Las supuestas bondades del voto electrónico son tantas y tan significativas que a todas luces parece lógica y sana su implementación en cualquier democracia del mundo. Es que basta con mencionar algunas de sus ventajas para convencerse. Por ejemplo, el voto electrónico facilita los escrutinios hasta el punto de poder entregar los resultados definitivos prácticamente en el instante mismo de cerrar las urnas, con cero errores y en tiempo real.
También está el hecho de que acaba con el problema de los tarjetones excesivamente grandes o de complicada comprensión para mayor comodidad y discernimiento del elector. Esto, como si fuera poco, prácticamente elimina los votos anulados porque no hay manera de marcarlos mal, además del evidente ahorro en impresión y la supresión de gastos de envío y otros problemas logísticos: no más demoras en la llegada del material a los pueblos más apartados del país.
Sin embargo, aunque parece una fake news de las redes sociales, el mismísimo Bill Gates ha dicho que para lo único que no se debería utilizar la tecnología de sistemas de cómputo, es para contabilizar procesos electorales por la alta posibilidad de adulterar o manipular el software. Mejor dicho, para el fundador de Microsoft, el voto electrónico no debe usarse porque se corre el grave riesgo de que las elecciones sean escamoteadas. Y una cosa es que un cajero automático nos robe un billete y otra, que se roben una decisión tan trascendental para millones de personas.
A muchos nos ha pasado que un cajero automático de un banco nos ha entregado menos plata de la que consta en el recibo, aunque también hay a quienes les ha regalado. Y si bien se trata de errores excepcionales, lo cierto es que un sistema informático se puede equivocar por diversas razones —en este caso, por ejemplo, si el cajero está mal surtido: billetes de mil donde deberían estar los de diez mil—, pero casi siempre por problemas de software. Estos aparatos hacen lo que el programador diga, jamás había adquirido mayor validez esa vieja frase de que «el que escruta, elige».
Y es que el problema del voto electrónico radica en que este no deja una constancia física de la elección realizada por los sufragantes, con el agravante de que un sistema programado maliciosamente puede adulterar la votación en cuestión de segundos al momento mismo de entregar los resultados, o ir efectuando el fraude poco a poco durante la jornada sin que el más estricto monitoreo pueda advertir el engaño.
De ahí que países tan serios como Alemania, Holanda, Irlanda y Reino Unido lo hayan prohibido o descartado después de ensayarlo. Para ellos nada es más confiable que el uso del papel y la escritura manual, así sea solo para garrapatear una letra equis. Es muy diciente, por cierto, que entre los 20 países que lideran el ranking de desarrollo humano de la ONU, sólo Estados Unidos utiliza parcialmente alguna forma de voto electrónico. Si ellos no lo usan, por algo será.
Y a pesar de los ya consabidos problemas de seguridad que representa y el oneroso gasto económico que conlleva, por la adquisición de miles de maquinitas cuya durabilidad es un enigma, el Congreso de Colombia le dio luz verde a la implementación del voto electrónico mixto, que, en esencia, consiste en el uso de una terminal de computador en la que el elector hace su escogencia en una pantalla táctil, tras lo que esta imprime el voto en papel para ser depositado en una urna y permitir el escrutinio manual en caso de que se presenten controversias. De esta forma se obtienen las ventajas del conteo expedito sin perder la confiabilidad que supone el papel.
En cuanto a modernización de los procesos electorales se refiere, el único procedimiento que avalan y recomiendan todos los expertos es el de la identificación biométrica del elector, con el fin de evitar suplantaciones, muertos que aún votan o vivos que votan varias veces. Esto ya se hace parcialmente en el país, pero el uso de máquinas captahuellas debería ser obligatorio en todos los puestos de votación. Lo demás es mejor dejarlo como está.
PUblicado: noviembre 17 de 2020
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