Misión cumplida general Samudio 

Misión cumplida general Samudio 

Colombia le debe mucho al general Rafael Samudio Molina. Y ahora, que ha muerto a los 93 años, es deber de la memoria nacional recordarlo no con la frialdad de las cifras, ni con el mezquino tono burocrático de los comunicados oficiales, sino con gratitud honda y con palabras de honor. Porque él fue definitivo en la lucha que impidió que la República cayera ben las garras del terrorismo.

A comienzos de los años 80, cuando las instituciones tambaleaban bajo el peso de las bombas, los disparos, las extorsiones y los secuestros, Samudio Molina no pidió permiso para defender a Colombia. Lo hizo con la convicción inquebrantable del soldado que no negocia con la violencia ni abdica ante la cobardía. En la más oscura de las noches, cuando los violentos creían que podían tomarse por asalto las cortes, el Congreso y hasta la Presidencia, el general Samudio Molina fue un muro que no se quebró.

Perteneció a una casta de militares íntegros, forjados en la disciplina del deber y en la conciencia de que el uniforme no era un privilegio, sino una responsabilidad sagrada. Defendieron el honor militar cuando muchos lo mancillaban. Defendieron la democracia con ardentía cuando otros la entregaban por conveniencia. Y no se doblegaron ante el poder corrosivo del dinero del narcotráfico, que compró conciencias, corrompió estructuras y quiso someter al país entero. Samudio Molina no se vendió, ni se rindió.

El 6 de noviembre de 1985, cuando la banda terrorista M-19 convirtió el Palacio de Justicia en un campo de guerra y quemó vivos a los magistrados y con ellos las esperanzas del Estado de derecho, él asumió el mando de la operación de rescate. No se escondió. No dudó. Dirigió la defensa del Estado desde su oficina, bajo el nombre en clave de Paladín 6, mientras las ráfagas de fusil rompían los cimientos del país. Fue una operación dura, polémica, trágica. Pero el epílogo fue claro: Colombia no sucumbió ante el desafío de los facinerosos. 

Semanas antes del asalto, los forajidos del M-19 intentaron matarlo con una bomba.  Lo lastimaron, pero no lo doblegaron. El fue uno de esos militares que sabía que la lucha tenía una connotación trascendente: el alma misma de la nación.

Como Ministro de Defensa, Samudio Molina enfrentó simultáneamente a la guerrilla narcocomunista, a los carteles de la mafia y a los enemigos internos del Ejército. Nunca fue un general de escritorio. Conocía el terreno, conocía a sus hombres y conocía el peligro. Y cuando tuvo que hablar, lo hizo con la autoridad de quien ha sangrado por la patria.

Murió en paz, pero no en silencio. Deja tras de sí una estela de honor y de servicio, una hoja de vida sin dobleces y una lección que hoy —más que nunca— debemos recordar: que las naciones no se salvan con discursos de amor, sino con actos de coraje.

Muchos de sus críticos –entre ellos el individuo que hoy ejerce el cargo de presidente de la República– intentaron manchar su nombre con acusaciones infundadas. Nunca le probaron nada. 

Hoy, que ha llegado la hora de despedir al valiente oficial del Ejército, algunos callan por vergüenza, y otros por envidia. Pero los que gozan de buena memoria y de valentía para reconocer los méritos de ese gran hombre, saben que Colombia sobrevivió a los años más oscuros de su historia, porque tuvo soldados como Rafael Samudio Molina.

Se ha ido un general. Pero su ejemplo queda. Porque aún hay batallas por librar, y Colombia necesita, como entonces, de hombres que no teman llamar al terrorismo por su nombre, ni defender la patria con firmeza.

Gracias, general. Misión cumplida.

@IrreverentesCol

Publicado: junio 11 de 2025

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