El propagandista de medio pelo

El propagandista de medio pelo

En el computador del terrorista de las Farc Raúl Reyes hay una abundante cantidad de comunicaciones entre el cabecilla de las Farc y Hollman Morris. En uno de los correos, el actual director de la televisión pública colombiana, le insiste a Reyes sobre la necesidad de hacer un documental para promocionar los intereses de la narcoguerrilla.  

En la época, año 2008, las Farc buscaban al precio que fuera el canje de civiles secuestrados por terroristas presos en las cárceles del país. Las denigrantes imágenes de los campos de concentración erigidos en medio de la selva, le dieron la vuelta al mundo. Los secuestrados encadenados por el cuello, fueron exhibidos sin pudor ni respeto por la dignidad humana. 

Morris, admirador enfermizo de las Farc -el sentimiento no era recíproco, pues Reyes consideraba que era un vulgar vividor- quiso echarle una mano a los intereses y propósitos de las Farc. En uno de sus correos electrónicos escribió: “Viejo, quiero que pensemos y estudiemos la posibilidad de elaborar un buen documental sobre el tema del canje. Yo tengo algunos contactos que desde ya me dicen que lo colocarían (sic) en los primeros canales de sintonía de toda Europa con un buen despliegue publicitario. Recuerda que en momentos de crisis ha bastado con una buena película,o con una buena imagen, o un buen documental para volcar la frágil opinión pública a pregonar acuerdos y pedir verdades”.

La paquidérmica y corrupta justicia colombiana jamás castigó el maridaje de Morris con la delincuencia organizada. Impunidad fue el nombre le de juego. 

Desde los tiempos de campaña puso a rodar su nombre como ministro de TIC’s. La principal oposición a esa posible designación emanó desde la propia izquierda. El sector feminista del petrismo criticó furiosamente el posible ingreso de ese individuo al Ejecutivo, por cuenta de las múltiples denuncias de abusos y maltrato de Morris a distintas mujeres, empezando por quien fuera su esposa y madre de sus dos hijos, Patricia Casas. 

Morris es un tipo oscuro, peligroso, dañino, tracalero y abusivo. Un sujeto de la peor calaña, incapaz de controlar sus impulsos y de tratar clínicamente sus adicciones. 

Al decir popular, ensilló las bestias antes de traerlas y su nombramiento como ministro no prosperó. Quedó con los crespos hechos. 

Resignado, imploró que sus aliados lo promovieran como director de RTVC. Esa opción tampoco prosperó y, al final, tuvo que resignarse con la dirección de la televisión pública. Con esa designación, Petro mató dos pájaros con un solo tiro. Primero, garantizó el silencio de su viejo compañero de juergas y excesos y, segundo, se hizo con un sucio propagandista sin limitaciones morales para hacer montajes y falsificaciones con los que podrá difundir una imagen distorsionada de la realidad nacional. 

Es prudente recordar que no hay un solo indicio que permita creer que Morris haya dejado de pensar que la opinión pública es “frágil” y, en consecuencia, fácilmente manipulable.

De acuerdo con el diccionario Oxford de política editado por Iain McLean, la propaganda “es un concepto que empezó a utilizarse en el segundo cuarto del siglo XX para describir los intentos de los regímenes totalitaristas de lograr una subordinación integral del conocimiento a la política estatal”. El propagandista nazi Joseph Goebbels lo planteó de manera clara: todo por el Estado, todo dentro del Estado y nada por fuera del Estado. Y el Estado era el partido Nacionalsocialista y, a su vez, el partido Nacionalsocialista era Hitler. 

Los propagandistas de todos los tiempos tienen algo en común: son personas acomplejadas. En la introducción del diario de Goebbels de 1955, el prestigioso escritor y dramaturgo alemán Rolf Hochhuth puso de presente que “queda constancia de que Goebbels sólo llegó a Hitler porque no encontró empleo en ningún otro sitio… la causa principal de su complejo de inferioridad ya no era física, sino social: era pobre hasta el extremo y no tenía esperanzas de poder cambiarlo”.

Morris es un sujeto resentido y carente de capacidad para reconocer sus faltas, para asumir las consecuencias de sus actos y de poner la cara ante los señalamientos que se le hacen. Llegó al extremo inaudito de asegurar que su adicción a la cocaína es culpa del expresidente Uribe (¡!).

La mediocridad es norma rectora en el ejercicio profesional de Morris. Falsea la realidad ordinaria y groseramente. Sus montajes son fácilmente desmontables, como el que hizo recientemente con ocasión de la estúpida intervención de Petro ante la ONU. 

Intentó hacer creer que el auditorio estaba lleno, cuando el presidente colombiano demoró algunos minutos esperando a que el barullo de la plenaria de la ONU mermara mientras centenares de delgados salían del recinto. 

Y para que no quedaran dudas del “respeto” que despierta Petro en el globo, Morris ordenó adulterar el video oficial entremezclando la intervención de su patrón con los aplausos del auditorio al presidente de los Estados Unidos Joe Biden. Una vez más la premisa del director de la televisión pública colombiana en marcha: “basta una imagen para manipular a la débil opinión pública”. 

No pasará mucho tiempo para empezar a conocer los escándalos del depravado Morris en su nuevo cargo. Es evidente que se reeditarán los desenfrenos que él protagonizó cuando fungió como director del canal público de los bogotanos, medio en el que los empleados que no se matricularon con la agenda socialcomunista fueron brutal y despiadadamente maltratados y perseguidos. Esas son las formas y los procederes de los salvajes que se presentan como “progresistas”. 

@IrreverentesCol

Publicado: septiembre 27 de 2023