El expresidente Uribe viene advirtiendo con insistencia acerca del peligro que se cierne sobre nosotros de caer en el año entrante bajo el mando de un gobierno inspirado en el Socialismo del siglo XXI.
Dos de los candidatos presidenciales que los medios destacan, Petro y Fajardo, están matriculados en esa corriente política. El primero de ellos, sin lugar a dudas. El segundo, embozado en sus indefiniciones, goza al parecer del apoyo del Partido Verde y otras formaciones afines. Dicho partido es integrante del Foro de San Pablo, por lo que no cabe discutir acerca de su orientación ideológica. De hecho, los partidos verdes en otras latitudes son el ropaje bajo el que se encubren los viejos partidos comunistas, cuyas causas hoy van más allá del leninismo y el estalinismo, para promover el marxismo cultural, la ideología de género, la revolución sexual y propuestas radicales en lo que a protección del medio ambiente atañe. Claro que, como sucede entre nosotros, el celo ambientalista se suaviza si las lesiones ecológicas proceden de la acción de grupos revolucionarios, pues están más cerca de éstos que de la Madre Tierra.
Reitero que para evitar estos flagelos es indispensable formar una gran coalición de fuerzas comprometidas con nuestras concepciones tradicionales de la democracia, las libertades, el ordenamiento de la economía y el régimen constitucional, que podrían verse severamente afectadas si algún extremista, abierto o solapado, llegare a triunfar en las elecciones presidenciales del año entrante.
Tengo claro que la alianza del Centro Democrático con los conservadores es insuficiente para contener a los extremistas, por lo que es pertinente atraer a liberales conscientes de la identidad de su partido, así como a miembros de la U, Cambio Radical y otros que no verían con buenos ojos el acceso de alguien favorable al Socialismo del Siglo XXI a la jefatura del Estado.
Según un viejo dicho popular, «Si ves que rapan la barba a tu vecino, pon la tuya a remojar». Lo que ha sucedido en nuestro vecindario nos alerta acerca de lo que podría acontecernos si el castro-chavismo se instalara en la Casa de Nariño. La tragedia venezolana, de la que por fin acaba de apiadarse el papa Francisco, podría extenderse hacia nosotros si no adoptamos las precauciones llamadas a evitarla.
Para promover la Gran Coalición de que hablo, es necesario que el Centro Democrático y los conservadores suavicen ciertas posiciones, de modo que otros sectores políticos superen las reticencias que dificultan el entendimiento con aquéllos.
Creo que el principal escollo radica en las posiciones ante el acuerdo con las Farc, que algunos quisieran enterrar, mientras que otros creen que debe cumplirse. Soy consciente de que en general ese acuerdo está plagado de estropicios, pero hay algo más urgente que reformarlo o enterrarlo, y es evitar que el propósito de esa organización criminal de instalar un gobierno de transición que favorezca la toma del poder para los suyos se cumpla.
Afortunadamente, los errores políticos de sus dirigentes los han desacreditado, pero la gente del común no es muy consciente de que votar por gente como Petro, Claudia López o Pinturita termina favoreciendo a los irredentos facinerosos de las Farc y el Eln. Hay que convencerla de que, como en otro viejo dicho, olivos y aceitunos todos son unos.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: enero 12 de 2020
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