En unas recientes elecciones presidenciales, el inefable Barclays y su esposa, que se habían prometido exonerarse del acto tumultuoso y enervante de votar en aquellos comicios y en todos los que estuvieran por venir, se resignaron a acudir, en medio de un espeso tráfico vehicular, a un centro de convenciones atestado de gente y, sin demasiado entusiasmo, como si estuvieran comprando un seguro médico, o como si estuviesen pagando por unos antibióticos que tal vez funcionarían o tal vez no, acabaron votando por la candidata A.
Barclays se había jurado a sí mismo y había declarado a la prensa que no votaría por la candidata A. En la primera vuelta de aquellas presidenciales, no votó por A, no votó por nadie, se quedó tranquilo en su casa, lejos de esa pelea de perros que le parecía asistir a votar. Por su parte, la esposa de Barclays, Silvana, veía con franca hostilidad a la candidata A: le molestaba que estuviese en contra del aborto y del matrimonio entre personas del mismo sexo, le disgustaban su estilo y su personalidad, creía que era éticamente bastante impresentable.
¿Por qué entonces Barclays y su esposa terminaron votando, tapándose las narices, mordiéndose las tripas, desdiciéndose y contradiciéndose, por la candidata A, que tan poco les gustaba, pues era una conservadora religiosa y ellos unos ateos libertarios? Porque pensaban que, si ganaba el candidato B, el país (un país en el que no vivían hacía muchos años, un país en el que ya no querían vivir más) se hundiría en el atraso, la miseria, la barbarie y la opresión. Porque pensaban que, si ganaba B, el país, que mal que mal había progresado en las últimas décadas, sufriría una crisis terminal que acabaría con las libertades políticas y económicas. Porque pensaban, en suma, que, si ganaba el candidato B, ellos terminarían de perder a su país de origen, un país que ya habían perdido en parte y ahora perderían del todo. No votaron entonces por la candidata A con orgullo ni con entusiasmo: lo hicieron con realismo sucio, con frialdad maquiavélica. Dejaron de lado las cuestiones éticas y pensaron en sus intereses crematísticos, sentimentales. Fue, por consiguiente, un voto conservador: querían conservar lo poco que les quedaba de su país de origen.
Al mismo tiempo, la mejor amiga de Silvana Barclays, su amiga desde el colegio, desde los cinco años, acudió a votar en aquellas elecciones (el voto era mandatorio, si no votabas te imponían una multa) y sufragó por el candidato B, de la extrema izquierda. Ella, Pilar Roma, la mejor amiga de Silvana, era una abogada brillante, de una inteligencia afilada, con maestría en London School of Economics y doctorado en Oxford. Sin embargo, o debido a ello, se negó a votar por la candidata A, de derecha conservadora, y eligió hacerlo por el candidato B, de extrema izquierda. ¿Por qué una mujer tan inteligente, que había vivido en Londres, que tenía maestría y doctorado, que había fundado su propio bufete, votó por el candidato B, quien postulaba por un partido declaradamente marxista-leninista? ¿Por qué la mejor amiga de Silvana Barclays, que vivía en el país que gobernaría B o A, escogió la extrema izquierda y no la derecha conservadora? ¿Hizo Silvana esfuerzos para disuadir a su mejor amiga de votar por B? ¿Valía la pena tratar de persuadirla de votar por A? Pilar Roma votó orgullosamente por la extrema izquierda, por el candidato B, por razones puramente éticas: estaba convencida de que la candidata A era una corrupta, una mafiosa; creía que A había recibido dineros turbios y los había escondido, coludida con otros pillos; la soliviantaba que A fuese la hija de un dictador corrupto y negase que su padre fue un dictador corrupto; en suma, le parecía que A debía estar en la cárcel y no en la presidencia de la república. Por eso Pilar Roma no votó por A, no pudo o no quiso votar por A: porque pensaba que A era moralmente repudiable, repugnante. ¿Por qué votó por B, por qué pudo votar por B, si B también se oponía al aborto y a los matrimonios entre homosexuales, y Pilar Roma era una feminista, una progresista? Porque creía que B era orgánicamente una persona decente, íntegra, con las manos limpias, un individuo que no había robado ni robaría en el poder, un hombre bien intencionado. ¿No le preocupaba a Pilar Roma que el candidato B acabase siendo un dictador de izquierdas? No: ella pensaba que B, en el poder, moderaría su discurso y respetaría las formas democráticas. Por eso votó por B.
Dos semanas después de los comicios presidenciales, con el candidato B adelante en el escrutinio por un margen muy estrecho, Pilar Roma le anunció a su amiga Silvana Barclays que viajaría a Miami, con su novio, que también había votado por el señor B, a vacunarse contra el coronavirus, algo que no podían hacer en el país en que vivían, debido a la incompetencia del gobierno de turno y del anterior. Se presentó entonces un dilema moral para Barclays y su esposa: habiendo ellos votado por A y habiendo Pilar y su novio votado por B, ¿tenían ganas de ver a Pilar y a su novio? ¿Era posible para Silvana seguir siendo amiga de una persona que acababa de votar por B, por la extrema izquierda? ¿Sobreviviría la amistad a esa severa discrepancia, a ese desplazamiento tectónico, a ese terremoto ético? Siendo Pilar y su novio de extrema izquierda, o al menos votantes del izquierdista B, ¿tenía ganas Barclays de verlos, de invitarlos a cenar, de alojarlos en su casa, en el cuarto de huéspedes? ¿Podían dormir en la casa de los Barclays, ateos y libertarios ambos, ateos y capitalistas ambos, dos personas de izquierda, que acababan de votar por el candidato B, quien, en el poder, seguramente causaría graves daños a los intereses económicos de Barclays? Pues las propiedades de Barclays en su país de origen seguramente bajarían de precio por culpa de B, y sus inversiones perderían valor y se echarían a perder, y los negocios de sus hermanos también dejarían de ser rentables.
Los problemas tienen soluciones y los dilemas tienen cuernos. Votar por A o por B no era un problema, era un dilema, tenía cuernos, había que elegir al candidato con los cuernos menos afilados, al que haría menos daño, por eso los Barclays votaron por A. Para Pilar Roma y su novio, en cambio, era B la opción con los cuernos menos puntiagudos, por eso votaron por B. Ahora se presentaba otro dilema moral para los Barclays, un dilema con cuernos aguzados en ambos casos: ¿debían ser amables con Pilar Roma y su novio, alojarlos en su casa, en el cuarto de huéspedes, y simular que la discrepancia política era irrelevante, prescindible, algo de lo que era mejor no hablar, para hablar de otras cosas que no los pusieran a pelear? ¿O, cultivando el rencor, querían tomar represalias contra Pilar, debido a su voto por B, y no verla, no invitarla a cenar, no recibirla en su casa, para que ella supiera que si estabas con B entonces estabas contra los Barclays y ya no podías ser amigo de ellos? Era un dilema con cuernos: ¿prevalecería la amistad por encima de la política, o ya no era posible preservar la amistad con una persona que votaba por una causa innoble, reñida con la libertad? Siendo liberales, libertarios, capitalistas sin culpa, egoístas sin pedir perdón, amantes del dinero, ¿podían los Barclays tener amigos de extrema izquierda, que repudiaban los valores y los principios que ellos abrazaban? ¿Tenía sentido que los Barclays disfrutasen de su dinero, un dinero que poseían gracias al capitalismo, con personas que, puestas a votar, rechazaban el capitalismo y la economía de mercado? ¿Podían la amistad desinteresada y la nostalgia por los años felices del pasado prevalecer sobre los intereses del presente? Y si Pilar y su novio repudiaban el capitalismo y votaban por la extrema izquierda, ¿por qué no viajaban a vacunarse a La Habana, a Caracas, a Managua, a La Paz? ¿No advertían que el capitalismo había producido las mejores vacunas y por añadidura las regalaba generosamente, incluso a los turistas de extrema izquierda, como ellos?
Huyendo de esos dilemas con cuernos, los Barclays escaparon unos días a California. Entretanto, Pilar Roma y su novio se alojaron en un hotel coqueto y se vacunaron sin sobresaltos ni contratiempos. De regreso en su casa en Miami, los Barclays han decidido no ser rencorosos, no ser intolerantes: han invitado a Pilar y su novio a un hotel mejor y saldrán a cenar con ellos el fin de semana. Tratemos de no hablar de política, le dice Barclays a su esposa Silvana. Hablemos de otras cosas para no terminar discutiendo, añade. ¿Será una cena tranquila, amigable, exenta del veneno de la política, o hablar de A y de B terminará intoxicándolo todo? ¿No son capaces de ignorar a los candidatos A y B para salvar la amistad y pasar un buen rato? Dispuesto a ser noble, generoso, Barclays le dice a su esposa Silvana que Pilar y su novio pueden dormir en el cuarto de huéspedes. De pronto, Silvana duda, se crispa, frunce el ceño. Aprueba invitarlos a un mejor hotel, aprueba invitarlos a comer, pero no aprueba que vayan a dormir a su casa: Ya demasiada confianza, dice. Sin embargo, en otras ocasiones Pilar Roma ha dormido en la casa de los Barclays, de su mejor amiga de toda la vida. Ahora ese privilegio no le será concedido. Lo ha perdido por votar por B, por la extrema izquierda. Pero Silvana y su esposo seguirán siendo sus amigos y esperan con ilusión el momento de verla.
No obstante, Barclays le dice a su esposa: Si el candidato B termina siendo presidente y, como me temo, instaura una dictadura de izquierda, no sólo perderé del todo al país en que nací: también me alejaré de tu amiga Pilar Roma y ya no encontraré reservas de nobleza para seguir siendo su amigo. Silvana discrepa y dice: de ninguna manera me voy a pelear con mi mejor amiga de toda la vida por culpa del tarado de B. En ese caso será tu amiga, ya no mi amiga, dice Barclays, y de pronto ya no sabe si quiere cenar con los izquierdistas el próximo fin de semana.
Publicado: junio 28 de 2021
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