No me refiero a la famosa película de Jorge Negrete y Pedro Infante que hizo época hace años cuando el cine mexicano era muy popular entre nosotros.
Mi tema hoy es otro: Petro y Fajardo, los que según encuestas recientes puntean en las encuestas como favoritos para las elecciones presidenciales que tendrán lugar el año entrante.
La situación actual de Colombia es en extremo calamitosa y la gran pregunta es: ¿son confiables esos personajes para ayudarnos a salir del atolladero en que nos encontramos? ¿sus ejecutorias nos ofrecen suficiente garantía de que estaríamos en buenas manos si alguno de ellos llegara a la presidencia?
Petro es bastante conocido de autos. Pensar que podría ser un buen gobernante es, ni más ni menos, una idea delirante. Da pena decirlo, pero sus seguidores son tan tóxicos como él. A la hora de la verdad, no vale la pena de discutir con ellos. Sería como entrar en debate con un partidario de Hitler en 1932. Lo que ofrece es un salto al vacío, pero hay que considerar que a veces en las sociedades soplan vientos de locura que las conducen prácticamente al suicidio.
Hay quienes piensan que Fajardo sería un mal menor y por eso se duelen de la acción que en contra suya ha iniciado la Fiscalía General de la Nación.
Quienes así piensan no lo conocen lo suficientemente bien. Acá en Antioquia, así cuente con amigos muy influyentes que han contribuído a su nombradía, suscita enorme desconfianza. Los motivos son muy variados e incluso de orden íntimo, pero hay que considerar que los personajes públicos están en el deber de permitir el escrutinio colectivo sobre su vida privada.
Sería bueno saber si es cierto que Fajardo como alcalde y gobernador gastó millonadas para que los medios capitalinos promovieran su imagen en el escenario nacional.
Él se jactaba de que bajo sus administraciones no se perdería un solo peso. Lo de la Biblioteca España en Medellín y lo de la conversión de una cuantiosa deuda del Departamento de pesos a dólares indica todo lo contrario: los desaciertos de Fajardo han costado dinerales.
Néstor Humberto Martínez ha escrito con toda razón que Fajardo es un incompetente para el manejo de la cosa pública.
Si lo de la conversión de una deuda de pesos a dólares sin adoptar medidas de salvaguardia adecuadas configura o no un delito, es asunto que en últimas decidirá la Corte Suprema de Justicia. Pero no cabe duda de que es una gravísima chambonada, un acto de suma irresponsabilidad.
¿Qué explicación tiene? Esa deuda, como lo dice Luis Pérez Gutiérrez, no se asumió para construir obras públicas, que es lo que suele justificar el endeudamiento en dólares. Algo raro hubo ahí de parte de la secretaria de Hacienda, de la que se dice que era accionista del banco que hizo el préstamo. Sería bueno saber de dónde la trajo Fajardo, es decir, cuáles eran sus antecedentes.
El finado Carlos Gaviria criticaba a Fajardo porque no se sabía cuál era su concepción de la sociedad que aspiraba a construir. La observación era y es pertinente. Fajardo encontró respaldo en el también hoy finado Nicanor Restrepo Santamaría y otros prestantes dirigentes empresariales de Medellín. Cuando salió de la Alcaldía, si mal no recuerdo, se vinculó a «El Colombiano» y después a «Caracol», lógicamente dentro de una estategia publicitaria. Pero ha terminado apoyándose en sectores aledaños a la extrema izquierda. Tal parece que su principal soporte está ahora en los Verdes, que hacen parte, así lo disimulen, del Foro de San Pablo.
Pienso, para mis adentros, que su ideario político es bastante simple, muy cercano al de una juventud inmadura y llena de prejuicios que está dispuesta a creer en pajaritos de oro.
La coyuntura actual de Colombia no está para nefelibatas, sino para dirigentes realistas, como Rafael Nieto Loaiza, que tengan una visión nítida de nuestras realidades y sepan, como Bismarck, que la política es el arte de lo posible.
A esos dos tipos de cuidado convendría descartarlos, cuanto antes mejor. Hay otras alternativas deseables y es pertinente explorarlas.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: abril 8 de 2021