por un drogadicto para ser reemplazado por una nulidad como es la vicepresidenta, cuya capacidad mental e intelectual puede ser de la del nivel de una ameba.
Al final no sucederá nada. Petro continuará al frente del gobierno mientras hunde su nariz en el asqueroso polvo blanco que tanto le gusta, y llena su hígado de cualquier cosa que tenga más de 5 grados de alcohol.
Eso fue lo que la ciudadanía escogió y todos los colombianos, gústeles o no, tendrán que asumir las consecuencias de la decisión de la mayoría. Para bien o para mal, esa es la democracia.
Publicado: noviembre 7 de 2023