Escribí hace algunas semanas que íbamos camino a la dictadura de las minorías, de las logias, de los grupos. Que un país así, se fraccionaba como nación. Después de leer los acuerdos de La Habana, que han sido publicados, no me cabe duda que Colombia tiene de facto una nueva Constitución que se acordó en Cuba, con lo cual se refundó la patria y tendremos tres colombias: la de los poderosos de este país, la de las Farc y la de los demás.
Yo invito a leer con detenimiento esos acuerdos, para que comprueben que muchos de ellos son verdaderos Actos Legislativos que modifican la Constitución en beneficio de un grupo guerillero que no se merecía tanta generosidad por parte de los negociadores. Yo me pregunto, al leer estos textos, cuál era el aporte o la posición del Estado colombiano.
Que se necesita hacer la paz con todos los grupos alzados en armas, no hay duda ni discusión. Que hay que hacer concesiones, claro que sí. Pero refundar la patria con una nueva Constitución para beneficio de 20 mil guerrilleros, que sembraron de sangre y muerte a Colombia, no me cabe en la cabeza. Ni estoy de acuerdo. A no ser, que a esa gente el Estado les vaya hacer ‘conejo’ más adelante. Si esto último pasa, sería la infamia más grande vista en la historia de este país y jamás estaré de acuerdo con algo así.
Pero uno no puede hacerle una nueva Constitución a 20 mil personas en detrimento de más de 40 millones. Creo que los colombianos de bien, los que jamás se salieron de la ley, muy a pesar de los vejámenes sufridos por las farc, no se merecen esto. Quieren una paz digna para ellos y no una paz en donde todo indica que se premia el delinquir.
Con el argumento de que si uno critica es porque quiere la guerra, han descalificado todas las dudas que se puedan tener sobre estos acuerdos. Yo estoy seguro que si a los colombianos que viven en la miseria se les pregunta que si no quieren ser más pobres, todos, de manera unánime responderán que no. Lo mismo pasa con la pregunta sobre la guerra. La cuestión no es estar en contra de la paz y los acuerdos, la cuestión es sentir que el ciudadano de a pie, el que sufrió, no sienta que haber sido bueno no valió de nada, ya que hoy va a quedar en manos de una nueva élite política y de mucho poder económico producto del narcotráfico, que son las Farc, sus antiguos verdugos.
Ya todas y todos los que estaban en el clóset, como farianos de civil, van a comenzar a imponer sus nuevas condiciones a todos los demás colombianos, comienza la dictadura de una nueva minoría, en donde su brazo armado todavía tiene guardado el fusil.
Viendo hoy todos esos personajes que se decían ‘independientes’, como uno de apellido Cepeda, que perseguía a todo mundo, en especial a los que combatieron a las Farc, se puede inferir que eran el brazo político de las farc en la clandestinidad, pero hoy están arropados con el abrigo de la paz, para ocultar su real procedencia. Esto es como el personaje importante de un país, que se abandera de la lucha en favor de las personas que viven del contrabando. Busca mostrar desde su importancia que tal lucha es injusta y monta todo un discurso sobre el tema. Pero tiempo después se descubre que hace parte de todo un engranaje de contrabandistas. La pregunta es, entonces en nombre de quién luchaba o a quién defendía verdaderamente.
Yo no creo en esta paz de las Farc, así hayan firmado lo que hayan firmado. De pronto el pasar del tiempo me haga rectificar, pero no se me puede condenar por no creer. Y no solo no creo en esos guerrilleros, tampoco creo en el Gobierno Nacional, menos que le vaya a cumplir en todo lo acordado.
Los colombianos de a pie, los que tenemos defectos, los que pecamos, los que nos caemos y nos paramos, no son los que tienen que pedirle perdón a las farc, son los ‘excriminales’ de este grupo guerrillero los que tienen que pedirle perdón a los colombianos. Son los de las farc los que tienen que reparar a las víctimas. Son los de las Farc los que tienen que dar muestras de reconciliación. Son los de las farc los que tienen que dar muestras de no repetición. Y la confianza se construye y se gana, no se impone ni aparece por la firma de un acuerdo.
Para que Conste. Independiente a si Jorge Pretelt sea inocente o no, pero una gavilla, montada desde una afamada ‘Casa’ en centro de Bogotá, linchó a este magistrado. Y ese mismo Congreso, esa vez sí con verdaderas pruebas, absolvió a un presidente elegido con dineros del narcotráfico. Infames doblemoralistas.