Echo mano del título de una de las mejores novelas de Graham Greene para aludir al desenlace previsible de las audacias irresponsables del que nos desgobierna y su ministro del Interior, dos consumidores habituales de cocaína que según el decir de Álvaro Leyva arrastran al país hacia el caos.
El llamado a una huelga general y a consulta popular para intimidar al Congreso a fin de que apruebe las propuestas gubernamentales que no han sido de su simpatía no son otra cosa que saltos al vacío que preludian la crisis definitiva de un pésimo gobierno.
Los dos días en los que anunciaban masivas manifestaciones, primero de 14 millones de colombianos, luego de 10 y por último de 4, mostraron calles y plazas vacías a lo largo y ancho del territorio nacional. Los que salieron a apoyar el llamado del desgobierno y los sindicatos que lo respaldan se contaron apenas por millares. Lo otro que se vio fue la reaparición de la Primera Línea que integran facinerosos que siguen los dictados del líder intergaláctico y sus esbirros. El resto fueron los pobladores desprotegidos que necesitaban desplazarse para asistir a sus lugares de trabajo o hacer otras gestiones y no pudieron acceder al transporte masivo debido a los bloqueos que perpetraron dichos facinerosos.
Queda claro que este desgobierno perdió las calles que ahora sólo atraen a los que concurren forzados, pagados o todavía seducidos por la charlatanería del que lo preside.
La consulta popular con que desafía al Congreso puede salirle muy mal en las urnas y en la Corte Constitucional, que es la llamada a pronunciarse sobre la constitucionalidad de su convocatoria y su realización.
Aún suponiendo que se la realice y obtenga el quórum y la mayoría que se requiere para su aprobación, sus efectos normativos restan difusos y tendrían que desarrollarse mediante leyes que apruebe el Congreso.
Todo indica que en el trasfondo de la consulta popular media nada menos que una «jugadita» para adelantar la campaña electoral del año venidero, algo así como para medir fuerzas en procesos que gravitarán sobre los resultados electorales.
Si, como es previsible, la consulta no obtiene los resultados que se esperan la aventura en que esos irresponsables están embarcando al país hará que naufraguen desastrosamente. La resaca de la fiesta arruinará sus aspiraciones, pero a un costo que desde ya se calcula en más de 750 billones de pesos con los que podrían sufragarse gastos verdaderamente apremiantes que están por solucionar.
Llamo la atención acerca de que las injurias, las calumnias, los denuestos y las amenazas que esa dupla de orates ha arrojado sobre quienes no los acompañan en sus despropósitos bordean las fronteras del Código Penal y, en el caso del profeta apocalíptico, la causal de indignidad en el ejercicio del cargo, que acarrearía destitución. El que lo secunda merece además que el Congreso lo devuelva al fangal de donde salió, a través de una moción de censura.
Recomiendo a mis lectores la trilogía que compuso Guglielmo Ferrero sobre la aventura napoleónica y la reconstrucción que hubo de promoverse en el Congreso de Viena. Si logramos que haya elecciones pacíficas y honestas en el año entrante, quienes vengan a gobernarnos tendrán que cargar sobre sus hombros la procelosa tarea de reparar los ingentes daños que les legará el desgobierno reinante. El espíritu de aventura que describe sabiamente Ferrero arroja a las sociedades a la confusión y el desconcierto.