Difícilmente podrá encontrarse en el hábitat de la política colombiana a un ser más despreciable, ruin, ordinario y bellaco que Gustavo Bolívar.
Ningún adjetivo es suficiente para describir los defectos de ese sujeto, deleznable y vulgar que llegó al Congreso de la República hace cerca de dos años.
Su presencia ayuda a aumentar el repudio y la mala imagen que los colombianos tienen de la rama legislativa.
Gustavo Bolívar envilece a la política. Aquella, que fue definida por Aristóteles como la más noble de las labores humanas, se ve mancillada con el proceder cochino de quien funge como coequipero y segundón del socialcomunista Gustavo Petro.
Un hombre que intenta recubrir su incultura y tosquedad con gritos e insultos. Persona incapaz de elaborar mentalmente un argumento, para interiorizarlo y luego exponerlo ante sus interlocutores. Es un sujeto malicioso, instintivo y sin condiciones para hacer una reflexión o un discernimiento.
Durante la Ilustración, Rousseau avanzó en la elaboración del denominado ‘mito del buen salvaje’. Toda su teoría se va al traste al intentar acomodársela a un individuo de la catadura de Gustavo Bolívar.
Su cursilería, su condición de nouveau riche y de hombre que pudo salir de la miseria en la que nació no deben ser motivo de análisis. Aquello hace parte de su condición personal, esa misma que podría ser explicada a través de uno de los más interesantes escolios del maestro Nicolás Gómez Dávila: “Hay que cuidarse de quienes se dice que ‘tienen mucho mérito’. Siempre tienen algún pasado que vengar”.
Destila odio y sed de venganza. Como si un sector de la sociedad fuera responsable o causante de sus traumas. Como si los colombianos tuvieran la responsabilidad de lo que haya sucedido o dejado de suceder en el hogar en el que nació.
Bolívar prosperó no con el propósito de buscar una vida feliz, sino para desquitarse. Su principal enemiga es Colombia, su institucionalidad, sus tradiciones y costumbres. Cuando empezaba la pandemia, en uno de los muchos videos que hace -que delatan su repugnante megalomanía-, mostrando su teléfono celular sentenció que los colombianos “no contaban que teníamos esta arma hoy en día, que es más poderosa que un fusil. Y aquí yo les estoy haciendo más daño que toda la guerrilla junta toda la vida, con 15 mil o 30 mil armas”.
Durante 14 años, Edmond Dantès estuvo confinado en una mazmorra en el castillo de If, pagando por un delito que no cometió. Los responsables de su infortunio, sus amigos Danglars y Manfredi, fueron quienes animaron la sed de venganza de quien lograría fugarse, encontrar un tesoro y convertirse en el misterioso Conde de Montecristo.
Dedicó el resto de su existencia a ajustar cuentas con quienes tanto mal le hicieron.
Bolívar, por supuesto, no puede ni merece ser comparado con el más grande de los personajes de Dumas. Él no ha sufrido ninguna injusticia. Todo lo contrario.
Agradecido debería estar con la vida y con el país que le dio la oportunidad de convertirse en autor de sucias novelas apologéticas del narcotráfico, la prostitución, la trata de personas. Gracias a la tragedia que ha sufrido Colombia, Bolívar pudo surgir, comprar la casa, el bote y demás bienes de los que tanto alardea; indica la sabiduría popular que el nunca ha visto a Dios, cuando lo ve se asusta.
Pierden su tiempo los que demandan buenos modales, un proceder respetuoso y con un mínimo de decencia por parte de Bolívar. El estiércol jamás tendrá buen aroma.
Hoy maldice a los policías, los compara con cerdos. Ellos, los uniformados, que son personas humildes, trabajadoras, decentes, que cumplen con su deber, deben sentirse honrados de que una persona de la vil e infame condición del senador petrista, esté en su contra.
Gustavo Bolívar no es ni será la última persona de esa miserable condición que asome su cabeza en el panorama político nacional. Su trascendencia será nula. Volviendo a Alejandro Dumas, bueno es recordar uno de sus sabios consejos: “Para toda clase de males hay dos remedios, el tiempo y el silencio”.
Publicado: junio 1 de 2021
No sé si serán solo impresiones mías, pero siempre he creído que la vileza, la amoralidad, la perversidad y la falta de empatía se ven siempre reflejadas en el rostro, y viendo a éste hampón, creo que no me equivoco.
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