A veces provoca tristeza, melancolía y hasta angustia el equilibrio que la vida necesita en lo espiritual, en lo mental y en lo físico. En mi concepto, si se quiere vencer eso hay que tener la menor cantidad de momentos de tristeza profunda.
La existencia debe estar repleta de situaciones que generen sensación de victoria, que brinden fuerza, energía, curiosidad, alegría y hasta la visión del futuro de un niño.
La tristeza es un estado válido. La existencia no sería la misma sin conocer el llanto, el dolor, el desamor, la traición, la pérdida de un ser querido o una enfermedad.
El reto es enfrentar todos esos problemas y no esconderlos. La tristeza es algo natural, es una emoción más que nos recuerda que somos frágiles.
Si todos recordáramos que es estar triste, deberíamos tomar medidas para vivir sin esa enfermedad. O al menos no causarla de manera consiente. Esa tristeza en los niños es riesgosa para su salud, para su crecimiento y formación.
Hay episodios que producen una enorme amargura. De ellos nos gustaría sencillamente echarnos a la derrota. Pero cuando llegan deberíamos recordar que tenemos responsabilidades personales y laborales. Y, sin lugar a dudas, la más importante responsabilidad con nosotros tiene que ser la felicidad.
Una situación que puede producir profunda soledad y tristeza es la discriminación, el matoneo que sufren niños y adolescentes por su condición sexual, su gordura, su físico o sencillamente porque sí.
Fruto de esa discriminación murió Sergio Urrego y quedó en silla de ruedas Yadira Perdomo. Otros jóvenes, muchos, intentan quitarse la vida porque entran en depresión. Una depresión de la que somos culpables los adultos porque sencillamente un niño no tiene por qué estar triste. Somos nosotros, irresponsables, los que los lanzamos a ese abismo.
La responsabilidad es total con los niños y jóvenes. El país está hoy más dividido con el tema de la educación sexual para los niños que con el proceso de paz que se inventó el doctor Santos y los marrulleros de La Habana. La ministra Gina Parody piensa solamente en la comunidad LGTBI y otro sector piensa solo en sus argumentos y sus creencias religiosas. ¿Será acaso entonces que los niños y niñas y adolescentes no piensan o no deciden o no opinan?. Las decisiones del país en temas de educación no están al mando de las minorías, pero tampoco de la Iglesia Católica o de las asociaciones de padres de familia. Las decisiones deben ser fruto del consenso de una lucha frontal contra cualquier forma de matoneo o discriminación en colegios donde el tema de género es uno más y ni siquiera el más importante.
El país necesita consultar a sus niños y adolescentes. Los derechos son de ellos no de los adultos. Es retardatario imponer una creencia o un género. La familia ya no es papá, mamá e hijos. El concepto de familia ha variado y debe aceptarse.
No sobra recordar que la igualdad en la Constitución Política se basa en la defensa de las minorías y sus derechos. Marchar es un derecho pero no para imponer un género o definir la educación que deben tener niños o adolescentes que presenten condiciones dignas de protección o una definición del mismo.
Así que marchen unos, saquen cartillas otros, pero antes de cualquier cosa pensemos en los niños. Preguntémosles qué quieren. Ellos tienen derechos y en temas de género la Corte Constitucional y la tendencia mundial permite que tomen sus decisiones frente a su género casi de manera autónoma. Tristeza da ver y leer a personas que dicen defender a los niños, pero lo único que buscan es imponer una religión, una ideología o un género.
Mucho cuidado con la tristeza y la depresión de los niños. Preocupémonos por ellos y no por nosotros. No los dejemos tocar fondo. Evitemos tragedias. Hagámoslos felices. Démosles alternativas para que se sientan partícipes de las decisiones que los afectan e involucran.
En conclusión, no puedo defender los derechos de los niños y niñas desconociendo totalmente los de los otros, ni siquiera con la bandera de la igualdad de las minorías. Tampoco puedo imponer mi religión desconociendo la libertad de cultos. En últimas, son los niños los importantes. Que nadie se equivoque con ellos. No sobra recordarles a los camanduleros que Jesucristo dijo: “Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como éstos es el reino de los cielos”.