Pocas veces la connotada estrategia de los comunistas para hacerse al poder, como ¨la combinación de todas las formas de lucha¨, ha sido tan bien aplicada como en la Colombia actual. Hoy, gracias al pacto entre Santos y Farc, el país además de contar con una Farc armada y una Farc política, debe lidiar con una creciente Farc al interior de la Unidad Nacional de Protección.
La Farc armada cumple con el rol de desestabilizar el país, asesinando a la fuerza pública y a los líderes sociales. La otra Farc –la política– se encarga de otorgar estatus político a su tesis de ultra izquierda. Mientras la tercera, la creciente en interior de la Unidad Nacional de Protección, pretende infiltrarse en la institucionalidad como lo hizo Chávez antes de hacerse al poder. ¿Cuál es entonces su objetivo? ¿Gestar un golpe de estado?… prosigamos.
Tras todo este entramado hay una gran coordinadora camuflada como una institución que imparte supuesta justicia, la cual funge como la madrina de Farc, cuidándolos, protegiéndolos y otorgándoles cada vez más beneficios. Esa gran madrina de Farc es nada más y nada menos que la JEP. Los innumerables acontecimientos han sido tan evidentes que cualquier ciudadano desprevenido podría concluir sin titubeos que la JEP es propiedad de las FARC. Basta como ejemplo lo siguiente:
Durante sus años de funcionamiento su mayor logro consiste en haber ayudado a la fuga del extraditable Jesús Sántrich. Sus actos de reparación se quedan cortos puesto que las verdaderas víctimas ni siquiera han sido escuchadas. Dentro de sus propósitos de justicia no han impuesto condenas a miembros de Farc, ni siquiera esas ¨penas¨ irrisorias que ellos mismos plantearon en el acuerdo. Para lo único que realmente ha servido esta institución es para limpiar la imagen de las Farc y hacer ver a los cuerpos de seguridad del estado como si fueran el ejército de una dictadura. Su estrategia consiste en lo que acotaba Shakespeare: “La mejor manera de hacer pasar a los malos por buenos, es primero haciéndolos pasar a todos por malos”.
A esto debe agregarse que dicha institución se ha convertido en un chupasangre del erario, se ha atrincherado en puestos y contrataciones para toda la ultra izquierda colombiana. No hay un solo funcionario que no se encuentre sesgado por sus ideales extremos. Allá trabaja la esposa de Cepeda, los magistrados auxiliares de José Luis Barceló, Sandra Yepes e Iván Cortés. Da la impresión que el rigor para elegir sus magistrados y demás funcionarios se basa principalmente en los requisitos de odiar a Álvaro Uribe y a las Fuerzas Militares de Colombia.
Sin embargo, que la JEP pertenece a Farc dejó de ser un secreto a voces. Esta semana ellos se encargaron de reiterarlo, cuando junto a sus amigos políticos condecoraron a Patricia Linares, la jurista que hasta hace poco fungía como presidente de la JEP. ¿Acaso no resulta inverosímil observar cómo la expresidente de la JEP recibe condecoraciones por parte de quienes se supone dicha institución debe juzgar? Ustedes son libres de interpretar.
Siempre pensé que esta institución se había creado para favorecer a las Farc. Sin embargo, nunca llegué afirmar que hiciera parte de Farc; tal vez por temor a ser señalado -como alguna vez lo hizo un periódico al insinuar que mis señalamientos a este tribunal de la impunidad hacían parte de una Bodeguita-. Hoy lo reitero sin vacilar. Después de esta foto de Patricia Linares junto con Sandra Farc o Griselda Lobo o como se denomine, ellos han oficializado esa relación.
La JEP es Farc, pero en lugar de sesionar en las selvas del Catatumbo, entre mosquitos, lo hacen sobre los elegantes manteles de los bogotanos, codeándose con expresidentes y toda la ‘high class’ de ultra izquierda que hoy dicen llamarse “defensores de la Paz”.
Publicado: diciembre 13 de 2020
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