Esta ha sido una semana epistolar. Empezó Juan Manuel Santos con una misiva cargada de fingida sinceridad, “escrita desde el fondo” de su corazón, en la que invita al expresidente Uribe y a sus seguidores a “producir el cambio que nos lleve a un futuro mejor para todos, en especial para las nuevas generaciones”.
Cuando todo está acordado, cuando todo está ambientado para entregarle al terrorismo un cheque en blanco, acompañado de una inaceptable licencia de impunidad y luego de años de improperios y persecuciones, Santos se acordó de la existencia de la otra mitad de Colombia, de esa que no quiere que los peores criminales pasen del monte a la civilidad sin pagar por sus delitos y que se opone a que los responsables de inenarrables atrocidades se conviertan en dirigentes políticos a los que se les concederá toda suerte de gabelas.
Con su carta, Juan Manuel Santos pretende hacer creer que el asunto es de vanidades y de egos, cuando lo que está en juego son los principios democráticos sobre los que se erige la República. La oposición al proceso de paz no se afinca en temas personales, sino en la firme convicción de que con el terrorismo no se puede negociar la agenda política, económica y social del país.
No es sensato creer que con una carta redactada con impostada sinceridad, se puede borrar la falta de garantías que a lo largo de los años ha padecido la oposición democrática. Santos, desesperado por revestir de legitimidad algo que desde su génesis es ilegítimo, busca al precio que sea un guiño de la oposición, a esa misma que hoy lisonjea, pero que hasta ayer ha calificado en los peores términos, llegando al extremo inaceptable de tildarla de enemiga de la paz.
Como buen tahúr, Santos mandó un “cañazo” esperando que la oposición cayera en la trampa. Quienes se oponen a lo que está acordándose con la guerrilla, lo hacen porque consideran inaceptable que el país se rinda frente al terrorismo, porque no aceptan que los héroes que integran a la Fuerza Pública sean receptores de un tratamiento similar al que se les va a dar a los delincuentes.
Santos ha utilizado los peores adjetivos para referirse a la oposición uribista.
La oposición no es a la paz, sino al contenido de los acuerdos. Toda Colombia anhela que el país recupere la tranquilidad que por cuenta del narcotráfico y el terrorismo se perdió hace muchas décadas, pero existen reparos muy fundados frente a la posibilidad de que los determinadores de secuestros, masacres, desplazamientos masivos de campesinos y reclutamiento de menores, por mencionar unos pocos delitos que se han cometido, no tengan un castigo penal efectivo que incluya, como ocurrió con las personas que se acogieron a la Ley de Justicia y Paz, un tiempo tras las rejas.
Resulta aún más inaceptable que esos victimarios puedan empezar a hacer política cuando se efectúe su desmovilización. Colombia estará frente a un escenario en el que las víctimas tendrán que ver a sus victimarios impunes y, además, gobernándolos. Eso, desde el punto de vista de la oposición, es francamente inaceptable.
La respuesta de Uribe
En una comunicación de cuatro párrafos, el expresidente y hoy senador Álvaro Uribe reflexionó sobre la carta remitida por Santos, empezando por evidenciar la contradicción del presidente de la República quien un día insulta a la oposición y al otro emite una “declaración magnánima”. Igualmente, puso de presente que es imposible adelantar un diálogo cuando todo ya está consumado.
La respuesta de Uribe es obvia: ¿Sobre qué temas del proceso de paz quiere hablar el presidente Santos con la oposición, cuando el acuerdo con la guerrilla ya está finiquitado? ¿Por qué el presidente no abrió esa ventana para el diálogo cuando empezaba el proceso de paz? O más fácil: ¿Por qué Santos, en vez de calificar con los peores adjetivos las críticas de la oposición, no se dio la oportunidad de oírlas, siendo que todas estas han sido expresadas de manera pública desde hace más de 3 años?
Queda claro que el interés del presidente Santos es el de lograr, para satisfacer su infinita vanidad, una fotografía con Uribe que a su vez sería vendida como la “bendición” de la oposición a los acuerdos con la guerrilla.
Lo que el presidente de la República parece no entender es que las diferencias que existen están afincadas en asuntos de fondo. La preocupación de la oposición que lidera el expresidente Uribe se sustenta en la legítima defensa por la preservación de la democracia en Colombia, la cual quedará herida de muerte una vez se firme el acuerdo final con la guerrilla de las Farc.
@IrreverentesCol