Hay quienes dicen que en tiempos de Pablo Escobar se podía atribuir a su mente maquiavélica la autoría de cualquier magnicidio, pero que hoy no. A Escobar le achacaron, sin mucho esfuerzo, el asesinato de cuatro candidatos para las presidenciales de 1990, como son Pardo Leal, en 1987; Galán, en 1989; Jaramillo Ossa y Pizarro, en 1990; y hasta la intentona contra César Gaviria, dinamitando un avión de Avianca con más de 100 pasajeros. Pero hoy algunos se devanan los sesos tratando de determinar el origen del atentado a Miguel Uribe Turbay, simulando perplejidad cuando es algo tan evidente: el autor intelectual se llama GUSTAVO PETRO ORREGO
Hace rato venimos advirtiendo que Petro iba a pasar, más temprano que tarde, de las palabras a los hechos. Su verbo incendiario hizo metástasis. Apenas la semana pasada calificó a sus antecesores (Duque, Santos, Uribe y Pastrana) de “asesinos y hampones”, en un lenguaje incendiario con el que viene tratando a todos sus opositores desde que comenzó su Gobierno, un lenguaje que no solo es indigno de un jefe de Estado sino abiertamente peligroso proviniendo de un sujeto con pasado criminal que conserva conexiones con el bajo mundo.
Petro estila azuzar a sus esbirros incluso contra las otras ramas del poder público. Recordemos, por ejemplo, cuando sitiaron a la Corte Suprema en el Palacio de Justicia, el 8 de febrero de 2024, para obligar a sus magistrados a elegir al nuevo fiscal general, que a la postre resultó siendo la Fiscal de bolsillo de Petro. Con el legislativo ha sido especialmente agresivo. En abril envió seguidores del Pacto Histórico a protestar frente a la casa de la senadora conservadora Nadia Blel en Cartagena, en un acto de hostigamiento y persecución por haber votado ella contra la reforma laboral.
Más recientemente, Petro matoneó en Barranquilla a los senadores de la comisión séptima que le hundieron la reforma laboral. Los nombró uno por uno. Y se ha ensañado especialmente con el presidente del Senado, Efraín Cepeda, a quien señala de haber enterrado la consulta popular haciendo fraude; “Cepeda el malo”, “Cepeda, el ‘HP’”.
Entonces, sembrar odio es lo que viene provocando Gustavo Petro en sus intervenciones desde hace rato. Pero eso no quiere decir que el atentado haya sido perpetrado por sus seguidores a sus espaldas. No, que el atentado haya provenido directamente de Palacio no es nada descartable cuando el Alto Gobierno está tan gravemente implicado en casos tan delicados como el supuesto suicidio y6del coronel Dávila y cuando este Gobierno ha amenazado también con desatar nuevamente las hordas criminales de las primeras líneas que provocaron caos y destrucción en 2019 y 2021. Este es el gobierno de la muerte, y está dispuesto a no dejar piedra sobre piedra si pierde el poder, como debe suceder si no queremos perder a Colombia.
El joven sicario de 14 años hace pensar inmediatamente en los revoltosos fanáticos de Petro, ideologizados y adoctrinados por los mismos ‘educadores’ de Fecode. Esos muchachos que salen a protestar por cosas que ni siquiera conocen, por temas que ignoran en absoluto; que gustan de vandalizar el mobiliario urbano y los medios de transporte o a hacer escraches contra los opositores de Petro sin tener ninguna claridad de los motivos por los que protestan. De igual manera actúan las bodegas de las redes sociales.
Lógicamente, a un asesino como Petro le sirve un acto de extrema violencia como es un magnicidio para sembrar un clima de zozobra que cree las condiciones para cancelar las elecciones del año próximo y que el país asuma como algo natural y necesario que este demente continúe al frente del timonel. Como lo ha hecho recientemente, al principio negará que tenga ganas de continuar o que sea algo apropiado. Dirá bobadas como esa reciente de que él no se siente como el presidente sino como “el preso de Colombia”. Después aceptará a regañadientes, como quien no quiere la cosa, asumiendo el ‘sacrificio’ de seguir al frente un periodo más. Finalmente, ya sin pena, buscará eternizarse cooptando las instituciones. Y todo eso lo hará sin vacilaciones, ¡es la revolución! Nadie se toma un país posando de demócrata. Él no está jugando. Hasta se atrevió con amenazar con la espada de Bolívar y su bandera de ‘guerra a muerte’.
Y hará correr mucha sangre. Empezó con Miguel como venganza hacia su abuelo, el expresidente Turbay Ayala, de quien Petro aduce que hizo torturar a 10.000 personas en el marco de la persecución a subversivos de su Estatuto de Seguridad. Además, Miguel es hijo de un oligarca antioqueño y de una ‘árabe’ cuya familia ostentó el poder por años en Colombia, y un incómodo senador de ‘extrema’ derecha y candidato presidencial por el partido de más fuerte oposición. Es decir, Petro ve en Miguel a un detestable enemigo de clase. Por eso se refiere a este crimen con tanta displicencia, como si apenas le hubieran partido una uña. Hay que ver también la bajeza de los comentarios de los influenciadores petristas en las redes sociales con respecto al atentado criminal. Estos sicarios digitales, que tienen contratos millonarios con el Gobierno, atribuyen el caso a un autoatentado para ganar notoriedad o, simplemente, lo celebran como un buen muerto. Es el resultado de la violencia verbal de Petro, como cuando acusa a los senadores de oponerse a que los trabajadores devenguen un mayor recargo por laborar los domingos o que los ancianos reciban un bono pensional. Eso es tratar de hacer una revolución sangrienta a nombre del pueblo. Ya comenzó y no va a parar, Petro es un asesino y como tal solo sabe apretar el gatillo.