Testigos que mueren

Testigos que mueren

El peor criminal del siglo XX, Joseph Stalin, lo planteó con toda la crudeza posible: “La muerte soluciona todos los problemas. Sin hombre no hay problema”. Y Remarcaba su psicopatía diciendo que “la violencia es el único medio de lucha y la sangre el carburante de la historia”.

Han pasado casi 30 años del proceso 8.000, y Colombia empieza a padecer una crisis similar -o quizás peor- por cuenta de la evidente financiación ilegal de la campaña que llevó al poder al actual presidente de la República. 

Las similitudes entre la narcofinanciación de Samper y de Petro son escalofriantes. Hay protagonistas que se repiten como el denominado hombre Marlboro, o el caso de la familia Benedetti. En el 8.000 participó Armando padre y en el caso de Petro el cerebro y testigo de excepción es Armando hijo. 

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El 16 de agosto de 1995, cuando Colombia empezaba a conocer detalles de fondo en relación con la financiación con dineros de la mafia, Darío Reyes, conductor de Horacio Serpa, fue baleado en la avenida circunvalar. Iba camino a la fiscalía a rendir una declaración sobre la participación del hombre fuerte del samperismo en el entramado criminal erigido por el partido liberal y el ‘cartel de Cali’.

Semanas antes de su asesinato, Darío Reyes le advirtió al tesorero de la campaña de Samper, Santiago Medina, que había un plan en marcha para asesinarlo en uno de sus desplazamientos entre Bogotá y Girardot. Gracias a esa advertencia, Medina pudo salvar la vida y contarle a la justicia los detalles de la alianza entre el presidente y los hermanos Rodríguez Orejuela. Quien no corrió la misma suerte fue Reyes.

Elizabeth Montoya de Sarria, la tristemente célebre monita retrechera era, sin duda, la gran testigo contra Samper. Era íntima del hombre que había llegado a la presidencia gracias al dinero del narcotráfico operación en la que ella fue una ficha clave para el acercamiento de capos de la mafia a la campaña.

En el expediente del proceso 8.000 reposan las evidencias que dan cuenta de la entrega de medio millón de dólares en efectivo por parte de la monita a Ernesto Samper en un maletín. Samper no remitió ese dinero a la tesorería de su campaña y, literalmente se lo robó. En una diligencia de indagatoria, Fernando Botero -director de la campaña- narró que “…estas personas se habían reunido privadamente con el candidato [Samper] en su apartamento, a muy tempranas horas de la mañana, y le habrían hecho una contribución directa muy importante del orden de los 400 mil o 500 mil dólares… Muchos meses más tarde y ya en el gobierno, Medina me contó que los famosos señores de la compañía era en realidad la señora Elizabeth Montoya de Sarria, que le había jurado y rejurado a Medina que ella misma le había entregado esos dineros a Samper en su propia residencia. De cualquier manera, los dineros jamás ingresaron a la campaña”. 

El 31 de enero de 1996, luego de hacer acercamientos con la fiscalía con el fin de colaborar con la justicia, la señora Montoya fue asesinada y Samper pudo respirar tranquilo. Quizás recordó a Stalin: sin hombre -en este caso mujer-, sin problema. 

El coronel Óscar Dávila tenía información con la que posiblemente la otrora mujer fuerte del gobierno Laura Sarabia terminaría enredada judicialmente. Ese oficial participó en los procedimientos ilegales que se adelantaron contra la exniñera Marelbys Meza como la prueba del polígrafo que le fue practicada, la copia espejo que se obtuvo de su celular y la interceptación de sus comunicaciones haciéndola pasar como una supuesta integrante del llamado clan del golfo.

Iba a hablar. Estaba dispuesto a absolver las dudas de la fiscalía cuando de repente surgió la noticia de su supuesto “suicidio”. 

Suicidio u homicidio, el silencio eterno del oficial es un bálsamo para Petro y para Sarabia. La información que él poseía terminó con él n la tumba. Alcanzó a decir, eso sí, que, si hablaba, “mejor dicho, me acaban”. Y lo acabaron. 

@IrreverentesCol

Publicado: junio 14 de 2023

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