Desde hace algunas semanas viene moviéndose el nombre del exconcejal, exsenador, exministro y exvicepresidente Germán Vargas Lleras como posible candidato en las elecciones del año entrante.
Sus promotores, enarbolan su hoja de vida política como principal activo de quien sin duda hace parte del núcleo de eso que algunos llaman “establecimiento”. Vargas Lleras tiene una trayectoria de casi 40 años, es el dueño de un partido político con una importante representación parlamentaria y un número significativo de concejales y alcaldes a lo largo y ancho del país.
Él es un ejemplo perfecto del político tradicional. Y, lo que para algunos es una carta a favor, en la política actual es un verdadero lastre con el que tiene que cargar quien, no puede olvidarse, fue el vicepresidente de Santos en el segundo periodo, cuando se perfeccionó el pacto con las Farc, acuerdo que agudizó la fractura social que hoy padece Colombia.
El desbarajuste institucional no es gratuito y al mismo ha contribuido la colectividad de Vargas, ‘Cambio Radical’, partido cuyos integrantes han estado involucrados en los peores escándalos de corrupción posibles.
Uno de los hombres fuertes de ‘Cambio Radical’ es el senador Germán Varón Cotrino quien hasta ahora ha podido pasar de agache frente al aberrante caso del cartel de la toga. Uno de sus asesores, Gerardo Torres servía como “enlace” en esa estructura criminal.
Los hechos son tozudos: ‘Cambio Radical’ es sinónimo de corrupción y politiquería. Vargas y su hermano Enrique -que le ayuda a dirigir la empresa electoral desde su oficina en Bogotá- no pueden sacudirse fácilmente del inventario de escándalos que agobian a ese partido.
Germán Vargas hace parte de la vieja escuela de la política. Lo suyo son los acuerdos burocráticos, las alianzas con directorios regionales, los pactos con dirigentes locales que le permiten hacer ejercicios matemáticos como si los electores fueran semovientes que van hacia donde los arree el vaquero de turno.
Nadie desconoce que Vargas Lleras es percibido como un hombre de mano dura. De hecho, su temperamento explosivo y a veces abusivo, le ha generado inmensos costos políticos. El episodio del coscorrón a uno de sus escoltas le hizo un daño muy grande en las elecciones del año pasado.
Los buenos modales no riñen con la defensa de un discurso de autoridad. La firmeza no antagoniza con el respeto. Lo dicen personas cercanas a él: el peor enemigo de Germán Vargas, se llama Germán Vargas.
De cara a las elecciones del 22, surgen los primeros consensos. El primero de ellos es el de la necesidad de identificar a un candidato capaz de defender los valores de la democracia y el régimen de libertades que impera en Colombia, frente al discurso socialcomunista y amenazante de Petro.
La selección de ese candidato de unidad que el expresidente Pastrana recientemente presentó como el “aspirante del centro-derecha” tiene una dificultad insoslayable: el descrédito de que gozan los partidos políticos. Es innegable que el ejercicio de la democracia en los tiempos que corren ha cambiado dramáticamente. Los teóricos de la ciencia política concluyen que la multiplicidad de partidos enriquece a la democracia, poniendo como contraejemplo a los regímenes totalitarios donde hay partido único.
Pero en la Colombia actual se percibe una absoluta desconexión entre la ciudadanía y los partidos. Estos hace mucho tiempo perdieron la capacidad de interpretar el sentir de los ciudadanos.
Las colectividades, que en teoría deben ser la voz de quienes los integran, no han podido o querido incluir en sus agendas las necesidades de la gente.
Colombia sufrió un cambio drástico en el último año y medio. La pandemia frenó en seco la dinámica económica nacional. La clase media, que desde principios de siglo venía fortaleciéndose, en un abrir y cerrar de ojos ha perdido una cantidad importante de espacios. El desempleo está desbocado. Los pequeños y medianos empresarios en cuestión de semanas se vieron enfrentados a situaciones insospechadas.
Los que hasta no hace mucho le apostaban a seguir creciendo en Colombia, hoy -embargados por el pánico- empiezan a evaluar la posibilidad de salir del país.
La simple posibilidad de una victoria de Petro -que no pasa del 25% en las encuestas- ha despertado incertidumbre en miles de empresarios que, a menos de un año de las elecciones, plantean irse a explorar oportunidades en otras latitudes. Un éxodo similar al que en su momento emprendieron cientos de industriales venezolanos.
El descrédito de los partidos, sumado a la falta de liderazgos y de voces sensatas que interpreten el sentir de millones de personas, están permitiendo que se generalice un preocupante sentimiento de derrota. No ha empezado la puja por la presidencia y muchos ya sienten que Petro ganó. ¿Por qué? La respuesta: hay una incapacidad de entender el panorama y ponderar como corresponde la amenaza neocomunista, la cual necesariamente tiene que ser enfrentada a través de una estrategia novedosa, con un candidato de ruptura. Alguien que no proceda de las estructuras partidistas tradicionales y que exponga un programa que se concentre en el avance económico y social del país.
La propuesta de Petro está en las antípodas del progreso. Su modelo es retardatario, irresponsable y sin rigor alguno. Quienes no quieran seguir mirando el ejemplo venezolano, entonces que observen lo que sucederá en Perú si se confirma la victoria de Pedro Castillo. O que revisen las atrocidades y abusos que durante más de 20 años ha venido cometiendo Daniel Ortega en Nicaragua quien ahora dio un paso más al ordenar el arresto de todos sus opositores políticos.
Petro y los suyos han podido cosechar el respaldo de millones de colombianos -muchos de ellos personas menores de 30 años- en buena medida porque han interpretado el descontento frente a la política tradicional. El petrismo es, ante todo, un síntoma de insatisfacción. Sus seguidores son personas cuyas evidentes carencias y falta de oportunidades han sido hábilmente capitalizadas por Petro quien, a través de un discurso incendiario y reivindicativo, ha logrado posicionarse como un “mesías” salvador.
Muchos se preguntan porqué no hay un candidato que “cuaje” para hacerle frente a quien hoy puntea en las encuestas. Lo cierto es que hay nombres y perfiles de todas las naturalezas. El que tiene un mayor recorrido -pero también vicios- es, sin duda, Germán Vargas, a quien los electores han castigado las dos veces que ha corrido por la presidencia de la República. En 2010, obtuvo 1.470.000 votos. Santos ganó, lo nombró ministro, le permitió construir y regalar casas por todo el país, lo involucró en la indiscriminada repartición de mermelada, le entregó el manejo de billones de pesos destinados a obras de infraestructura. Ha sido el vicepresidente más poderoso desde que existe esa exótica figura. Renunció creyendo que barrería en las elecciones de 2018. La derrota fue demoledora. A pesar de haber repartido casas y billetes a diestra y siniestra, los electores lo castigaron bellamente: sacó 1.400.000 votos, resultado que se convirtió en un irreversible certificado de defunción política.
Hay precandidatos como los exalcaldes de Medellín, Fico Gutiérrez o el de Bogotá Enrique Peñalosa. En el Centro Democrático, ninguno de los aspirantes llama la atención. No hay que llamarse a engaños: en 2018 la marca “Centro Democrático” era garantía de victoria; hoy es un lastre imposible de cargar. Los electores le endosan y le seguirán endosando al partido del presidente Uribe los sinsabores que ha provocado el gobierno del doctor Iván Duque.
Entonces es muy posible que esa crisis, que es evidente e insoslayable, se deba a que se esté buscando el remedio en el lugar equivocado y tal vez lo que realmente puede despertar el ánimo en los ciudadanos es que aparezca lo que en política se conoce como un ‘outsider’, con una propuesta que empiece por rescatar dos elementos que hace mucho se extraviaron en el debate público colombiano: el sentido común y la identificación entre el mensaje y las necesidades reales de la gente.
Publicado: junio 15 de 2021
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