Guerra a muerte

Guerra a muerte

Esta feroz, irresponsable y fatídica consigna que lanzó el comunista que hoy nos desgobierna acaba de proyectarse en el letal atentado que se perpetró antier contra Miguel Uribe Turbay, uno de los dirigentes más destacados del Centro Democrático, cuya candidatura presidencial contaba con muy buenas perspectivas. 

Como lo manifestó el expresidente Uribe, Miguel era una promesa para la patria. Salvo que se produzca un verdadero milagro, si lograre sobrevivir ya no sería el mismo, pues la bala que penetró en su cerebro no dejaría de acarrearle delicadísimas secuelas. 

Todo indica que este funesto atentado procede de una organización criminal que se propone desestabilizar el país en las contiendas electorales que tendrán lugar el año entrante. Sería osado responsabilizar al desgobierno y su equipo político por haberlo promovido, pero no cabe duda de que el lenguaje provocativamente pugnaz que ha venido empleando desde sus comienzos ha suscitado un clima proclive a la violencia política e incluso la social.

Olvidando que según la Constitución el Presidente simboliza la unidad nacional, quien hoy funge como tal se ha dedicado a sembrar discordia a troche y moche, tanto en sus intervenciones públicas como en sus tediosos graznidos en la red social X.

Después de varias desafortunadas manifestaciones acerca del gravísimo hecho que representa el atentado contra Miguel Uribe Turbay, por fin acaba de expresar en dicha red social una sentida declaración que dice emanada de lo más profundo de su corazón.

A ella debería seguir una convocatoria a todos los dirigentes del país para condenar la violencia y ejercer la política dentro de parámetros civilizados que sosieguen el debate que le es inherente dentro de un marco que promueva la paz y contenga la violencia.

Hace poco escribí que al discurso agresivo le sigue prontamente la acción física. El HP que desde la más alta esfera gubernamental se esgrime contra la oposición genera desafortunadas consecuencias en la sociedad. 

He estado recordando algunos pasajes de mis enseñanzas en materia de Filosofía del Derecho para traer a colación lo de que todo orden social resulta de la colaboración estrecha y armónica de las tres normatividades que imperan en la vida colectiva: la jurídica, la moral y la de la cortesía o urbanidad. 

La crisis que nos agobia no sólo se manifiesta en el ámbito del derecho, Hay que repetir lo que con profunda sabiduría deploró Horacio: «De qué sirven las vanas leyes si las costumbres fallan». Así lo enseñaba yo a mis discípulos: la cultura jurídica reposa sobre una cultura moral. Si ésta decae, ya por obra de la abierta corrupción de costumbres, bien por la silenciosa demolición que trae consigo el relativismo, la regla de derecho deja de ser un instrumento de justicia y se convierte en un dispositivo de arbitrariedad.  Pero hay algo más: las reglas de cortesía y urbanidad, que los doctrinantes llaman de trato social, a pesar de su formalismo y su aparente superficialidad juegan un papel muy significativo en la vida de relación porque liman aristas y facilitan el acercamiento con nuestros semejantes.

Pues bien, padecemos un desgobierno que ha hecho de la grosería, el insulto, la amenaza, la calumnia y, en general, la actitud desconsiderada para con quienes no compartimos sus actitudes ni sus orientaciones, la regla del maltrato.

Por ejemplo, los graznidos desobligantes para con Miguel Uribe Turbay, emitidos en vísperas del atentado que lo tiene al borde de la muerte, no han dejado de interpretarse como una malhadada incitación a que se lo agrediera físicamente. 

He estado recordando algunas consideraciones de Arthur Koestler sobre las raíces neuronales de la violencia. Koestler adhiere a una teoría que no goza del todo de buena aceptación, según la cual los humanos sufrimos el desajuste de tres cerebros. el límbico, que compartimos con los reptiles; el paleocórtex, que compartimos con los mamíferos, y el neocórtex, específicamente humano, que sirve de asiento de las funciones superiores del psiquismo. Según Koestler, la agresividad resulta de la acción y sobre todo las reacciones reptilianas del cerebro límbico. 

Observando el comportamiento del que nos desgobierna, no deja uno de pensar que la ferocidad de sus reacciones podría explicarse porque su neocórtex no ejerce suficiente control sobre su cerebro reptiliano. Parece obrar más como una serpiente acorralada que como un ser humano dueño y controlador de sus actitudes y sus comportamientos.

Sea de ello lo que fuere, no cabe duda de que el clima de violencia que reina hoy en el país se alimenta en buena medida de los exabruptos que fluyen de la Casa de Nariño.

Oremos, desde luego, por Miguel Uribe Turbay y su familia, pero ante todo, por esta doliente patria que hoy está en tan pésimas manos.

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